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24/07/2017, 15:42
(Última modificación: 29/07/2017, 02:29 por Amedama Daruu.)
Ayame se transformaba en agua cada vez que una serpiente saltaba hacia ella y trataba de cerrar sus fauces alrededor de su cuerpo. Daruu observó el chakra de su compañera brillar, retorcerse y actuar localmente con cada bocado, pero las muecas de dolor le indicaron que el Suika de la muchacha no era tan perfecto como había creído. Además, Ayame perdía chakra con cada golpe que amortiguaba. «¡Mierda, creía que estaría mejor!» Daruu chasqueó la lengua y adelantó un brazo, pero Ayame era muy rápida y ya casi había llegado al ascensor. Se lo ofreció para el último paso y tiró de ella.
Por desgracia, el ascensor aún no había llegado.
—Encima... ¡¿Encima tenemos que esperar?! —chilló Ayame, asustada. Se volvió.
Las serpientes seguían zigzagueando hacia ellos. cada vez más rápido, cada vez en más cantidad. Salían desde las cañerías.
«¿Eso era lo que obstruía a mi Byakugan? Esto cambia totalmente la misión entera. Cuando salgamos de aquí, no sé si deberíamos informar a Kori y cambiar el rumbo de todo esto...»
Pero no era momento para preocuparse por esas cosas. Los reptiles estaban cada vez más cerca, y mucho se temía que avanzaban más rápido que lo que descendía el ascensor.
—¿Qué hacemos...?
«Piensa... piensa...»
Daruu ahogó un grito y se colocó delante de Ayame, apartándola a un lado con cuidado. Juntó las manos.
«Carnero, tigre...»
—¡Suiton: Mizuame Nabara! —exclamó, y escupió una especie de caramelo de color azulado que se extendió por el agua y por las paredes del pasillo. Las serpientes que estaban bajo el agua se veían atrapadas al subir, las que habían sacado la cabeza no podían sacar los cuerpos de la superficie, y las que intentaban salir desde las tuberías se chocaban con una pared elástica—. ¡Esto nos dará algo de tiempo, pero no mucho!
Los siguientes diez segundos fueron los más tensos que había vivido en su corta vida. Ayame y Daruu pegaron la espalda al ascensor, deseando que se abriera, que se abriera lo más pronto posible. Las serpientes cada vez eran menos retenidas por el líquido pegajoso del jutsu de Daruu, y estaban empezando a avanzar hacia ellos. Cuando parecía que las agujas del reloj no podían dilatarse más, las puertas se abrieron de golpe y los muchachos cayeron de culo al suelo del ascensor.
—¡Mierda, cuidado! —Tres serpientes habían saltado hacia ellos con sus fauces abiertas, y...
Zzzzzup.
Las puertas del ascensor se cerraron, y los jóvenes shinobi escucharon el golpe seco de los reptiles al golpear el acero exterior.
—Cuidado, Ayame —repitió Daruu, levantándose—. No te fíes... No te fíes. —Le extendió la mano para ayudarla a levantarse.
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25/07/2017, 11:25
(Última modificación: 29/07/2017, 02:30 por Amedama Daruu.)
En respuesta, Daruu se colocó frente a ella y la apartó del peligro con cuidado. Juntó las manos, y comenzó a entrelazarlas en varios sellos.
—¡Suiton: Mizuame Nabara! —exclamó, y escupió un líquido transparente, similar al agua si no fuera porque era tan viscoso como la mermelada, que se extendió sobre la superficie del agua y por las paredes del pasillo. Las serpientes que quedaron atrapadas en la superficie sisearon, enfurecidas, mientras mostraban sus colmillos. Mientras tanto, las que habían quedado bajo la superficie ondearon sobre sí mismas, buscando una abertura en aquella capa que les impedía acceder al aire. Muchas de las aberturas de las paredes quedaron también cubiertas, pero las serpientes que consiguieron salir de todas maneras quedaron pegadas junto al resto—. ¡Esto nos dará algo de tiempo, pero no mucho!
