12/07/2017, 12:43
(Última modificación: 29/07/2017, 02:46 por Amedama Daruu.)
Daruu se echó a reír y Ayame supo de inmediato que había vuelto a errar con el nombre. Se sonrojó sin poder evitarlo.
—Nishinoya, Ayame —dijo—. Significa hogar del oeste. Supongo que será bastante fácil de encontrar.
—Eso, Nishinoya, ya lo sabía —le espetó, en un arrebato de orgullo infantil e infló los carrillos.
La verdad era, tal y como había supuesto Daruu, que no les costó nada encontrar el lugar al que debían dirigirse. Ya en la misma entrada del valle se adivinaba el complejo como una pequeña pulga azul en el horizonte. Además, como si el nombre no fuera lo suficientemente descriptivo, los senderos estaban repletos de indicaciones hacia las diferentes localizaciones. Además de Nishinoya estaban Nantōnoya y Kitanoya, los tres dispuestos en direcciones completamente opuestas entre sí.
Tras un largo recorrido en el que tuvieron que llegar a Sendōshi, la capital del Valle de los Dojos, tomaron un nuevo sendero que partía desde la ciudad y que les conduciría directamente hasta Nishinoya. El complejo preparado para los participantes de Amegakure estaba compuesto por tres edificios dispuestos prácticamente al pie de la montaña y que rodeaban un pequeño y agradable parque con un estanque.
—¡Hay koi! —exclamó Ayame, emocionada, al ver las coloridas carpas nadando con elegancia por el fondo del estanque.
—Ayame... Supongo que es la hora de separarse —intervino Daruu, y a Ayame se le encogió el corazón al escucharlo. Le miró, interrogante, y enseguida descubrió que los dos edificios de los extremos estaban sesgados por sexos.
—Oh... —murmuró, desanimada. No iba a admitirlo, pero una parte infantil de ella se había imaginado la posibilidad de que su habitación quedara cerca de la de Daruu. Así habría sobrellevado mejor la soledad, pero su fantasía acababa de romperse en pedazos.
—Ahora estamos cansados y eso —añadió él, desviando la mirada. Un ligero rubor cubría sus mejillas—, y además, no vamos muy bien vestidos para... Pero es que... Respecto a lo de ayer...
En aquella ocasión fue el turno de Ayame para sonrojarse.
—¿Quieres que tengamos una... Una cita? —se atrevió a preguntar Daruu—. Ma... Mañana por la noche. Para cenar. Para empezar mejor lo... ¿Lo nuestro?
—U... ¿Una... cita...? —balbuceó como una idiota.
«Lo... ¿Lo nuestro? ¿Qué es lo nuestro? ¿A qué se refiere...?»
Sacudió la cabeza, tratando de despejarse. Aunque no consiguió exactamente lo que quería porque, aparte de sentirse tan aturdida, sólo logró marearse aún más. Con el rostro rojo como un tomate, las piernas temblándole y el corazón galopante, Ayame terminó por asentir con brusquedad.
—C... ¡Claro! Mañana por la noche nos vemos, entonces... —balbuceaba, jugueteando con sus manos.
Ayame dudó durante un instante, debatiéndose en su fuero interno, pero al final, y aún más sonrojada que antes, se dio media vuelta y echó a correr hacia el edificio derecho, el que correspondía a las kunoichis.
«Tengo... una cita... con Daruu...» Meditaba para sus adentros, incapaz de terminar de creérselo. ¿Pero cómo era posible? ¿Cómo era posible que alguien como él se hubiese fijado en alguien como ella? Había chicas mucho más guapas ahí fuera... ella no era más que un patito feo a su lado. «Pero tengo una cita con Daruu-kun...» No podía evitarlo, se sentía como si pudiera echar a volar con tan solo desearlo. Pero también estaba tan asustada como emocionada. Ella nunca había tenido una cita. ¿Qué debería hacer? ¿Cómo debería comportarse? ¿Y qué se iba a poner? ¡No llevaba ropa para una ocasión especial como aquella! Quizás podría acercarse a Sendōshi, por el camino había visto bastantes tiendas. ¡Pero ella no sabía de moda!
