28/07/2017, 19:08
—No sé si el tipo tendrá algo que ver en toda esta locura —aseveró Akame ante el comentario de su compañero—. Pero sí estoy seguro de que es la única persona que puede sacarnos de aquí. Lo encontraremos, y cuando lo hagamos, nos subiremos todos a ese barco y nos iremos cagando leches... Quiera él o no.
Aquella última frase del Uchiha podía muy bien interpretarse como una amenaza; y así era. Para Akame, cualquier —cualquier— método valdría para persuadir al timonel de que les llevase de vuelta a Uzu no Kuni. Tanto igual le daba si tenía algo que ver en los misteriosos sucesos que estaban ocurriendo, o si no.
—Creo que el señor Soshuro y el timonel, y todos los que iban en ese carruaje, son víctimas igual que nosotros —afirmó luego el Uchiha—. Quizás el viejo estaba tan pendiente de nosotros porque sabía que íbamos a ser el objetivo de unos lunáticos. Si no, ¿por qué se despeñó su carro por la ladera?
«No tiene sentido...»
Cuando Kaido habló, Akame tuvo que darle la razón. Lo más sensato era abandonar el faro, y cuanto antes. Ni corto ni perezoso —e ignorando el fiambre que yacía tendido sobre la fría piedra—, el Uchiha abandonó el balcón y luego emprendió la bajada por las escaleras hasta la base del edificio.
Durante el descenso y el camino de vuelta por el oscuro bosque, Akame estaba más aterrado incluso que antes. Ahora que todos habían podido constatar que algo muy siniestro estaba sucediendo en la isla, el Uchiha tenía todas las alarmas a punto de saltar. Cada dos por tres se volteaba de súbito, esperando encontrarse a algún loco como el viejo del faro esperando para saltarle encima. Las sombras del bosque se movían de forma inquietante, y el ulular de los pájaros nocturnos se había convertido en una tenebrosa melodía.
Cuando por fin llegaron a la encrucijada al pie de la colina, Akame oteó el sendero que tenían enfrente, el que llevaba hasta el pueblo. Hizo acopio de valor y, haciéndose a un lado, siguió el camino al amparo de la vegetación, buscando camuflarse.
El pueblo estaba tan desierto como al principio. Sus calles, todas perfectamente pavimentadas y alineadas en un orden sin fallo, estaban iluminadas por farolas que emitían un brillo anaranjado y tenue. Sólo los balidos de la cabra que habían visto en el corral de una de las viviendas, cuando horas antes cruzasen el pueblo en el carromato en dirección a la finca del noble. El Uchiha observó durante un rato las hileras de casas idénticas y numeradas en orden antes de voltearse hacia sus compañeros.
—Y ahora, ¿por dónde demonios empezamos a buscar? Son todas iguales. Parece hecho a posta, por todos los dioses...
De repente un profundo silencio invadió el pueblo, y nada se oyó salvo las voces de los muchachos.
Aquella última frase del Uchiha podía muy bien interpretarse como una amenaza; y así era. Para Akame, cualquier —cualquier— método valdría para persuadir al timonel de que les llevase de vuelta a Uzu no Kuni. Tanto igual le daba si tenía algo que ver en los misteriosos sucesos que estaban ocurriendo, o si no.
—Creo que el señor Soshuro y el timonel, y todos los que iban en ese carruaje, son víctimas igual que nosotros —afirmó luego el Uchiha—. Quizás el viejo estaba tan pendiente de nosotros porque sabía que íbamos a ser el objetivo de unos lunáticos. Si no, ¿por qué se despeñó su carro por la ladera?
«No tiene sentido...»
Cuando Kaido habló, Akame tuvo que darle la razón. Lo más sensato era abandonar el faro, y cuanto antes. Ni corto ni perezoso —e ignorando el fiambre que yacía tendido sobre la fría piedra—, el Uchiha abandonó el balcón y luego emprendió la bajada por las escaleras hasta la base del edificio.
Durante el descenso y el camino de vuelta por el oscuro bosque, Akame estaba más aterrado incluso que antes. Ahora que todos habían podido constatar que algo muy siniestro estaba sucediendo en la isla, el Uchiha tenía todas las alarmas a punto de saltar. Cada dos por tres se volteaba de súbito, esperando encontrarse a algún loco como el viejo del faro esperando para saltarle encima. Las sombras del bosque se movían de forma inquietante, y el ulular de los pájaros nocturnos se había convertido en una tenebrosa melodía.
Cuando por fin llegaron a la encrucijada al pie de la colina, Akame oteó el sendero que tenían enfrente, el que llevaba hasta el pueblo. Hizo acopio de valor y, haciéndose a un lado, siguió el camino al amparo de la vegetación, buscando camuflarse.
El pueblo estaba tan desierto como al principio. Sus calles, todas perfectamente pavimentadas y alineadas en un orden sin fallo, estaban iluminadas por farolas que emitían un brillo anaranjado y tenue. Sólo los balidos de la cabra que habían visto en el corral de una de las viviendas, cuando horas antes cruzasen el pueblo en el carromato en dirección a la finca del noble. El Uchiha observó durante un rato las hileras de casas idénticas y numeradas en orden antes de voltearse hacia sus compañeros.
—Y ahora, ¿por dónde demonios empezamos a buscar? Son todas iguales. Parece hecho a posta, por todos los dioses...
De repente un profundo silencio invadió el pueblo, y nada se oyó salvo las voces de los muchachos.