Pasaron los segundos más agobiantes de su vida. Ayame, junto a Daruu, pegó la espalda contra la puerta firmemente cerrada del ascensor. Ahogó un gemido de angustia. Por un momento llegó a desear ser un fantasma y poder atravesarla para dejar atrás aquellos terroríficos ofidios. Pero no lo era. Y las serpientes comenzaban a liberarse de sus trampas. Y el ascensor seguía sin llegar. Los reptiles volvían a moverse hacia ellos con los colmillos enfilados. Y cuando parecía que se les iban a echar encima de nuevo, cuando parecía que tendrían que recurrir a algún tipo de plan B para lograr sobrevivir a aquella última locura, las puertas se abrieron de golpe y ambos cayeron dentro del ascensor.
—¡Mierda, cuidado! —exclamó Daruu.
Y cuando Ayame alzó la cabeza pudo contemplar, horrorizada, como tres de las serpientes se abalanzaban hacia ellos justo en el momento en el que las puertas volvían a cerrarse. Tres secos golpes les indicaron que los animales se habían chocado contra el acero.
Incapaz de articular palabra y resollando con esfuerzo, Ayame tragó saliva mientras trataba de calmar los desenfrenados latidos de su corazón. Ni siquiera se dio cuenta que, como una despiadada broma, el ambiente se había llenado de la agradable musiquilla del ascensor cuando este comenzó a ascender sin que ninguno de los dos hubiese pulsado botón ninguno.
—Cuidado, Ayame —repitió Daruu junto a ella, levantándose—. No te fíes... No te fíes. —Le extendió la mano para ayudarla a levantarse.
—S... sí... —farfulló, con varias gotas de sudor frío perlando su frente.
Él le tendió la mano para ayudarla a levantarse. Y ella la aceptó de buena gana. Sin embargo, apenas había apoyado las piernas cuando volvió a caer con un aullido de dolor.
—¡AH! ¡M... Mis piernas...! ¡Arden! —chilló, rota de dolor. Le temblaban las manos con violencia pero tras varios desesperados intentos consiguió remangarse las perneras del pantalón. Y se arrepintió en el mismo instante que lo había hecho. Sus piernas estaban hinchadas, amoratadas. Sentía escalofríos. Todo comenzó a darle vueltas sin remedio, la musiquilla del ascensor y la voz de Daruu se encharcaron en sus oídos y, al final, terminó por perder el conocimiento.
Ella, que era la viva representación del agua, había sido contaminada. Envenenada.
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26/07/2017, 00:04
(Última modificación: 29/07/2017, 02:30 por Amedama Daruu.)
Daruu tomó la mano de Ayame y tiró de ella, pero cuando la muchacha trató de levantarse aulló como si algo le hubiera desgarrado las piernas y cayó de nuevo al suelo.
—¡Ayame! ¡Ayame! ¿Qué pasa? —exclamó Daruu, asustado.
—¡AH! ¡M... Mis piernas...! ¡Arden! —chilló Ayame.
Daruu observó y suelo y se apartó, por si había alguna otra trampa mortal que pudiera sortear. Pero no había nada. Entonces, Ayame se esturó de las perneras del pantalón, y Daruu ahogó un grito, aterrorizado. Ayame perdió el conocimiento, y él casi lo perdió también pero de puro miedo. No sabía qué hacer, estaban sólos en el ascensor y ella estaba envenenada por un mordisco de unas serpientes de las que desconocían los efectos de su veneno.
«Esto es una pesadilla...»
—¡A... Ayame...! —El chico se acurrucó junto a ella y examinó con cuidado su chakra. Estaba bien. Pero... pero... Ya estaba inconsciente y...—. ¡¡Ayame, por favor, no te mueras!!
Se abrazó a ella y lloró. Lloró desconsolado. No era justo. ¡No era justo! Era una misión de rango D, se supone que aquello no debería pasar, se supone que debían estar a salvo. ¡No eran más que unos aprendices, por Amenokami!
Levantó el rostro y ahogó un grito. Depositó el cuerpo inerte de Ayame en el suelo del ascensor y se desabrochó la chaqueta. Con cuidado, enrolló los muslos de Ayame con las mangas, hizo un nudo y apretó, apretó todo lo fuerte que pudo.
«¡Ay Amenokami, por favor...! ¡No tengo ni idea de si lo que estoy haciendo tiene sentido, pero si esto impide que el veneno se expanda más...! ¡Si esto le salva la vida hasta que encuentre ayuda...!»
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26/07/2017, 11:02
(Última modificación: 29/07/2017, 02:31 por Amedama Daruu.)
