25/07/2017, 23:11
El Tiburón de Amegakure arremetió, confuso y furioso, contra aquel anciano en mecedora. El rostro del viejo compuso una mueca deforme y horrenda cuando el primer puñetazo de Kaido lo alcanzó en plena nariz. El amenio notó, bajo sus nudillos, cómo el tabique nasal de aquel hombre que debía pasar los setenta años se rompía sin oposición. Y, poco después, la sangre caliente, espesa, negra, que bajó por su nariz.
—¡Argh!
A espaldas del Gyojin se oyó un golpetazo. Akame acababa de caer derribado, como empujado por una fuerza invisible, con ambas manos aferrándose la nariz sangrante e hinchada. «¿¡Pero qué cojones...!?» El Uchiha no tuvo tiempo de abrir la boca, porque antes de que ninguno de los tres muchachos se diese cuenta, Kaido había asestado otro fuerte golpe al anciano ciego —esta vez, en el pómulo derecho—. Fue un puñetazo fuerte, rápido y seco, pero el anciano ni siquiera gimió.
En su lugar fue Datsue el que tuvo que reprimir un bufido ahogado cuando trastabilló un par de pasos, teniendo que agarrarse a la barandilla metálica del balcón si quería conservar el equilibrio. Notaría un fuerte dolor en la parte derecha de su rostro, ahora amoratado y palpitante.
—¡Para, joder! —aulló al aire Akame, que ya esperaba el próximo golpe. Todavía se encontraba recostado sobre el frío suelo de piedra, con la mano derecha agarrándose la nariz y la izquierda tratando de arrancar un pedazo de su camisa para parar la hemorragia. «Al menos he tenido suerte de que mi nariz lleve rota tantos años...»
—¡Argh!
A espaldas del Gyojin se oyó un golpetazo. Akame acababa de caer derribado, como empujado por una fuerza invisible, con ambas manos aferrándose la nariz sangrante e hinchada. «¿¡Pero qué cojones...!?» El Uchiha no tuvo tiempo de abrir la boca, porque antes de que ninguno de los tres muchachos se diese cuenta, Kaido había asestado otro fuerte golpe al anciano ciego —esta vez, en el pómulo derecho—. Fue un puñetazo fuerte, rápido y seco, pero el anciano ni siquiera gimió.
En su lugar fue Datsue el que tuvo que reprimir un bufido ahogado cuando trastabilló un par de pasos, teniendo que agarrarse a la barandilla metálica del balcón si quería conservar el equilibrio. Notaría un fuerte dolor en la parte derecha de su rostro, ahora amoratado y palpitante.
—¡Para, joder! —aulló al aire Akame, que ya esperaba el próximo golpe. Todavía se encontraba recostado sobre el frío suelo de piedra, con la mano derecha agarrándose la nariz y la izquierda tratando de arrancar un pedazo de su camisa para parar la hemorragia. «Al menos he tenido suerte de que mi nariz lleve rota tantos años...»