Con un gruñido de exasperación, Ayame sacudió la cabeza y se centró en buscar su habitación para no volverse loca. Tuvo que presentar su identificación en la recepción del lugar, y fue allí donde le dieron las llaves de su alojamiento.
«Tercera puerta... del pasillo izquierdo... desde la puerta al jardín...» Se repetía una y otra vez, a modo de mantra, para asegurarse de que había entendido y recordaba las indicaciones que le habían dado.
Afortunadamente, no le costó encontrarlo. Y cuando metió la llave en la cerradura, la puerta se abrió con un ligero chasquido.
—Vaaaaaaaaya... —murmuró, sorprendida.
El lugar que le habían asignado no era simplemente una habitación de hotel sin más. Era un pequeño apartamento con todas sus comodidades. La habitación principal tenía el suelo de madera y las paredes pintadas de color azul cielo; la cama estaba situada frente a una ventana ataviada con cortinas blancas traslúcidas, desde la que podía ver parte del jardín, y a sus pies habían situado un baúl de viaje en el que podría guardar sus cosas. A modo de mobiliario, al lado de la cama tenía una pequeña mesita de noche con una lámpara encima de ella y, en el otro extremo de la habitación, un escritorio bastante amplio. Como decoración, encima del escritorio habían colocado un cuadro en los que se veía una escena del mar rompiendo en la costa en una noche de luna llena. Aparte de la habitación también estaba el cuarto de baño, con suelos y paredes de azulejos y ataviado con toda clase de comodidades, y la cocina.
Estaba claro que habían dispuesto el lugar para que los participantes del torneo estuvieran lo más cómodos posible, dado el hecho de que iban a vivir en aquel sitio durante una temporada.
Ayame, agotada física y mentalmente, dejó la bolsa de viaje en el suelo y se echó en la cama. Ya recogería el equipaje más tarde. Durante un momento, y con la agradable sensación de la brisa dándole en la cara, se permitió el lujo de olvidarse del miedo que le daba vivir sola y la aventura que iba a vivir el día siguiente. Por un momento simplemente quería desconectar y descansar.
El viaje había sido largo y agotador, y lo que estaba por venir no era precisamente un viaje de placer.
—Nishinoya, Ayame —dijo—. Significa hogar del oeste. Supongo que será bastante fácil de encontrar.
—Eso, Nishinoya, ya lo sabía —le espetó, en un arrebato de orgullo infantil e infló los carrillos.
La verdad era, tal y como había supuesto Daruu, que no les costó nada encontrar el lugar al que debían dirigirse. Ya en la misma entrada del valle se adivinaba el complejo como una pequeña pulga azul en el horizonte. Además, como si el nombre no fuera lo suficientemente descriptivo, los senderos estaban repletos de indicaciones hacia las diferentes localizaciones. Además de Nishinoya estaban Nantōnoya y Kitanoya, los tres dispuestos en direcciones completamente opuestas entre sí.
Tras un largo recorrido en el que tuvieron que llegar a Sendōshi, la capital del Valle de los Dojos, tomaron un nuevo sendero que partía desde la ciudad y que les conduciría directamente hasta Nishinoya. El complejo preparado para los participantes de Amegakure estaba compuesto por tres edificios dispuestos prácticamente al pie de la montaña y que rodeaban un pequeño y agradable parque con un estanque.
—¡Hay koi! —exclamó Ayame, emocionada, al ver las coloridas carpas nadando con elegancia por el fondo del estanque.
—Ayame... Supongo que es la hora de separarse —intervino Daruu, y a Ayame se le encogió el corazón al escucharlo. Le miró, interrogante, y enseguida descubrió que los dos edificios de los extremos estaban sesgados por sexos.
—Oh... —murmuró, desanimada. No iba a admitirlo, pero una parte infantil de ella se había imaginado la posibilidad de que su habitación quedara cerca de la de Daruu. Así habría sobrellevado mejor la soledad, pero su fantasía acababa de romperse en pedazos.
—Ahora estamos cansados y eso —añadió él, desviando la mirada. Un ligero rubor cubría sus mejillas—, y además, no vamos muy bien vestidos para... Pero es que... Respecto a lo de ayer...