—¡A... Ayame...! —gritó Daruu, pero ya no podía escucharle. Se acurrucó junto a ella y al examinar su chakra pudo comprobar que estaba estable, aunque se iba debilitando lentamente...—. ¡¡Ayame, por favor, no te mueras!!
La abrazó, llorando desconsolado, mientras el ascensor continuaba ascendiendo ajeno a su sufrimiento. La tintineante melodía no era más que una macabra broma, una tortura más añadida a aquel sádico juego del que estaban tratando desesperadamente de escapar. La cuestión era, ¿lo conseguirían juntos? ¿O sólo uno alcanzaría el final?
Los minutos pasaban como si fueran horas. Daruu seguía abrazado a la muchacha, que tiritaba como si estuviese sumergida en un baño de hielo que el calor corporal de su compañero era incapaz de derretir. Al final, en un acto igual de desesperado, Daruu dejó con cuidado a la kunoichi en el suelo, se quitó la chaqueta y la ató con todas sus fuerzas en torno a sus piernas en un ciego intento de que el veneno que corría por sus venas no se extendiera más.
Y seguían subiendo. Y la musiquita seguía repiqueteando en sus oídos. Ayame cada vez estaba más pálida y tiritaba cada vez más.
Y cuando toda esperanza parecía perdida, el ascensor se detuvo con suavidad y un último tintineo dio la señal de que las puertas se estaban abriendo.
En un abrir y cerrar de ojos, alguien los agarró y los sacó del cubículo.
—¿Qué ha pasado? —preguntó una voz familiar, átona y desangelada pero inusualmente alarmada—. Daruu-kun, ¿qué os ha pasado? ¡¿Qué le ocurre a Ayame?!
El jonin se había agachado junto a la muchacha, pero sus ojos seguían clavados en Daruu, exigiendo una rápida respuesta. En sus iris, tan gélidos como siempre, había un brillo que Daruu nunca había visto. Un brillo de terror que era difícil de atisbar en su rostro siempre imperturbable.
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26/07/2017, 11:58
(Última modificación: 29/07/2017, 02:31 por Amedama Daruu.)
El ruido del ascensor y la musiquita que a todas luces ahora le parecía macabra estaban desapareciendo y convirtiéndose en un murmullo al lado de su llanto y el sonido de los latidos de su corazón, que cada vez bombeaba más deprisa, más fuerte.
—¡Ayame! ¡Ayame...! ¡No es justo! —bramó al techo del ascensor, como si alguien fuera a oírle. Pronto le faltarían las fuerzas para gritar, y se centraría en sollozar en voz baja, con los ojos cerrados, esperando a la nada, esperando a nadie.
Y cuando menos te lo esperas, de un pequeño ascua pueden prenderse las llamas de la esperanza.
O ese trocito de hielo que ves en el mar pasa a ser un gran iceberg.
El Hielo estaba allí cuando las puertas del ascensor se abrieron. Y Daruu no pudo hacer otra cosa que abrazarse a sus piernas como si fuera un niño pequeño desprovisto de su madre y llorar, llorar desconsolado.
—¿Qué ha pasado? —La voz de Kori sonaba algo distinta de lo usual, pero a la vez igual que siempre. Daba un poco de miedo, porque la diferencia era muy sutil, y a la vez enorme—. Daruu-kun, ¿qué os ha pasado? ¡¿Qué le ocurre a Ayame!?
«Para de llorar. Para de llorar. ¡Aún hay esperanza! ¡Cuéntale lo del veneno, lo del veneno!»
Daruu tosió y se separó de Kori, quedando tirado en el suelo con la espalda apoyada en la pared, totalmente derrotado. Era consciente de la gravedad de la situación, pero aún así necesito unos segundos para tomar aire y poder siquiera hablar atropelladamente de lo que estaba pasando.
—A-a... Ayame está envenenada. Serpientes de agua. Azules. —dijo, tratando de dar la mejor descripción posible—. E-eso es lo importante ahora mismo, lo demás l-l-luego. Por favor. Hay que salvarla... Se muere...
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26/07/2017, 23:06
(Última modificación: 29/07/2017, 02:31 por Amedama Daruu.)
