29/07/2017, 19:17
(Última modificación: 29/07/2017, 19:18 por Uchiha Akame.)
Ni siquiera hizo falta que el Gyojin deshiciese su truco de ocultación para que Akame fuese capaz de verle, ya que el Sharingan atravesaba aquel disfraz. Kaido parecía sumamente impactado pero, irónicamente, lo primero que hizo fue interesarse por el bienestar del Uchiha. Él se limitó a asentir, con el brazo derecho manchado de sangre hasta el codo.
Akame recogió su kunai y limpió la hoja y el mango en las ropas del cadáver; luego lo devolvió al mecanismo oculto que llevaba en la muñeca derecha, encajándolo con un placentero clic. Después, y sin quitar ojo al pasillo por el que había visto venir a aquel encapuchado, se limpió la sangre del brazo como mejor pudo usando los bajos de la túnica.
—Quitémosle la túnica, no será que...
El Uchiha asintió otra vez y, con ayuda de Kaido, se dispuso a descubrir el rostro de aquella figura... Que resultó ser una mujer. Parecía mayor, de unos cincuenta años, con el rostro surcado de arrugas y los ojos todavía abiertos, inexpresivos. Akame la examinó de cerca.
—No la había visto en mi vida —se encogió de hombros—. ¿Qué es eso...?
Señaló con un gesto de su cabeza hacia el final del pasillo, donde podía verse el hueco de las escaleras iluminado y de donde procedían los cánticos. Afinando el oído, los muchachos podrían distinguir una voz familiar...
—¡Lunáticos, hijos de puta! ¡Si le hacéis algo, juro que os mataré a todos! ¿¡Me oís!? ¡A todos!
Akame recogió su kunai y limpió la hoja y el mango en las ropas del cadáver; luego lo devolvió al mecanismo oculto que llevaba en la muñeca derecha, encajándolo con un placentero clic. Después, y sin quitar ojo al pasillo por el que había visto venir a aquel encapuchado, se limpió la sangre del brazo como mejor pudo usando los bajos de la túnica.
—Quitémosle la túnica, no será que...
El Uchiha asintió otra vez y, con ayuda de Kaido, se dispuso a descubrir el rostro de aquella figura... Que resultó ser una mujer. Parecía mayor, de unos cincuenta años, con el rostro surcado de arrugas y los ojos todavía abiertos, inexpresivos. Akame la examinó de cerca.
—No la había visto en mi vida —se encogió de hombros—. ¿Qué es eso...?
Señaló con un gesto de su cabeza hacia el final del pasillo, donde podía verse el hueco de las escaleras iluminado y de donde procedían los cánticos. Afinando el oído, los muchachos podrían distinguir una voz familiar...
—¡Lunáticos, hijos de puta! ¡Si le hacéis algo, juro que os mataré a todos! ¿¡Me oís!? ¡A todos!