12/07/2017, 15:33
«Que encienda la luz, que la apague... ¡A ver si nos aclaramos, leñe!»
Akame cerró de súbito el puño y aquella canica de fuego desapareció en el aire, consumida, como si nunca hubiese estado allí. La oscuridad envolvió rápidamente a los muchachos, atrapándoles otra vez en su negro abrazo y volviendo la atmósfera más tenebrosa, si cabía. Kaido hizo un chiste entre dientes, pero a Akame no le quedaban ganas para reír; tenía toda su atención puesta en el sendero que recorrían camino al faro, y en los linderos. Cada vez que un ave nocturna ululaba, o un roedor pasaba correteando entre los árboles, el vello de la nuca se le erizaba y su mano derecha agarraba rápidamente la empuñadura del Lamento de Hazama.
Al fondo, entre las copas de los árboles, empezaba a filtrarse la tenue luz de una farola. Akame apretó el paso, sorteando hábilmente un par de ramas que habían invadido el camino con el paso de los años, y entonces lo vio.
El edificio era cilíndrico, idéntico a un faro marinero, y al verlo de cerca los muchachos pudieron distinguir varios detalles curiosos de su arquitectura. El primero, como ya se había mencionado, que era demasiado bajo y estaba demasiado lejos de la costa para servir de faro. El segundo, que estaba construido con piedra gris, y las tejas de su tejado cónico eran del mismo color desgastado.
—Curioso... Este edificio debe llevar aquí mucho tiempo. Más que el pueblo, diría yo —dijo Akame, pensativo.
El tercero, era que sólo se vislumbraba una posible entrada; un arco de piedra esculpida, cuyos símbolos estaban tan desgastados y abandonados que apenas se podían distinguir. Contrastaba con la apariencia del arco la desvencijada puerta de madera vieja que encajaba pobremente en unos oxidados goznes de hierro. Todo aquello parecía viejo y olvidado, como si el señor Soshuro ni siquiera hubiese sabido de su existencia y, por tanto, no le hubiese prestado mayor atención.
Akame se acercó a la entrada, pasando la mano por los estropeados grabados del arco de piedra. Entonces captó algo; aquel cántico susurrado que habían estado oyendo en el bosque se escuchaba con mayor intensidad. El Uchiha afinó el oído y alzó la vista hacia el balcón que sobresalía en la cima del faro. El cántico —que parecía provenir de allí— repetía una y otra vez los mismos versos.
Akame cerró de súbito el puño y aquella canica de fuego desapareció en el aire, consumida, como si nunca hubiese estado allí. La oscuridad envolvió rápidamente a los muchachos, atrapándoles otra vez en su negro abrazo y volviendo la atmósfera más tenebrosa, si cabía. Kaido hizo un chiste entre dientes, pero a Akame no le quedaban ganas para reír; tenía toda su atención puesta en el sendero que recorrían camino al faro, y en los linderos. Cada vez que un ave nocturna ululaba, o un roedor pasaba correteando entre los árboles, el vello de la nuca se le erizaba y su mano derecha agarraba rápidamente la empuñadura del Lamento de Hazama.
Al fondo, entre las copas de los árboles, empezaba a filtrarse la tenue luz de una farola. Akame apretó el paso, sorteando hábilmente un par de ramas que habían invadido el camino con el paso de los años, y entonces lo vio.
El edificio era cilíndrico, idéntico a un faro marinero, y al verlo de cerca los muchachos pudieron distinguir varios detalles curiosos de su arquitectura. El primero, como ya se había mencionado, que era demasiado bajo y estaba demasiado lejos de la costa para servir de faro. El segundo, que estaba construido con piedra gris, y las tejas de su tejado cónico eran del mismo color desgastado.
—Curioso... Este edificio debe llevar aquí mucho tiempo. Más que el pueblo, diría yo —dijo Akame, pensativo.
El tercero, era que sólo se vislumbraba una posible entrada; un arco de piedra esculpida, cuyos símbolos estaban tan desgastados y abandonados que apenas se podían distinguir. Contrastaba con la apariencia del arco la desvencijada puerta de madera vieja que encajaba pobremente en unos oxidados goznes de hierro. Todo aquello parecía viejo y olvidado, como si el señor Soshuro ni siquiera hubiese sabido de su existencia y, por tanto, no le hubiese prestado mayor atención.
Akame se acercó a la entrada, pasando la mano por los estropeados grabados del arco de piedra. Entonces captó algo; aquel cántico susurrado que habían estado oyendo en el bosque se escuchaba con mayor intensidad. El Uchiha afinó el oído y alzó la vista hacia el balcón que sobresalía en la cima del faro. El cántico —que parecía provenir de allí— repetía una y otra vez los mismos versos.
Cuando la Luna de Sangre baja,
la línea entre hombres y bestias se difumina,
y cuando Susano'o descienda,
el digno será bendecido con un hijo.
la línea entre hombres y bestias se difumina,
y cuando Susano'o descienda,
el digno será bendecido con un hijo.