Daruu se apartó de Kōri y, tembloroso, apoyó la espalda en la pared. El jonin aguardaba la respuesta con la sangre fría que le caracterizaba, pero con todos los músculos en tensión y la ansiedad retenida por un férreo muro de hielo. Los segundos que el genin tardó en hablar, sin embargo, se le hicieron eternos.
—A-a... Ayame está envenenada. Serpientes de agua. Azules —dijo, y los ojos de Kōri se abrieron como los de un búho—. E-eso es lo importante ahora mismo, lo demás l-l-luego. Por favor. Hay que salvarla... Se muere...
—No va a morir.
Apenas le dejó terminar. No había tiempo que perder, y cada segundo era vital. Kōri se volvió hacia Ayame, mientras una de sus manos rebuscaba en la bolsa que llevaba en la parte inferior de la espalda. Sacó un pequeño frasco con forma de capsula con un líquido semitransparente en su interior. Lo destapó, dejando a la vista una larga y delgada aguja y, sin pensarlo un solo instante, clavó la jeringuilla en una de las piernas de Ayame, a la altura del muslo.
—Con la de veces que padre nos ha insistido en que llevemos uno de estos siempre encima, y no le has hecho caso hasta ahora —comentó para sí, mientras la cápsula se iba vaciando poco a poco en el interior del cuerpo de la muchacha. Una vez hubo terminado, volvió a taparlo y se lo guardó. Cogió a Ayame por detrás de los hombros y de las rodillas y la alzó en vuelo. Entonces se volvió hacia Daruu—. Le he administrado un antídoto genérico. Debería bastar para ralentizar los efectos del veneno durante un tiempo... pero tenemos que darnos prisa y llevarla al hospital. Zetsuo sabrá qué hacer.
El tono de piel de Ayame casi era el mismo que el de su hermano en aquellos instantes, pero por lo menos había dejado de tiritar. Sin embargo, tenían que apresurarse. Por la claridad que entraba a través de las ventanas y el paisaje que se podía ver a través de ellas, debían de estar en uno de los últimos pisos de la torre.
—Y por el camino vas a explicarme lo que ha ocurrido con más detalle.
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27/07/2017, 12:13
(Última modificación: 29/07/2017, 02:31 por Amedama Daruu.)
Solo necesitaba cuatro palabras. Aquellas cuatro palabras, con la serenidad con las que El Hielo las formuló.
—No va a morir.
Aquella puntita de luz en su corazón recibió la fuerza necesaria para hacerle dejar de parecer un fantasma en vida. Con los ojos rojos e hinchados de llorar, Daruu levantó la vista y miró a los ojos de Kori, desesperado, solicitante. Como si le hubiera leído la mente, el muchacho se volvió hacia Ayame mientras rebuscaba en uno de sus portaobjetos. De él sustrajo una cápsula con líquido y una aguja, que, a todas luces, parecía un antídoto.
«Es verdad, es verdad, ¡la va a salvar! ¡Tiene un antídoto!»
—Con la de veces que padre nos ha insistido en que llevemos uno de estos siempre encima, y no le has hecho caso hasta ahora —Pinchó el recipiente en la pierna de Ayame. Daruu tuvo que apartar la mirada para no marearse de nuevo. Tragó saliva mientras el hermano de Ayame retiraba el antídoto de sus piernas y lo guardaba el recipiente. El Hielo cogió a Ayame en volandas y se volvió de nuevo hacia Daruu—. Le he administrado un antídoto genérico. Debería bastar para ralentizar los efectos del veneno durante un tiempo... pero tenemos que darnos prisa y llevarla al hospital. Zetsuo sabrá qué hacer.
Daruu asintió lentamente y se levantó del suelo. Se restregó los ojos con las muñecas y se colocó más cerca de Kori, como si tuviera miedo de que el suelo se abriera y cayera de nuevo al laberinto, sólo y desprotegido, para que aquellas sierpes acabasen definitivamente con la vida de un genin de Ame.
—Y por el camino vas a explicarme lo que ha ocurrido con más detalle.
