12/07/2017, 18:45
Akame asintió, convencido ante el hábil razonamiento de Aiko. «Sí, es más que probable. ¿Fue por eso que le asesinaron? ¿Un ajuste de cuentas? Si nuestro amigo contable ganó tanto dinero trabajando con el tal Jefe, ¿por qué joderlo ahora?».
El músico miró a Datsue con aire distraído, como si no estuviese allí. Era la clase de mirada que la gente muy famosa dedicaba a los Don Nadie, a los fans y a los borrachos que se les acercaban después de una actuación para invitarles a copas. Sin embargo, cuando el joven Uchiha habló, logró sin lugar a dudas captar la atención del maestro. Éste enarcó una ceja, confuso, y se rascó la barbilla con la mano derecha.
—¿Condolencias? —musitó—. ¡Ah, te refieres al bueno de Takeshi! —exclamó, y justo después se tapó la boca al darse cuenta de que había hablado demasiado alto—. No fue nada, se asustó y quiso salir por la puerta principal. Yo intenté avisarle de que había demasiada gente, pero no me escuchó...
»Una señora le pasó por encima calzando uno de esos... tacones, esos que tienen el talón largo y afilado. Le hizo varias heridas pero nada mortal, por supuesto.
Rokuro sonrió tímidamente. Había algo en su mirada vidriosa, en su pulso poco firme y... En su aliento. Tan de cerca, Datsue pudo percibirlo perfectamente; aquel tipo apestaba a alcohol.
—Si me disculpas, muchacho... —se excusó el músico, pretendiendo deshacerse de Datsue para llegar hasta el sacerdote que estaba oficiando el velatorio.
Entretanto, los ayudantes del sacerdote cerraron la tapa del ataúd y el orador cesó sus cánticos. Todos los invitados se voltearon hacia Rokuro Hei, que estaba plantado junto al sacerdote y el féretro, con su shamisen en las manos.
—El señor Rokuro-dono ha tenido la gentileza de ofrecerse a tocar una canción en memoria del difunto —anunció el sacerdote.
Los invitados callaron, y el maestro empezó a tocar. Tal y como había sucedido la noche anterior, la suave melodía invadió rápidamente hasta el último rincón de la sala. Era una música singular, como ninguna otra que nadie allí hubiese escuchado. Las notas se entrelazaban en una coreografía perfecta, un ritmo pausado y taciturno que lograba lo que conseguía; expresar la tristeza de su autor. Incluso los gennin notaron como de repente la pena los invadía y su corazón era más pesado. Aquella melodía les hizo volar, volar muy lejos de allí, hacia sus recuerdos más tristes...
De repente, un golpe seco los sacó de su ensimismamiento. Akame parpadeó, todavía absorto y confuso, buscando el origen de aquella interrupción. El samishen de Rokuro todavía seguía llenando el ambiente de suaves notas musicales, pero había algo que impedía al Uchiha sumirse de nuevo en aquel trance. Otro golpe.
Venía del ataúd.
Un tercero. La multitud empezó a darse cuenta de lo sucedido, y cuando la tapa se abrió a la fuerza y los dedos embalsamados de Ishigami Takuya sobresalieron por la rendija, estalló el caos.
La viuda se desmayó y cayó directamente en los brazos de sus dos hijos, que la sujetaron a duras penas. El sacerdote tomó un puñado de incienso y lo echó directamente sobre el féretro, entonando unos salmos con voz aterrorizada. Los invitados entraron en pánico y cólera a la vez. Algunos gritaban, otros increpaban al sacerdote y sus ayudantes, y la mayoría corría buscando una salida.
—¡Yokai, un yokai!
—¡Le han embalsamado vivo!
Pronto los ninjas fueron arrastrados por la frenética multitud y tendrían que luchar por no ser derribados. En mitad del caos, Aiko fue capaz de ver como el hombre con cara de rata hacía acto de presencia. ¿O tal vez había estado allí todo el rato? Sea como fuere, el sicario no tardó en agarrar a Rokuro por el cuello y arrastrarle hacia fuera por una de las salidas laterales del templo.
