25/07/2017, 20:31
(Última modificación: 25/07/2017, 21:58 por Uchiha Akame.)
«Susano'o... Concédeme... Tu poder...»
Podía sentirlo. Le estaba llamando. A su alrededor el balcón del faro se había convertido en un campo de batalla sembrado de muerte y destrucción. Las llamas le acaloraban el corazón, el canto de los pájaros había desaparecido para dar lugar a los aullidos de los heridos; de los muertos. Cientos de almas que ahora serían sus sirvientes en el más allá. Todas segadas por su mano. De sus ojos manaba un poder tan intenso que una mirada era capaz de destruir a sus enemigos. Caían por decenas, y su sangre bañaba al Uchiha.
Akame reía y mataba y se regocijaba en la gloria de la carnicería. Todo en el nombre del Tempestuoso Dios del Valor y del clan Uchiha, sus legítimos hijos y herederos. Pronto, el éxtasis de la batalla no fue suficiente. Akame quería más. Alzó los brazos al cielo y clamó a su Dios, a su Padre, a su Protector. Sintió como una energía sin igual le invadía por completo, rodeándole con un halo índigo y violeta. Poco a poco aquel chakra fue tomando la forma de un inmenso guerrero Tengu.
«Soy invencible... Soy... Soy... ¡SOY UN DIOS!»
De repente, captó una voz. Era tenue e insignificante, indigna de dirigirse a un Dios como él, que había ascendido a los mismos cielos para ocupar su legítimo lugar junto a Susano'o. Y, sin embargo, aquel insecto cuestionaba su autoridad. Su magnificencia. Su infinita clarividencia. El Uchiha afinó el oído, furioso.
—¡Akame, despierta, hijo de puta!
De repente el gennin notó un fuerte tirón en la espalda, la voz de Susano'o desapareció junto con los aullidos de sus enemigos en un vórtice y todo se volvió negro.
—Ugh...
Notó el viento frío de la noche golpeándole en el rostro. Miró a su alrededor y empezó a recordar. El faro, las escaleras, el balcón... Aquel anciano con los ojos vendados... «¿Qué demonios...?» Cuando por fin empezó a ser consciente de dónde estaba y la niebla mental que le enajenaba se dispersó por completo, el Uchiha se incorporó.
—¿Pero qué mierda...? —logró articular.
Los cantos del viejo habían cesado, así como su balanceo, y ahora se mantenía totalmente quieto. Un escalofrío recorrió a los muchachos, e incluso a pesar de que sus ojos estaban vendados, cualquiera de ellos pudo asegurar que estaba atravesando a Kaido con la mirada.
Podía sentirlo. Le estaba llamando. A su alrededor el balcón del faro se había convertido en un campo de batalla sembrado de muerte y destrucción. Las llamas le acaloraban el corazón, el canto de los pájaros había desaparecido para dar lugar a los aullidos de los heridos; de los muertos. Cientos de almas que ahora serían sus sirvientes en el más allá. Todas segadas por su mano. De sus ojos manaba un poder tan intenso que una mirada era capaz de destruir a sus enemigos. Caían por decenas, y su sangre bañaba al Uchiha.
Akame reía y mataba y se regocijaba en la gloria de la carnicería. Todo en el nombre del Tempestuoso Dios del Valor y del clan Uchiha, sus legítimos hijos y herederos. Pronto, el éxtasis de la batalla no fue suficiente. Akame quería más. Alzó los brazos al cielo y clamó a su Dios, a su Padre, a su Protector. Sintió como una energía sin igual le invadía por completo, rodeándole con un halo índigo y violeta. Poco a poco aquel chakra fue tomando la forma de un inmenso guerrero Tengu.
«Soy invencible... Soy... Soy... ¡SOY UN DIOS!»
De repente, captó una voz. Era tenue e insignificante, indigna de dirigirse a un Dios como él, que había ascendido a los mismos cielos para ocupar su legítimo lugar junto a Susano'o. Y, sin embargo, aquel insecto cuestionaba su autoridad. Su magnificencia. Su infinita clarividencia. El Uchiha afinó el oído, furioso.
—¡Akame, despierta, hijo de puta!
De repente el gennin notó un fuerte tirón en la espalda, la voz de Susano'o desapareció junto con los aullidos de sus enemigos en un vórtice y todo se volvió negro.
—
—Ugh...
Notó el viento frío de la noche golpeándole en el rostro. Miró a su alrededor y empezó a recordar. El faro, las escaleras, el balcón... Aquel anciano con los ojos vendados... «¿Qué demonios...?» Cuando por fin empezó a ser consciente de dónde estaba y la niebla mental que le enajenaba se dispersó por completo, el Uchiha se incorporó.
—¿Pero qué mierda...? —logró articular.
Los cantos del viejo habían cesado, así como su balanceo, y ahora se mantenía totalmente quieto. Un escalofrío recorrió a los muchachos, e incluso a pesar de que sus ojos estaban vendados, cualquiera de ellos pudo asegurar que estaba atravesando a Kaido con la mirada.