···
Y así lo hizo. Los muchachos se movieron con toda la presteza que el magullado cuerpo de Daruu les permitía. Durante el trayecto, el muchacho no tuvo ningún reparo en contarle a Kori con absoluto y total lujo de de detalles todo lo que había sucedido desde que habían puesto un pie en el edificio. Qué había pasado al caer, cómo Ayame le había salvado la vida, lo de la voz siniestra, el extraño chakra de las paredes que no dejaba pasar a su Byakugan, el método que habían elegido para escapar del laberinto, todas y cada una de las trampas en las que habían caído... y su fatídico encuentro con las serpientes a sólo un pasillo del ascensor de salida.
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Abandonaron la torre con toda la presteza que pudieron y teniendo en cuenta el estado magullado de Daruu. Y con igual rapidez se dirigieron hacia el hospital central de Amegakure. Por el camino, el genin le contó con todo lujo de detalles lo que había ocurrido en el interior de la torre durante su misión mientras el jonin le escuchaba sumergido en un meditativo silencio. Había entrecerrado ligeramente los ojos, pero no dijo nada al respecto hasta que llegaron al enorme complejo constituido por varios edificios.
Kōri entró directamente en la sección de urgencias y la temperatura ambiental del salón pareció bajar varios grados repentinamente ante su presencia. Ajeno a ello y acompañado de Daruu, se dirigió a toda prisa a la recepción.
—Envenenamiento por mordeduras de serpientes —dijo nada más llegar, sin un saludo, sin esperar una bienvenida.
El recepcionista, que apenas había tenido tiempo de levantar la cabeza de los documentos que poblaban la mesa, se vio sobresaltado por tan brusca presentación. Aún algo aturdido, miró a Kōri y entonces reparó en la muchacha que llevaba en sus brazos y que volvía a estar pálida como la cera y a tiritar. Los efectos del antídoto estaban disipándose bajo el poder del veneno. La alarma se disparó en su semblante.
—¡UNA CAMILLA! ¡RÁPIDO!
Todo sucedió muy deprisa. Ante la petición del recepcionista, una enfermera apareció de la nada con una camilla, arrancaron a Ayame de los brazos de su hermano y la depositaron con cuidado encima de ella. E igual de rápido desaparecieron tras girar una esquina. Sólo entonces, Kōri se dio media vuelta encaró a su otro alumno.
—Tú también debes ser atendido, Daruu-kun —dijo, y la calma que le caracterizaba había vuelto tanto a su voz como a su semblante. Sin embargo, se le veía terriblemente cansado y llevaba las manos cerradas en sendos puños—. Esa quemadura de la espalda no tiene buena pinta. Yo debo hablar con Zetsuo para explicarle lo ocurrido.
»Sobre la misión, está claro que aún no la habéis cumplido... Por lo que tendréis que volver. Y esta vez os acompañaré. Lo siento, no esperaba que algo así ocurriera. Habéis pasado por algo que sobrepasa en mucho una simple misión de rango D para unos ninjas novatos como vosotros.
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28/07/2017, 22:37
(Última modificación: 29/07/2017, 02:32 por Amedama Daruu.)
Kori tan sólo tuvo que dar una instrucción mínima para que el recepcionista, alarmado, solicitara una camilla y de inmediato acudiera una enfermera para llevarse a Ayame. Daruu observó con preocupación y dolor el rostro gris de la muchacha, casi del mismo color que el que su hermano exhibía de manera natural, y tragó saliva.
Les habían preparado para todo, pero comprendió que no estaban preparados para nada. Y entonces sintió la verdadera diferencia entre él y su sensei, un pilar inamovible, que a pesar de tener a su hermana al filo del precipicio de la muerte había actuado con frialdad y precisión.
—Tú también debes ser atendido, Daruu-kun —dijo el Hielo, de pronto.
—¿Eh?
—Esa quemadura de la espalda no tiene buena pinta. Yo debo hablar con Zetsuo para explicarle lo ocurrido.
Hasta entonces, no se había acordado de la quemadura de la espalda. Más bien, la adrenalina había borrado esa sensación. Pero de pronto, como si lo que le había dicho Kori fueran las palabras mágicas de un hechizo, sintió el ardor terrible del impacto con la explosión de aquél gas del laberinto, el peso de las piernas y los brazos y las ganas de vomitar. Empezó a estar mareado...
»Sobre la misión, está claro que aún no la habéis cumplido... Por lo que tendréis que volver. Y esta vez os acompañaré. Lo siento, no esperaba que algo así ocurriera. Habéis pasado por algo que sobrepasa en mucho una simple misión de rango D para unos ninjas novatos como vosotros.
