29/07/2017, 18:02
«¡Maldito cobarde!» Akame tuvo que contenerse para no abalanzarse sobre su compañero de Aldea y derribarlo en el acto por la simple razón de que habría hecho demasiado ruido. Por eso mismo se contentó con lanzarle una mirada de inconfundible desprecio, como si las dos aspas negras que ahora franqueaban sus pupilas estuviesen a punto de clavársele en la cabeza.
A diferencia de Datsue, él no estaba dispuesto a abandonar a Kaido a su suerte. ¿Qué habrían ganado con ello? El Tiburón había demostrado ser invulnerable ante las técnicas de control mental que a ellos les habían afectado... Dejarle morir era una decisión estúpida.
Por eso mismo, el Uchiha se asomó con cautela por el marco de la ventana. Allí vio una figura completamente oculta bajo una túnica negra que se aproximaba en su dirección; ni rastro del Gyojin. «Maldita sea, ¿¡dónde está Kaido-san!?»
Dentro, el amenio había conseguido mimetizarse con el entorno sirviéndose del Henge no Jutsu. Una técnica básica pero muy útil. El encapuchado echó un vistazo por la habitación, y luego avanzó con cierta cautela hacia la ventana. Desde fuera, Akame pudo ver la parte superior del torso y la cabeza —envueltas en la túnica— de aquella persona sobresalir por la ventana.
«No hay alternativa».
Con un movimiento rápido el Uchiha se incorporó, metiendo su mano zurda bajo la capucha de aquel tipo y usando el kunai de la diestra para atravesarle la garganta al momento. De entre las sombras de la capucha surgió un gorjeo ahogado, amortiguado por la mano con la que Akame aprisionaba los labios de su víctima. La figura se tambaleó mientras el gennin notaba un reguero de sangre, espesa y oscura, bajarle por el brazo que sostenía su kunai, todavía incrustado en el gaznate de aquella persona. Rápidamente sacó su cuchillo y lo dejó caer al suelo para sujetar la túnica con ambas manos e impedir que el cadáver cayese pesadamente al suelo.
Cuando lo dejó reclinado sobre el alféizar de la ventana, el Uchiha introdujo la cabeza con cuidado y susurró.
—¿Kaido-san?
A diferencia de Datsue, él no estaba dispuesto a abandonar a Kaido a su suerte. ¿Qué habrían ganado con ello? El Tiburón había demostrado ser invulnerable ante las técnicas de control mental que a ellos les habían afectado... Dejarle morir era una decisión estúpida.
Por eso mismo, el Uchiha se asomó con cautela por el marco de la ventana. Allí vio una figura completamente oculta bajo una túnica negra que se aproximaba en su dirección; ni rastro del Gyojin. «Maldita sea, ¿¡dónde está Kaido-san!?»
Dentro, el amenio había conseguido mimetizarse con el entorno sirviéndose del Henge no Jutsu. Una técnica básica pero muy útil. El encapuchado echó un vistazo por la habitación, y luego avanzó con cierta cautela hacia la ventana. Desde fuera, Akame pudo ver la parte superior del torso y la cabeza —envueltas en la túnica— de aquella persona sobresalir por la ventana.
«No hay alternativa».
Con un movimiento rápido el Uchiha se incorporó, metiendo su mano zurda bajo la capucha de aquel tipo y usando el kunai de la diestra para atravesarle la garganta al momento. De entre las sombras de la capucha surgió un gorjeo ahogado, amortiguado por la mano con la que Akame aprisionaba los labios de su víctima. La figura se tambaleó mientras el gennin notaba un reguero de sangre, espesa y oscura, bajarle por el brazo que sostenía su kunai, todavía incrustado en el gaznate de aquella persona. Rápidamente sacó su cuchillo y lo dejó caer al suelo para sujetar la túnica con ambas manos e impedir que el cadáver cayese pesadamente al suelo.
Cuando lo dejó reclinado sobre el alféizar de la ventana, el Uchiha introdujo la cabeza con cuidado y susurró.
—¿Kaido-san?