27/07/2017, 18:33
—¡ARG!
Akame aulló de dolor cuando su primo lejano y compañero de Aldea, Datsue el Caníbal, le pegó una dentellada en la espinilla. El Uchiha se revolvió, entre la ira y la sorpresa mientras Datsue notaba también el dolor de su propio mordisco.
—¿¡Pero qué demonios haces, animal!? —vociferó Akame, tratando de incorporarse para poner tierra de por medio. «Quizás esté poseído, tengo que defenderme», pensó el Uchiha.
Sin embargo, el viejo no pareció notar dolor alguno. Tal vez aquella misteriosa técnica que lo vinculaba a los jóvenes gennin no funcionaba en ambos sentidos, o tal vez... «Sus piernas, ¡claro! No parece ser capaz de mover las piernas, tal vez es paralítico o simplemente perdió la sensibilidad del tren inferior. Maldita sea...» Poco a poco, Akame trataba de encajar las piezas de aquella macabra jugarreta que el anciano les estaba haciendo.
Kaido, por su parte, optó por la vía más sencilla. Agarró al viejo de la cintura y lo inmovilizó, echando todo su peso encima de él. El anciano trató de revolverse, pero no era lo bastante fuerte. Aulló de rabia y echó espumarajos por la boca como una bestia encabritada, mientras Akame se ponía en pie un tanto aturdido por la manta de golpes que se había llevado en apenas un momento.
Con un berrido desgarrador y gutural, el viejo convulsionó con fuerza para luego quedar completamente inmóvil. Las piedritas de marfil que hacían las veces de ojos se desprendieron de sus cuencas, rodando por el balcón hasta tocar con la barandilla metálica, y el oscuro chakra que las recubría perdió su brillo paulatinamente hasta desaparecer. Si alguno de los muchachos comprobaba el pulso del viejo, se darían cuenta de que era inexistente. Aquel tipo estaba clínicamente muerto.
Akame respiró, aliviado, al entender que —fuera lo que fuese aquello que los estaba atacando—, acababa de parar. Se dejó caer al suelo, con el pecho todavía bamboleándose al son de su respiración agitada, tratando de recuperar el aliento.
—Joder —masculló—. Tenemos que salir de aquí.
Akame aulló de dolor cuando su primo lejano y compañero de Aldea, Datsue el Caníbal, le pegó una dentellada en la espinilla. El Uchiha se revolvió, entre la ira y la sorpresa mientras Datsue notaba también el dolor de su propio mordisco.
—¿¡Pero qué demonios haces, animal!? —vociferó Akame, tratando de incorporarse para poner tierra de por medio. «Quizás esté poseído, tengo que defenderme», pensó el Uchiha.
Sin embargo, el viejo no pareció notar dolor alguno. Tal vez aquella misteriosa técnica que lo vinculaba a los jóvenes gennin no funcionaba en ambos sentidos, o tal vez... «Sus piernas, ¡claro! No parece ser capaz de mover las piernas, tal vez es paralítico o simplemente perdió la sensibilidad del tren inferior. Maldita sea...» Poco a poco, Akame trataba de encajar las piezas de aquella macabra jugarreta que el anciano les estaba haciendo.
Kaido, por su parte, optó por la vía más sencilla. Agarró al viejo de la cintura y lo inmovilizó, echando todo su peso encima de él. El anciano trató de revolverse, pero no era lo bastante fuerte. Aulló de rabia y echó espumarajos por la boca como una bestia encabritada, mientras Akame se ponía en pie un tanto aturdido por la manta de golpes que se había llevado en apenas un momento.
Con un berrido desgarrador y gutural, el viejo convulsionó con fuerza para luego quedar completamente inmóvil. Las piedritas de marfil que hacían las veces de ojos se desprendieron de sus cuencas, rodando por el balcón hasta tocar con la barandilla metálica, y el oscuro chakra que las recubría perdió su brillo paulatinamente hasta desaparecer. Si alguno de los muchachos comprobaba el pulso del viejo, se darían cuenta de que era inexistente. Aquel tipo estaba clínicamente muerto.
Akame respiró, aliviado, al entender que —fuera lo que fuese aquello que los estaba atacando—, acababa de parar. Se dejó caer al suelo, con el pecho todavía bamboleándose al son de su respiración agitada, tratando de recuperar el aliento.
—Joder —masculló—. Tenemos que salir de aquí.