—No... es tu... cul...
Se desplomó en el suelo del hospital. Escuchó gritos de alarma, pero parecían lejanos, como si acabase de hundirse en las aguas de un estanque.
···
Abrió los ojos. El techo era blanco y había mucha luz. Es curioso, porque no recordaba tener esas cortinas en la habitación. Y la ventana no estaba a la izquierda cuando solía dormir, no señor. Las ventanas normales de habitación de Daruu están a la derecha de la almohada. Todo aquello era muy raro.
Guau. Qué raro le parecía todo. Le daba vueltas. Y no sentía casi nada al mover las manos, como si estuviera flotando, como si estuviera flotando...
Unas voces lejanas le devolvieron poco a poco a la realidad.
«¿Que no se me ha pasado la anestesia del todo? ¿Qué aneste...?»
—No se preocupe, yo lo veo igual de tonto que siempre —contestó una voz familiar. Y pese a la broma cruel, oirla le hizo llorar. Y le recordó, de nuevo, que no era más que un crío pequeño jugando a ser ninja.
«Ma... mamá...»
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—Lo siento, Amedama-san, la anestesia aún no se le ha pasado del todo —intervino la enfermera, que en ese momento estaba cambiando la botella de suero de la cama contigua, cuando la mujer de cabellos oscuros y ojos violetas se inclinó sobre su hijo y trató de hablarle.
—No se preocupe, yo lo veo igual de tonto que siempre —respondió ella, alegremente.
En ese momento una lágrima se escapó de las comisuras de los ojos de Daruu, y su madre, gentil, se la limpió con una suave caricia.
—En cuanto se le pase la anestesia y repose un poco, estará como nuevo —intervino otra voz, dura y férrea como el acero—. Shimize, hay que cambiarle los vendajes.
—Enseguida, Aotsuki-sama —dijo la enfermera rápidamente, que terminó con lo que estaba haciendo para atender al muchacho.
Aotsuki Zetsuo se acercó en un meditativo silencio a la otra camilla. Ayame había recuperado su color natural de piel, sus piernas habían vuelto a la normalidad y ya no sufría aquellos terroríficos espasmos. Una vía en su brazo derecho la conectaba a una botella de antisuero que habían elaborado gracias a la descripción de las serpientes dadas. Sin embargo, y aunque su estado había mejorado rápidamente, seguía inconsciente. Y el médico sabía con total certeza que aún tardaría un poco más que Daruu en despertarse.
Si no hubiesen conseguido salir a tiempo de aquella pesadilla, si no hubiera sido por la velocidad de reacción de Kōri y las rápidas y concisas respuestas de Daruu; Ayame...
—Pa... pá... —las palabras se escaparon de entre sus labios, débiles y temblorosos como los pétalos de una flor marchita.
—Ponedle más anestesia a Ayame —dijo el médico.
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—Ngngnh... —gimió Daruu, y sintió un punzante dolor en la sien, producto sin duda de la anestesia de la que el mundo a su alrededor parecía hablar.
—¿Daruu? ¿Estás ahí?
—¡Nngng! —contestó Daruu.
—Bueno, medio-está.
Dejó caer la cabeza sobre la almohada de la camilla y abrió y cerró los ojos varias veces. Pronto, las cosas que habían pasado volvieron a su cabeza una tras otra. La misión de las tuberías. La caída al laberinto. Ayame. ¡Ayame!
—¿Ayame? —balbuceó, y giró la cabeza, buscándola. Todavía le pitaban los oídos y veía borroso, pero sin duda Ayame era la persona que estaba a la derecha, en la otra camilla. Habían varios miembros del personal médico encargándose de ella.
—Ayame está bien, cariño —dijo su madre con voz dulce—. Se pondrá bien.
—Esto no es ju... justo.
—Nada es justo, Daruu —espetó su madre, sin rastro de dulzura ahora en la voz, como un fantasma—. El mundo ninja es el menos justo de los mundos, además. Más vale que te vayas acostumbrando.
Daruu cerró los ojos, cansado.
—¿Sabes que es lo que pienso hacer en cuanto salga del hospital?
—Sí, lo que haces cada vez que te pasa algo malo. Pero la excusa ya se ha quedado vieja.
