26/07/2017, 00:56
Un golpe, «¡Toma, pedazo de mierda!»; y el frágil tabique del viejo se torció hacia el costado, víctima del potente impulso con el que abalanzó su brazo sobre él. Su mano izquierda se tintó de rojo, bañándole los nudillos de sangre, que pronto se escurriría entre sus dedos e inundaría sus fosas de un fuerte olor a hierro.
A la distancia, escuchó un estruendoso quejido. Pero no le importó. Cegado por la furia, llevó su mano hacia adelante, y volvió a acariciar con violencia el rostro del anciano, ésta vez por su derecha. Y de nuevo, una súplica. Pidiéndole que se detuviera. Pero ésta no provenía del silente anciano, sino de Datsue, que se volcó hacia los extremos de la baranda al unísono de su puñetazo.
¿Por qué? ¿por qué eran ellos los que le exhortaban a detenerse?
Entonces tuvo que voltear, con los orbes inflados, y su respiración agitada. Apretaba los dientes tan fuerte que las navajas rozaban peligrosamente sus labios. Su rostro: el reflejo de su bestia interna.
—¡Qué pasa, coño!
Umikiba Kaido trastabiló hacia atrás, y observó como Datsue se abalanzó para tomar con sus propias manos el control de la situación. Intentó tomar los brazos del anciano a fin de inhabilitarlo, consciente de lo que quizás allí estaba pasando. Sólo allí, recién, Kaido entendió, en teoría, el asunto. Un golpe, dos golpes.
«¿Les hizo daño a ellos?»
El gyojin se acercó finalmente hasta los linderos del viejo, y se debatió internamente sobre cómo actuar a partir de ahora en adelante. Entre los quejidos de llorica de Datsue, y la paciente espera de Akame: alguien tenía que hacer algo, pero el qué no estaba para nada claro.
Lo único que se le ocurrió fue meter la mano y quitarle la venda al viejo. Si los iba a matar a los tres, que lo hiciera viéndolos a los ojos, al menos.
A la distancia, escuchó un estruendoso quejido. Pero no le importó. Cegado por la furia, llevó su mano hacia adelante, y volvió a acariciar con violencia el rostro del anciano, ésta vez por su derecha. Y de nuevo, una súplica. Pidiéndole que se detuviera. Pero ésta no provenía del silente anciano, sino de Datsue, que se volcó hacia los extremos de la baranda al unísono de su puñetazo.
¿Por qué? ¿por qué eran ellos los que le exhortaban a detenerse?
Entonces tuvo que voltear, con los orbes inflados, y su respiración agitada. Apretaba los dientes tan fuerte que las navajas rozaban peligrosamente sus labios. Su rostro: el reflejo de su bestia interna.
—¡Qué pasa, coño!
Umikiba Kaido trastabiló hacia atrás, y observó como Datsue se abalanzó para tomar con sus propias manos el control de la situación. Intentó tomar los brazos del anciano a fin de inhabilitarlo, consciente de lo que quizás allí estaba pasando. Sólo allí, recién, Kaido entendió, en teoría, el asunto. Un golpe, dos golpes.
«¿Les hizo daño a ellos?»
El gyojin se acercó finalmente hasta los linderos del viejo, y se debatió internamente sobre cómo actuar a partir de ahora en adelante. Entre los quejidos de llorica de Datsue, y la paciente espera de Akame: alguien tenía que hacer algo, pero el qué no estaba para nada claro.
Lo único que se le ocurrió fue meter la mano y quitarle la venda al viejo. Si los iba a matar a los tres, que lo hiciera viéndolos a los ojos, al menos.