En aquella ocasión fue el turno de Ayame para sonrojarse.
—¿Quieres que tengamos una... Una cita? —se atrevió a preguntar Daruu—. Ma... Mañana por la noche. Para cenar. Para empezar mejor lo... ¿Lo nuestro?
—U... ¿Una... cita...? —balbuceó como una idiota.
«Lo... ¿Lo nuestro? ¿Qué es lo nuestro? ¿A qué se refiere...?»
Sacudió la cabeza, tratando de despejarse. Aunque no consiguió exactamente lo que quería porque, aparte de sentirse tan aturdida, sólo logró marearse aún más. Con el rostro rojo como un tomate, las piernas temblándole y el corazón galopante, Ayame terminó por asentir con brusquedad.
—C... ¡Claro! Mañana por la noche nos vemos, entonces... —balbuceaba, jugueteando con sus manos.
Ayame dudó durante un instante, debatiéndose en su fuero interno, pero al final, y aún más sonrojada que antes, se dio media vuelta y echó a correr hacia el edificio derecho, el que correspondía a las kunoichis.
«Tengo... una cita... con Daruu...» Meditaba para sus adentros, incapaz de terminar de creérselo. ¿Pero cómo era posible? ¿Cómo era posible que alguien como él se hubiese fijado en alguien como ella? Había chicas mucho más guapas ahí fuera... ella no era más que un patito feo a su lado. «Pero tengo una cita con Daruu-kun...» No podía evitarlo, se sentía como si pudiera echar a volar con tan solo desearlo. Pero también estaba tan asustada como emocionada. Ella nunca había tenido una cita. ¿Qué debería hacer? ¿Cómo debería comportarse? ¿Y qué se iba a poner? ¡No llevaba ropa para una ocasión especial como aquella! Quizás podría acercarse a Sendōshi, por el camino había visto bastantes tiendas. ¡Pero ella no sabía de moda!
Con un gruñido de exasperación, Ayame sacudió la cabeza y se centró en buscar su habitación para no volverse loca. Tuvo que presentar su identificación en la recepción del lugar, y fue allí donde le dieron las llaves de su alojamiento.
«Tercera puerta... del pasillo izquierdo... desde la puerta al jardín...» Se repetía una y otra vez, a modo de mantra, para asegurarse de que había entendido y recordaba las indicaciones que le habían dado.
Afortunadamente, no le costó encontrarlo. Y cuando metió la llave en la cerradura, la puerta se abrió con un ligero chasquido.
—Vaaaaaaaaya... —murmuró, sorprendida.
El lugar que le habían asignado no era simplemente una habitación de hotel sin más. Era un pequeño apartamento con todas sus comodidades. La habitación principal tenía el suelo de madera y las paredes pintadas de color azul cielo; la cama estaba situada frente a una ventana ataviada con cortinas blancas traslúcidas, desde la que podía ver parte del jardín, y a sus pies habían situado un baúl de viaje en el que podría guardar sus cosas. A modo de mobiliario, al lado de la cama tenía una pequeña mesita de noche con una lámpara encima de ella y, en el otro extremo de la habitación, un escritorio bastante amplio. Como decoración, encima del escritorio habían colocado un cuadro en los que se veía una escena del mar rompiendo en la costa en una noche de luna llena. Aparte de la habitación también estaba el cuarto de baño, con suelos y paredes de azulejos y ataviado con toda clase de comodidades, y la cocina.
Estaba claro que habían dispuesto el lugar para que los participantes del torneo estuvieran lo más cómodos posible, dado el hecho de que iban a vivir en aquel sitio durante una temporada.
Ayame, agotada física y mentalmente, dejó la bolsa de viaje en el suelo y se echó en la cama. Ya recogería el equipaje más tarde. Durante un momento, y con la agradable sensación de la brisa dándole en la cara, se permitió el lujo de olvidarse del miedo que le daba vivir sola y la aventura que iba a vivir el día siguiente. Por un momento simplemente quería desconectar y descansar.
El viaje había sido largo y agotador, y lo que estaba por venir no era precisamente un viaje de placer.