—Voy a zamparme la pizza más grande que encuentre.
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La enfermera acudió enseguida a sedar a Ayame, y la muchacha no tardó en caer de nuevo en un profundo y plácido sueño, alejado de los dolores y el sufrimiento que había comenzado a lacerar su maltrecho cuerpo ante el inminente despertar. Zetsuo suspiró para sí y se dio la vuelta justo en el momento en el que la temperatura de la habitación parecía descender varios grados de repente.
Dos toques en la puerta precedieron la entrada de Kōri, que avanzó hasta situarse en el centro de la habitación. En su mano derecha llevaba una bolsa de plástico que dejó sobre la mesita de noche que se encontraba entre los dos chicos. Un dulce aroma a vainilla llegó hasta la nariz de Daruu.
—Buenos días —saludó en voz baja, con una ligera inclinación de cabeza. Sus ojos, gélidos, se dirigieron en primer lugar hacia Zetsuo—. ¿Cómo se encuentra Ayame?
Zetsuo resopló y se dejó caer en la silla más cercana, visiblemente agotado.
—El veneno ya ha sido neutralizado, pero su cuerpo aún tardará algunos días en recomponerse del todo —respondió el médico, con voz grave. Y después habló su padre—: Esta niña estúpida... mira que le tengo dicho que se lleve siempre consigo un antídoto. Menos mal que llegaste a tiempo.
Kōri inclinó de nuevo la cabeza. Fijó sus ojos durante unos instantes en su hermana y sólo unos segundos después se volvió hacia Daruu.
—Veo que ya has despertado. ¿Te encuentras bien, Daruu-kun? —preguntó, ladeando ligeramente la cabeza—. No parece que Ayame va a poder despertar pronto, y cuando lo haga seguramente necesite algunos días más de reposo. Esto no le hará gracia, pero debemos volver nosotros dos solos a la torre a terminar la misión.
»Y, esta vez, sin laberintos de por medio.
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Dos toquecitos en la puerta auguraron la llegada del Hielo, pero Daruu ya había previsto su entrada en escena unos segundos antes de que lo hiciera. En esta ocasión, su Byakugan poco o nada tenía que ver: es que se estaba acostumbrando a distinguir las sutiles diferencias de temperatura en el aire a medida que su sensei se iba acercando, como quien sabe a ciencia cierta cuánta distancia hay entre él y un carruaje de caballos al poner el oído de cara al suelo.
Lo que no esperaba era esa bolsa de bollitos de vainilla que Kori depositó entre él y Ayame y que hizo que le rugieran las tripas sin remedio mientras los adultos conversaban sobre la situación de Ayame. Kiroe soltó una pequeña risilla y Daruu chistó colocándose el dedo índice en los labios.
—Veo que ya has despertado. ¿Te encuentras bien, Daruu-kun? —Kori le sobresaltó y Daruu dio un respingo. Removió la espalda, enarcando una ceja. «Increíble, ya no me duele nada...»—. No parece que Ayame va a poder despertar pronto, y cuando lo haga seguramente necesite algunos días más de reposo. Esto no le hará gracia, pero debemos volver nosotros dos solos a la torre a terminar la misión.
»Y, esta vez, sin laberintos de por medio.
—Créeme, Kori-sensei, no quiero ver más laberintos en toda mi vida —rio, y, todavía un poco adormilado por la anestesia, se reincorporó sobre la camilla.
—¡Daruu-kun! ¡Espera un poco! —se sorprendió su madre.
—¡Estoy bien! No me duele nada —replicó él—. Esas tuberías no van a limpiarse solas. Además, quiero hablar con Kori-sensei en privado. Hay algunas cosas que me escaman sobre todo este asunto.
»¿Dónde está mi ropa?
···
Media hora después, Daruu y Kori caminaban por las calles de Amegakure en dirección al edificio del laberinto.
—Ahora podemos hablar con más tranquilidad... —dijo el moreno—. Dime una cosa, Kori-sensei. ¿Habéis averiguado de quién era ese horrible laberinto?
»Disculpa la curiosidad insana, pero... ¿Cómo es posible que algo tan horrible estuviera en Amegakure desde el principio? ¡Dentro de la aldea!
