22/07/2017, 21:04
(Última modificación: 22/07/2017, 21:22 por Uchiha Akame.)
—... Y cuando Susano'o descienda, seré bendecido con un hijo.
Las palabras de Datsue retumbaron en la cumbre del faro. El anciano detuvo su salmo —que no su balanceo en la mecedora—, y por un momento todo quedó en silencio. Entonces, una carcajada brotó de las entrañas de aquel hombre, gorgojeando, hasta salir de sus labios. Fue una risa tímida y suave al principio que fue ganando en intensidad y malicia hasta convertirse en una carcajada gutural, siniestra, que retumbó por toda la habitación. El viejo siguió riendo mientras Akame se preguntaba qué demonios estaba sucediendo.
Siguió riendo mientras los ojos del joven gennin se teñían de rojo, con dos aspas negras en torno a cada pupila. Rió más cuando Akame giró la cabeza levemente, buscando a su compañero de Aldea, y vio cómo el Sharingan brillaba también en los ojos de Datsue. Las carcajadas del viejo se les metieron en la cabeza a ambos Uchiha, que cuando quisieron llevar la vista al frente, sintieron como la sangre les hervía en las venas.
La Luna, tan grande y majestuosa como hacía unos instantes, con su color de plata, era ahora roja. Completamente roja, como la sangre de los Uchiha y el Sharingan de sus ojos. El viejo empezó a cantar de nuevo, esta vez con más intensidad, y ambos muchachos pudieron sentirlo dentro de ellos.
«Me está... Llamando... Tengo que... Alcanzarla...»
Era aquella Luna de sangre. Tan cerca y tan lejos, para los dos Uchiha aquella melodía se había convertido en toda una ovación tocada por una orquesta de almas en pena que ellos mismos habían esclavizado en incontables batallas. Su corazón bombeaba el mismísimo fuego de Amaterasu por sus venas, sus ojos todo lo podían ver y Susano'o les invitaba a sentarse en su mesa junto a él y darse un festín que duraría toda la eternidad. Se sintieron poderosos.
Desde fuera de aquel macabro sueño vívido, Kaido se mantenía completamente despierto. Los cantos del anciano no hacían efecto alguno en él, y la Luna —pese a que desde allí se podía contemplar mejor que desde abajo— no era más que lo que había sido siempre. Lo que sí pudo ver el escualo fue a sus dos compañeros de aventura con los ojos fijos en aquel orbe plateado, avanzando como sonámbulos hacia ella.
Un paso, otro paso. Cada vez estaban más cerca. El aire fresco de la noche golpeó a los dos Uchiha en el rostro cuando salieron al balcón, con la mirada fija en la Luna, estirando los brazos como si quisieran tocarla. La barandilla metálica les paró un momento, pero los gennin del Remolino no parecían dispuestos a dejar que aquel trivial obstáculo les privase de alcanzar las promesas de poder, gloria y eternidad.
Akame fue el primero en pasar una pierna por encima de la baranda con gesto ausente. La caída era de más de quince metros.
Las palabras de Datsue retumbaron en la cumbre del faro. El anciano detuvo su salmo —que no su balanceo en la mecedora—, y por un momento todo quedó en silencio. Entonces, una carcajada brotó de las entrañas de aquel hombre, gorgojeando, hasta salir de sus labios. Fue una risa tímida y suave al principio que fue ganando en intensidad y malicia hasta convertirse en una carcajada gutural, siniestra, que retumbó por toda la habitación. El viejo siguió riendo mientras Akame se preguntaba qué demonios estaba sucediendo.
Siguió riendo mientras los ojos del joven gennin se teñían de rojo, con dos aspas negras en torno a cada pupila. Rió más cuando Akame giró la cabeza levemente, buscando a su compañero de Aldea, y vio cómo el Sharingan brillaba también en los ojos de Datsue. Las carcajadas del viejo se les metieron en la cabeza a ambos Uchiha, que cuando quisieron llevar la vista al frente, sintieron como la sangre les hervía en las venas.
La Luna, tan grande y majestuosa como hacía unos instantes, con su color de plata, era ahora roja. Completamente roja, como la sangre de los Uchiha y el Sharingan de sus ojos. El viejo empezó a cantar de nuevo, esta vez con más intensidad, y ambos muchachos pudieron sentirlo dentro de ellos.
«Me está... Llamando... Tengo que... Alcanzarla...»
Era aquella Luna de sangre. Tan cerca y tan lejos, para los dos Uchiha aquella melodía se había convertido en toda una ovación tocada por una orquesta de almas en pena que ellos mismos habían esclavizado en incontables batallas. Su corazón bombeaba el mismísimo fuego de Amaterasu por sus venas, sus ojos todo lo podían ver y Susano'o les invitaba a sentarse en su mesa junto a él y darse un festín que duraría toda la eternidad. Se sintieron poderosos.
Desde fuera de aquel macabro sueño vívido, Kaido se mantenía completamente despierto. Los cantos del anciano no hacían efecto alguno en él, y la Luna —pese a que desde allí se podía contemplar mejor que desde abajo— no era más que lo que había sido siempre. Lo que sí pudo ver el escualo fue a sus dos compañeros de aventura con los ojos fijos en aquel orbe plateado, avanzando como sonámbulos hacia ella.
Un paso, otro paso. Cada vez estaban más cerca. El aire fresco de la noche golpeó a los dos Uchiha en el rostro cuando salieron al balcón, con la mirada fija en la Luna, estirando los brazos como si quisieran tocarla. La barandilla metálica les paró un momento, pero los gennin del Remolino no parecían dispuestos a dejar que aquel trivial obstáculo les privase de alcanzar las promesas de poder, gloria y eternidad.
Akame fue el primero en pasar una pierna por encima de la baranda con gesto ausente. La caída era de más de quince metros.