27/07/2017, 20:57
Observo, escucho y, finalmente, decidió exponer la conclusión a la que había llegado.
—Entonces, teniendo en cuenta todo lo dicho, creo que lo mejor es ser pacientes y esperar, pero sin perder de vista nuestro objetivo —propuso con serenidad, buscando un punto intermedio entre todas las ideas—. Lo mejor es que de día cooperemos con los propósitos del escultor y nos ganemos su “confianza”, y que de noche exploremos y busquemos aquello que pueda estar escondiendo de nosotros y que sea de nuestro interés.
El joven se levanto a caminar un poco, y dejo que ambos muchacho paladearan juntos aquella proposición bajo la luz de luna. Se detuvo un segundo y percibió el silencio de una respuesta que no estaba lista para ser dicha.
—De todas formas no necesitan responder ahora —señalo, casi dejando escapar un bostezo—. Piénsenlo y mañana me dirán si están de acuerdo o no, o si tiene una propuesta mejor.
El mañana se sentía lejos, pero solo era cuestión de horas para que el sol saliera y tuvieran que reunirse con Satomu. El sueño se hacía cada vez más pesado, dificultando la fluidez de los pensamientos. Algo normal, teniendo en cuenta que era una hora pasada la media noche y que ya habían consumido todos los bocadillos y bebidas dulces que podían darles energía.
—Me retiro —dijo mientras bostezaba con gran amplitud—. Que pasen buenas noches, Akame-san y Kaido-san.
A Kōtetsu le costó un esfuerzo considerable el levantarse, pese a que ya era una hora pasado el amanecer. Se dio un largo baño con agua caliente, atendió sus heridas y luego salió de los elegantes aposentos que le habían asignado, para dirigirse a uno de los varios comedores. En aquel lugar le recibió un desayuno tan abundante como variado: Servidas en tazas y bandejas de plata y porcelana, había frutas, cereales, panecillos, quesos, carnes y frituras. Además, le acercaron numerosas jarras de fino cristal, llenas con leche, jugo y vino.
Comió hasta quedar satisfecho y procedió a buscar a un empleado para que le guiase hasta el sitio en donde Nishijima quería verles.
Era la hora pautada, y se encontraba a la espera del escultor y de sus otros compañeros, rodeados de docenas de columnas bellamente esculpidas, en una pequeña y bien iluminada galería interna, frente a una enorme puerta de roca blanca reforzada con hierro negro, similar a las que debían de utilizarse en las bóvedas de los bancos.
“Este sitio es un tanto diferente al resto de la mansión, parece más… privado”, se dijo a sí mismo, mientras observaba su moreno reflejo en el suelo de mármol color caliza real.
Aquel día comenzaba prometiendo mucho, solo le restaba esperar a sus nuevos socios de maquinaciones nocturnas… y al extravagante artista.
—Entonces, teniendo en cuenta todo lo dicho, creo que lo mejor es ser pacientes y esperar, pero sin perder de vista nuestro objetivo —propuso con serenidad, buscando un punto intermedio entre todas las ideas—. Lo mejor es que de día cooperemos con los propósitos del escultor y nos ganemos su “confianza”, y que de noche exploremos y busquemos aquello que pueda estar escondiendo de nosotros y que sea de nuestro interés.
El joven se levanto a caminar un poco, y dejo que ambos muchacho paladearan juntos aquella proposición bajo la luz de luna. Se detuvo un segundo y percibió el silencio de una respuesta que no estaba lista para ser dicha.
—De todas formas no necesitan responder ahora —señalo, casi dejando escapar un bostezo—. Piénsenlo y mañana me dirán si están de acuerdo o no, o si tiene una propuesta mejor.
El mañana se sentía lejos, pero solo era cuestión de horas para que el sol saliera y tuvieran que reunirse con Satomu. El sueño se hacía cada vez más pesado, dificultando la fluidez de los pensamientos. Algo normal, teniendo en cuenta que era una hora pasada la media noche y que ya habían consumido todos los bocadillos y bebidas dulces que podían darles energía.
—Me retiro —dijo mientras bostezaba con gran amplitud—. Que pasen buenas noches, Akame-san y Kaido-san.
***
A Kōtetsu le costó un esfuerzo considerable el levantarse, pese a que ya era una hora pasado el amanecer. Se dio un largo baño con agua caliente, atendió sus heridas y luego salió de los elegantes aposentos que le habían asignado, para dirigirse a uno de los varios comedores. En aquel lugar le recibió un desayuno tan abundante como variado: Servidas en tazas y bandejas de plata y porcelana, había frutas, cereales, panecillos, quesos, carnes y frituras. Además, le acercaron numerosas jarras de fino cristal, llenas con leche, jugo y vino.
Comió hasta quedar satisfecho y procedió a buscar a un empleado para que le guiase hasta el sitio en donde Nishijima quería verles.
Era la hora pautada, y se encontraba a la espera del escultor y de sus otros compañeros, rodeados de docenas de columnas bellamente esculpidas, en una pequeña y bien iluminada galería interna, frente a una enorme puerta de roca blanca reforzada con hierro negro, similar a las que debían de utilizarse en las bóvedas de los bancos.
“Este sitio es un tanto diferente al resto de la mansión, parece más… privado”, se dijo a sí mismo, mientras observaba su moreno reflejo en el suelo de mármol color caliza real.
Aquel día comenzaba prometiendo mucho, solo le restaba esperar a sus nuevos socios de maquinaciones nocturnas… y al extravagante artista.