Nivel: 32
Exp: 77 puntos
Dinero: 4420 ryōs
· Fue 30
· Pod 80
· Res 40
· Int 80
· Agu 40
· Car 50
· Agi 110
· Vol 60
· Des 60
· Per 100
A decir verdad, Kōri no había esperado que Daruu se reincorporara de inmediato tras sus palabras. De hecho ya había pensado que un día o dos de descanso le vendrían bien al muchacho, pero ninguna palabra fue capaz de convencerle. Decidido a acabar con la misión, el genin se vistió rápidamente, y apenas media hora después maestro y alumno caminaban por las calles de la aldea de vuelta hacia la torre.
—Ahora podemos hablar con más tranquilidad... —intervino Daruu, atrayendo la atención del jonin—. Dime una cosa, Kōri -sensei. ¿Habéis averiguado de quién era ese horrible laberinto?
Kōri entrecerró ligeramente los ojos, pero cualquier gesto seguía enmascarado bajo aquella eterna máscara de hielo.
—Disculpa la curiosidad insana, pero... ¿Cómo es posible que algo tan horrible estuviera en Amegakure desde el principio? ¡Dentro de la aldea!
Kōri volvió la vista al frente, imperturbable. Aún tardó algunos segundos más en responder, y el aire se cargó de aquel silencio tan tenso.
—Lo cierto es que nadie conocía la existencia de ese laberinto, Daruu-kun —explicó—. Después del incidente y de dejaros en el hospital, lo primero que hice fue ir a avisar a Arashikage-sama sobre lo sucedido. Se buscó entre los archivos el nombre del propietario original, que resultó ser Kanemochi Meiro, ya fallecido tanto tiempo atrás que no se recordaba su existencia. No existen registros sobre ese laberinto, así que, por lo que me has contado, es muy probable que llevara a cabo ese sádico juego suyo en clandestinidad —Kōri había vuelto a entrecerrar los ojos, pero enseguida sacudió la cabeza—. Si te acuerdas del cliente de nuestra misión, se llama Kanemochi Dōkan. Debe de ser uno de sus descendientes, o algo así. Si conoce o no la existencia de ese laberinto ya no lo sabemos, pero Arashikage-sama se encargará de desmantelar cualquier tipo de trampa antes de poner ese edificio en sus manos y, desde luego, le tendrá bien vigilado durante un buen tiempo. De eso no me cabe la menor duda.
Nivel: 34
Exp: 152 puntos
Dinero: 2240 ryō
· Fue 40
· Pod 100
· Res 60
· Int 60
· Agu 80
· Car 40
· Agi 60
· Vol 60
· Des 100
· Per 80
—Lo cierto es que nadie conocía la existencia de ese laberinto, Daruu-kun —explicó su maestro—. Después del incidente y de dejaros en el hospital, lo primero que hice fue ir a avisar a Arashikage-sama sobre lo sucedido. Se buscó entre los archivos el nombre del propietario original, que resultó ser Kanemochi Meiro, ya fallecido tanto tiempo atrás que no se recordaba su existencia. No existen registros sobre ese laberinto, así que, por lo que me has contado, es muy probable que llevara a cabo ese sádico juego suyo en clandestinidad —Kori entrecerró los ojos durante un momento
y sacudió la cabeza casi instantáneamente después—. Si te acuerdas del cliente de nuestra misión, se llama Kanemochi Dōkan. Debe de ser uno de sus descendientes, o algo así. Si conoce o no la existencia de ese laberinto ya no lo sabemos, pero Arashikage-sama se encargará de desmantelar cualquier tipo de trampa antes de poner ese edificio en sus manos y, desde luego, le tendrá bien vigilado durante un buen tiempo. De eso no me cabe la menor duda.
Daruu agachó la cabeza y su rostro se ensombreció unos instantes.
—A eso quería llegar, Kori-sensei —dijo—. Me preocupaba que Doukan conociera las instalaciones, no solo por eso sino porque significaría que nos mandó a morir allá abajo. Pensándolo de esa manera, dudo que las conociera, no se habría arriesgado así con Arashikage-sama...
»¿No?
Sacudió la cabeza.
—Da igual. Hay otra cosa que quiero preguntarte, Kori-sensei —dijo, muy serio, y se detuvo un momento—. Sobre Ayame...
»¿Qué es lo que tiene sellado en la espalda, Kori-sensei?
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