20/07/2017, 10:03
—No te compliques —intervino Koko, al tiempo que se colocaba justo delante de su compañero—. Ya lo llevo yo. —Se agachó, ofreciéndole la espalda—. Sube.
—¿Pero vas a poder con él...? —preguntó Ayame, dubitativa, aunque no quería dudar de la fuerza que podían tener los brazos y el cuerpo de aquella kunoichi.
Sin embargo, Datsue no se lo pensó dos veces.
—Bueno, si insistes… —dijo, pasando sus antebrazos sobre los hombros de la kunoichi y rodeando su cuello con las manos. Fue entonces cuando Ayame comprobó que sus dudas estaban totalmente infundadas. Koko levantó a su compañero como si fuera un muñeco de trapo o un niño pequeño—. ¿Vienes con nosotros, Ayame? —le preguntó, de repente—. Nunca he conocido a una kunoichi de Amegakure y sería estupendo aprovechar este infortunio para conocer un poco más de vuestra rica cultura…
—C... ¡Claro! —exclamó ella, ligeramente sobresaltada—. De todas maneras no me sentiría cómoda dejándoos abandonados ahora.
Echaron a andar bajo la inclemencia del sol de verano, de camino a Sendōshi. Cuando Ayame había salido de Nishinoya aquella mañana, lo último que había esperado era que su programa de entrenamiento se viera interrumpido por socorrer a un shinobi de Kusagakure. Pero no sentía ninguna pena por ello. En aquellos momentos, lo más importante era su recuperación.
—¿Vosotros también vais a participar en el Torneo de los Dojos? —intervino para romper el hielo, aunque enseguida se dio cuenta de lo estúpido de su pregunta. ¿Por qué si no iban a estar allí? ¡Sólo los propios habitantes y los participantes del torneo tenían permitido estar allí durante aquellos días![/color]
—¿Pero vas a poder con él...? —preguntó Ayame, dubitativa, aunque no quería dudar de la fuerza que podían tener los brazos y el cuerpo de aquella kunoichi.
Sin embargo, Datsue no se lo pensó dos veces.
—Bueno, si insistes… —dijo, pasando sus antebrazos sobre los hombros de la kunoichi y rodeando su cuello con las manos. Fue entonces cuando Ayame comprobó que sus dudas estaban totalmente infundadas. Koko levantó a su compañero como si fuera un muñeco de trapo o un niño pequeño—. ¿Vienes con nosotros, Ayame? —le preguntó, de repente—. Nunca he conocido a una kunoichi de Amegakure y sería estupendo aprovechar este infortunio para conocer un poco más de vuestra rica cultura…
—C... ¡Claro! —exclamó ella, ligeramente sobresaltada—. De todas maneras no me sentiría cómoda dejándoos abandonados ahora.
Echaron a andar bajo la inclemencia del sol de verano, de camino a Sendōshi. Cuando Ayame había salido de Nishinoya aquella mañana, lo último que había esperado era que su programa de entrenamiento se viera interrumpido por socorrer a un shinobi de Kusagakure. Pero no sentía ninguna pena por ello. En aquellos momentos, lo más importante era su recuperación.
—¿Vosotros también vais a participar en el Torneo de los Dojos? —intervino para romper el hielo, aunque enseguida se dio cuenta de lo estúpido de su pregunta. ¿Por qué si no iban a estar allí? ¡Sólo los propios habitantes y los participantes del torneo tenían permitido estar allí durante aquellos días![/color]