29/07/2017, 20:35
(Última modificación: 29/07/2017, 20:36 por Umikiba Kaido.)
Suspiró, aliviado, al ver que aquel rostro no le resultaba familiar. Por un momento había pensado que se podía tratar del timonel, o incluso de Soshuro; pero resultó ser una anciana desconocida, con la cara abatida por el paso de tiempo. Los ojos, por suerte, en su lugar; aunque ésta vez mirando a la nada, sin vida.
Cuando iba decidido a palpar su cuerpo en busca de algún artilugio, o algo que les fuera de ayuda, Akame —que tenía mejor visión del pasillo que el propio Kaido— se percató del ligero murmullo que, ahogado por la profundidad de la habitación de la que fue emitido, aun así llegó hasta los oídos de los presentes.
Datsue fue el primero en reconocer el tono de aquella voz exasperada, que bramaba con furia que no le hicieran daño a ella, su protegida.
«Joder, habrán llegado hasta aquí mientras estábamos en el faro. ¿Será que era lo que querían, que los siguiéramos?»
Kaido miró a Akame, que parecía ser el más centrado de los tres. Aún no podía creer como estaba ahí, parado, con el brazo tintado de rojo sin inmutarse.
—Las escaleras bajan, y llevan hasta la caldera de la casa. Parece que tienen a Mizuki —admitió, mientras se alejaba del marco y hacía espacio por si sus compañeros querían entrar—. ¿Bajamos?
Estaba claro que los heroísmos no estaban teniendo buenos resultados. Cada que alguno se arrojaba al meollo del asunto alguien terminaba muerto. Dos ancianos para la cuenta, por ahora. Pero, con la pata tan metida en el barro: ¿realmente tenían otra opción además de continuar?
Cuando iba decidido a palpar su cuerpo en busca de algún artilugio, o algo que les fuera de ayuda, Akame —que tenía mejor visión del pasillo que el propio Kaido— se percató del ligero murmullo que, ahogado por la profundidad de la habitación de la que fue emitido, aun así llegó hasta los oídos de los presentes.
Datsue fue el primero en reconocer el tono de aquella voz exasperada, que bramaba con furia que no le hicieran daño a ella, su protegida.
«Joder, habrán llegado hasta aquí mientras estábamos en el faro. ¿Será que era lo que querían, que los siguiéramos?»
Kaido miró a Akame, que parecía ser el más centrado de los tres. Aún no podía creer como estaba ahí, parado, con el brazo tintado de rojo sin inmutarse.
—Las escaleras bajan, y llevan hasta la caldera de la casa. Parece que tienen a Mizuki —admitió, mientras se alejaba del marco y hacía espacio por si sus compañeros querían entrar—. ¿Bajamos?
Estaba claro que los heroísmos no estaban teniendo buenos resultados. Cada que alguno se arrojaba al meollo del asunto alguien terminaba muerto. Dos ancianos para la cuenta, por ahora. Pero, con la pata tan metida en el barro: ¿realmente tenían otra opción además de continuar?