El músico miró a Datsue con aire distraído, como si no estuviese allí. Era la clase de mirada que la gente muy famosa dedicaba a los Don Nadie, a los fans y a los borrachos que se les acercaban después de una actuación para invitarles a copas. Sin embargo, cuando el joven Uchiha habló, logró sin lugar a dudas captar la atención del maestro. Éste enarcó una ceja, confuso, y se rascó la barbilla con la mano derecha.
—¿Condolencias? —musitó—. ¡Ah, te refieres al bueno de Takeshi! —exclamó, y justo después se tapó la boca al darse cuenta de que había hablado demasiado alto—. No fue nada, se asustó y quiso salir por la puerta principal. Yo intenté avisarle de que había demasiada gente, pero no me escuchó...
»Una señora le pasó por encima calzando uno de esos... tacones, esos que tienen el talón largo y afilado. Le hizo varias heridas pero nada mortal, por supuesto.
Rokuro sonrió tímidamente. Había algo en su mirada vidriosa, en su pulso poco firme y... En su aliento. Tan de cerca, Datsue pudo percibirlo perfectamente; aquel tipo apestaba a alcohol.
—Si me disculpas, muchacho... —se excusó el músico, pretendiendo deshacerse de Datsue para llegar hasta el sacerdote que estaba oficiando el velatorio.
Entretanto, los ayudantes del sacerdote cerraron la tapa del ataúd y el orador cesó sus cánticos. Todos los invitados se voltearon hacia Rokuro Hei, que estaba plantado junto al sacerdote y el féretro, con su shamisen en las manos.
—El señor Rokuro-dono ha tenido la gentileza de ofrecerse a tocar una canción en memoria del difunto —anunció el sacerdote.
Los invitados callaron, y el maestro empezó a tocar. Tal y como había sucedido la noche anterior, la suave melodía invadió rápidamente hasta el último rincón de la sala. Era una música singular, como ninguna otra que nadie allí hubiese escuchado. Las notas se entrelazaban en una coreografía perfecta, un ritmo pausado y taciturno que lograba lo que conseguía; expresar la tristeza de su autor. Incluso los gennin notaron como de repente la pena los invadía y su corazón era más pesado. Aquella melodía les hizo volar, volar muy lejos de allí, hacia sus recuerdos más tristes...
De repente, un golpe seco los sacó de su ensimismamiento. Akame parpadeó, todavía absorto y confuso, buscando el origen de aquella interrupción. El samishen de Rokuro todavía seguía llenando el ambiente de suaves notas musicales, pero había algo que impedía al Uchiha sumirse de nuevo en aquel trance. Otro golpe.
Venía del ataúd.
Un tercero. La multitud empezó a darse cuenta de lo sucedido, y cuando la tapa se abrió a la fuerza y los dedos embalsamados de Ishigami Takuya sobresalieron por la rendija, estalló el caos.
La viuda se desmayó y cayó directamente en los brazos de sus dos hijos, que la sujetaron a duras penas. El sacerdote tomó un puñado de incienso y lo echó directamente sobre el féretro, entonando unos salmos con voz aterrorizada. Los invitados entraron en pánico y cólera a la vez. Algunos gritaban, otros increpaban al sacerdote y sus ayudantes, y la mayoría corría buscando una salida.
—¡Yokai, un yokai!
—¡Le han embalsamado vivo!
Pronto los ninjas fueron arrastrados por la frenética multitud y tendrían que luchar por no ser derribados. En mitad del caos, Aiko fue capaz de ver como el hombre con cara de rata hacía acto de presencia. ¿O tal vez había estado allí todo el rato? Sea como fuere, el sicario no tardó en agarrar a Rokuro por el cuello y arrastrarle hacia fuera por una de las salidas laterales del templo.