22/07/2017, 19:29
Sumergidos en el interior del escalofriante faro, Kaido no pudo hacer más que mantenerse a raya de sus compañeros. Cerró detrás suyo la puerta —que volvió a rechinar como cerdo en matadero—, y continuó el ascenso por las raídas escaleras ligeramente iluminada por un par de antorchas.
De pronto sintió la garganta reseca, como si no se hubiese hidratado en más de una semana. Pero el miedo, y la expectativa, además, le impidieron mover sus manos hasta los linderos de su termo. No era hora de beber sino de observar. Observar tan detenidamente como pudieran, a los detalles. A los peligros. A las amenazas. O la amenaza, en singular.
Puesto que, allí en lo más alto de aquella torre; se encontraron a un único individuo, cuyo lánguido cuerpo calzaba fino sobre una estropeada silla mecedora, de esas típicas de las películas de terror. Tenía el rostro aboyado con cicatrices a medio curar y el área de los ojos yacían cubiertos por una tela sucia y ligera.
Sus labios, sin embargo, se movían melodiosamente bajo la imperante luz de luna. Sus manos señalaban al gran satélite, como si cantase una serenata para ella, y sólo para ella.
—… Y cuando Susano’o descienda, seré bendecido con un hijo.
Justo en ese instante, la confianza que tenía en sus compañeros desembocó en un mar de dudas. Que Datsue repitiera el final de aquella frase tan religiosamente le hizo temer de lo que aquella melodía podría haber hecho en sus compañeros. Lo cierto es que a partir de ese momento, no le quitaría el ojo al Uchiha de la vanguardia, quien desde su posición, tendría la tarea de elegir cuál sería el siguiente movimiento para los tres curiosos shinobi. ¿Llamarían la atención del viejo, o en vista de que no había rastro alguno de Soshuro, o el timonel, decidirían volver sin levantar sospechas?
De pronto sintió la garganta reseca, como si no se hubiese hidratado en más de una semana. Pero el miedo, y la expectativa, además, le impidieron mover sus manos hasta los linderos de su termo. No era hora de beber sino de observar. Observar tan detenidamente como pudieran, a los detalles. A los peligros. A las amenazas. O la amenaza, en singular.
Puesto que, allí en lo más alto de aquella torre; se encontraron a un único individuo, cuyo lánguido cuerpo calzaba fino sobre una estropeada silla mecedora, de esas típicas de las películas de terror. Tenía el rostro aboyado con cicatrices a medio curar y el área de los ojos yacían cubiertos por una tela sucia y ligera.
Sus labios, sin embargo, se movían melodiosamente bajo la imperante luz de luna. Sus manos señalaban al gran satélite, como si cantase una serenata para ella, y sólo para ella.
—… Y cuando Susano’o descienda, seré bendecido con un hijo.
Justo en ese instante, la confianza que tenía en sus compañeros desembocó en un mar de dudas. Que Datsue repitiera el final de aquella frase tan religiosamente le hizo temer de lo que aquella melodía podría haber hecho en sus compañeros. Lo cierto es que a partir de ese momento, no le quitaría el ojo al Uchiha de la vanguardia, quien desde su posición, tendría la tarea de elegir cuál sería el siguiente movimiento para los tres curiosos shinobi. ¿Llamarían la atención del viejo, o en vista de que no había rastro alguno de Soshuro, o el timonel, decidirían volver sin levantar sospechas?