26/07/2017, 16:32
Todavía aturdido por el golpe, Akame ató cabos. Los dos puñetazos de Kaido, su nariz sangrante, el pómulo amoratado de Datsue. «Joder, no puede ser... Ese vejestorio está haciendo algún tipo de técnica, ¡pero no veo nada!». Pese a que su Sharingan seguía activo, Akame era incapaz de ver alteración alguna en el chakra del anciano. De hecho ni siquiera parecía que su energía fuese lo suficientemente concentrada como para realizar técnica alguna; tenía todas las características de un civil. «¿Pero, entonces...?»
No hubo tiempo para más reflexiones. Datsue se lanzó sobre el viejo, intentando agredirlo de forma idéntica a como había hecho Kaido momentos antes. Horrorizado, Akame se incorporó y con un rápido salto interceptó a su compañero de Aldea, agarrándole de los brazos.
—¿¡Pero qué haces, loco!? ¿¡Quieres que nos haga más daño!? —bramó el Uchiha, todavía aturdido por la amalgama de recuerdos y sonidos que volvían a su mente—. ¡Si le hieres, nosotros también sufriremos el golpe!
Por el rabillo del ojo, Akame vio cómo el de Amegakure se abalanzaba también sobre el viejo. «¿¡Es que ninguno ha entendido nada!?» Sin embargo —y para alivio suyo—, Kaido no buscó golpear al anciano, sino más bien quitarle la venda que rodeaba sus ojos.
Cuando el trozo de tela dejó completamente al descubierto el rostro de aquel septuagenario, Akame tuvo que contener una exclamación de sorpresa. Sus cuencas estaban completamente vacías, y en donde alguna vez habían estado sus ojos, sólo había dos canicas de marfil de un tamaño bastante parecido. Ambas tenían una circunferencia dibujada —a modo de iris— y un punto en el centro, como pupila. El trazo era similar al que se podía haber hecho con un pincel, y la tinta parecía ser sangre fresca.
—La puta madre... —balbuceó el Uchiha, incrédulo. Aquellas piedrecitas estaban cargadas de un chakra oscuro y ponzoñoso.
El viejo aulló de rabia al verse desprovisto de su venda, y como un loco frenético trató de incorporarse para atacar al Gyojin. Afortunadamente para los muchachos, las piernas del hombre parecían no funcionar en absoluto, y sus brazos no estaban en mucho mejor estado. El anciano cayó hacia delante al intentar ponerse en pie, estampándose de cara contra la fría piedra del balcón. Akame y Datsue fueron derribados al unísono, notando un dolor ardiente e intenso en la cara, el pecho y las rodillas.
—¡Joder! —maldijo el gennin de Uzu desde el suelo, aferrándose las partes doloridas—. ¡Detenlo, maldita sea!
Y es que el anciano se arrastraba, babeante y farfullando, hacia la barandilla metálica del balcón.
No hubo tiempo para más reflexiones. Datsue se lanzó sobre el viejo, intentando agredirlo de forma idéntica a como había hecho Kaido momentos antes. Horrorizado, Akame se incorporó y con un rápido salto interceptó a su compañero de Aldea, agarrándole de los brazos.
—¿¡Pero qué haces, loco!? ¿¡Quieres que nos haga más daño!? —bramó el Uchiha, todavía aturdido por la amalgama de recuerdos y sonidos que volvían a su mente—. ¡Si le hieres, nosotros también sufriremos el golpe!
Por el rabillo del ojo, Akame vio cómo el de Amegakure se abalanzaba también sobre el viejo. «¿¡Es que ninguno ha entendido nada!?» Sin embargo —y para alivio suyo—, Kaido no buscó golpear al anciano, sino más bien quitarle la venda que rodeaba sus ojos.
Cuando el trozo de tela dejó completamente al descubierto el rostro de aquel septuagenario, Akame tuvo que contener una exclamación de sorpresa. Sus cuencas estaban completamente vacías, y en donde alguna vez habían estado sus ojos, sólo había dos canicas de marfil de un tamaño bastante parecido. Ambas tenían una circunferencia dibujada —a modo de iris— y un punto en el centro, como pupila. El trazo era similar al que se podía haber hecho con un pincel, y la tinta parecía ser sangre fresca.
—La puta madre... —balbuceó el Uchiha, incrédulo. Aquellas piedrecitas estaban cargadas de un chakra oscuro y ponzoñoso.
El viejo aulló de rabia al verse desprovisto de su venda, y como un loco frenético trató de incorporarse para atacar al Gyojin. Afortunadamente para los muchachos, las piernas del hombre parecían no funcionar en absoluto, y sus brazos no estaban en mucho mejor estado. El anciano cayó hacia delante al intentar ponerse en pie, estampándose de cara contra la fría piedra del balcón. Akame y Datsue fueron derribados al unísono, notando un dolor ardiente e intenso en la cara, el pecho y las rodillas.
—¡Joder! —maldijo el gennin de Uzu desde el suelo, aferrándose las partes doloridas—. ¡Detenlo, maldita sea!
Y es que el anciano se arrastraba, babeante y farfullando, hacia la barandilla metálica del balcón.