27/07/2017, 19:32
Cuando por fin volvía a ella, Nabi, que no había deshecho el agarre de su mano en ningún momento; la guió hacia la casa más grande del lugar, que contaba con dos pisos. «Probablemente sea la posada...» Pensó la joven con el ceño ligeramente fruncido. «O eso espero, porque no sé dónde se va a alojar la gente en casas tan pequeñas.»
Al llegar al lugar en cuestión encontraron un hombre de estatura escasa, prácticamente debía medir menos que un niño de unos once o doce años pues Eri le sacaba casi una cabeza y eso sí que significaba que tenías un problema de altura, literal. De poco pelo y ataviado con una bata que seguramente fue blanca en sus inicios, se acercó a ambos con una sonrisa en sus labios.
— Ahí está, el bueno de Nabi. Me habían dicho que venias pero con lo que estabas tardando iba a salir yo a buscarte ya.
— ¿Cómo? ¿Quien? No, en serio, ¿cómo te has enterado?
«¡Magia! ¡Sabía que vendríamos!»
Sin embargo poco duró la atención en Nabi ya que el hombre —que parecía ser el encargado del lugar— se giró para posar su vista en ella. Levantó su mano para estrecharla más cuando Eri la acercó dubitativa la apartó pues estaba llena de una sustancia parecida a tomate... Triturado.
— Un placer, señorita. Shibō Kobito para servirla, esperé que vaya a lavarme y me presento como es debido. Tú tambien podrías avisar. Ahora vuelvo.
— Furukawa Eri, Kobito-san, el placer es mío. — Se presentó ella inclinando un poco su cuerpo, sin embargo no le dio tiempo a más pues él se marchó para lavarse y poder presentarse como era debido, tal y cómo había dicho él. Nabi pasó dentro de la estancia sguiéndole; y el lugar, que pese a que el posadero parecía tener un aire desaliñado volando siempre a su alrededor, el lugar parecía tranquilo, limpio y tenía su encanto.
Nabi dejó las cosas en el mostrador y ella se quedó allí mientras el rubio cogía una llave.
— Bueno, nosotros nos vamos, volveremos para cenar, dile a Yuri que suba nuestras cosas a la habitación... 2. Hasta luego.
— Pero... ¿No deberíamos subir nosotros las cosas? Tampoco pesan mucho...
Al llegar al lugar en cuestión encontraron un hombre de estatura escasa, prácticamente debía medir menos que un niño de unos once o doce años pues Eri le sacaba casi una cabeza y eso sí que significaba que tenías un problema de altura, literal. De poco pelo y ataviado con una bata que seguramente fue blanca en sus inicios, se acercó a ambos con una sonrisa en sus labios.
— Ahí está, el bueno de Nabi. Me habían dicho que venias pero con lo que estabas tardando iba a salir yo a buscarte ya.
— ¿Cómo? ¿Quien? No, en serio, ¿cómo te has enterado?
«¡Magia! ¡Sabía que vendríamos!»
Sin embargo poco duró la atención en Nabi ya que el hombre —que parecía ser el encargado del lugar— se giró para posar su vista en ella. Levantó su mano para estrecharla más cuando Eri la acercó dubitativa la apartó pues estaba llena de una sustancia parecida a tomate... Triturado.
— Un placer, señorita. Shibō Kobito para servirla, esperé que vaya a lavarme y me presento como es debido. Tú tambien podrías avisar. Ahora vuelvo.
— Furukawa Eri, Kobito-san, el placer es mío. — Se presentó ella inclinando un poco su cuerpo, sin embargo no le dio tiempo a más pues él se marchó para lavarse y poder presentarse como era debido, tal y cómo había dicho él. Nabi pasó dentro de la estancia sguiéndole; y el lugar, que pese a que el posadero parecía tener un aire desaliñado volando siempre a su alrededor, el lugar parecía tranquilo, limpio y tenía su encanto.
Nabi dejó las cosas en el mostrador y ella se quedó allí mientras el rubio cogía una llave.
— Bueno, nosotros nos vamos, volveremos para cenar, dile a Yuri que suba nuestras cosas a la habitación... 2. Hasta luego.
— Pero... ¿No deberíamos subir nosotros las cosas? Tampoco pesan mucho...