29/07/2017, 11:38
—Lo siento, Amedama-san, la anestesia aún no se le ha pasado del todo —intervino la enfermera, que en ese momento estaba cambiando la botella de suero de la cama contigua, cuando la mujer de cabellos oscuros y ojos violetas se inclinó sobre su hijo y trató de hablarle.
—No se preocupe, yo lo veo igual de tonto que siempre —respondió ella, alegremente.
En ese momento una lágrima se escapó de las comisuras de los ojos de Daruu, y su madre, gentil, se la limpió con una suave caricia.
—En cuanto se le pase la anestesia y repose un poco, estará como nuevo —intervino otra voz, dura y férrea como el acero—. Shimize, hay que cambiarle los vendajes.
—Enseguida, Aotsuki-sama —dijo la enfermera rápidamente, que terminó con lo que estaba haciendo para atender al muchacho.
Aotsuki Zetsuo se acercó en un meditativo silencio a la otra camilla. Ayame había recuperado su color natural de piel, sus piernas habían vuelto a la normalidad y ya no sufría aquellos terroríficos espasmos. Una vía en su brazo derecho la conectaba a una botella de antisuero que habían elaborado gracias a la descripción de las serpientes dadas. Sin embargo, y aunque su estado había mejorado rápidamente, seguía inconsciente. Y el médico sabía con total certeza que aún tardaría un poco más que Daruu en despertarse.
Si no hubiesen conseguido salir a tiempo de aquella pesadilla, si no hubiera sido por la velocidad de reacción de Kōri y las rápidas y concisas respuestas de Daruu; Ayame...
—Pa... pá... —las palabras se escaparon de entre sus labios, débiles y temblorosos como los pétalos de una flor marchita.
—Ponedle más anestesia a Ayame —dijo el médico.
—No se preocupe, yo lo veo igual de tonto que siempre —respondió ella, alegremente.
En ese momento una lágrima se escapó de las comisuras de los ojos de Daruu, y su madre, gentil, se la limpió con una suave caricia.
—En cuanto se le pase la anestesia y repose un poco, estará como nuevo —intervino otra voz, dura y férrea como el acero—. Shimize, hay que cambiarle los vendajes.
—Enseguida, Aotsuki-sama —dijo la enfermera rápidamente, que terminó con lo que estaba haciendo para atender al muchacho.
Aotsuki Zetsuo se acercó en un meditativo silencio a la otra camilla. Ayame había recuperado su color natural de piel, sus piernas habían vuelto a la normalidad y ya no sufría aquellos terroríficos espasmos. Una vía en su brazo derecho la conectaba a una botella de antisuero que habían elaborado gracias a la descripción de las serpientes dadas. Sin embargo, y aunque su estado había mejorado rápidamente, seguía inconsciente. Y el médico sabía con total certeza que aún tardaría un poco más que Daruu en despertarse.
Si no hubiesen conseguido salir a tiempo de aquella pesadilla, si no hubiera sido por la velocidad de reacción de Kōri y las rápidas y concisas respuestas de Daruu; Ayame...
—Pa... pá... —las palabras se escaparon de entre sus labios, débiles y temblorosos como los pétalos de una flor marchita.
—Ponedle más anestesia a Ayame —dijo el médico.