30/07/2017, 19:47
(Última modificación: 30/07/2017, 19:48 por Umikiba Kaido.)
El gyojin asintió, y volteó a ver a Datsue. Él se encargaría de cargar al timonel, Akame de cubrirle la espalda; y el intrépido dejaría un par de tretas por si los ritualistas decidían seguirles. Todo bien trazado, y planeado.
¿Qué podía salir mal?
«Absolutamente nada. Eres Kaido, el Tiburón de Amegakure. Y tienes a dos Uchiha al lado, según el clan de los guerreros más afamados de todo Oonindo. ¿Qué puede salir mal?» —se volvió a repetir, introspectivamente.
Tensó el pulso y dejó que sus manos blandieran el frío metal del filoso Kunai que tenía guardado en su bolso de utensilios y urgió a su chakra a concentrarse acometidamente en su brazo derecho. Luego, observó cada uno de los pasos que dio Datsue hasta que su figura de anciana afligida dejó el piso superior, sumergiéndose en el interior del sótano. Entonces esperó, paciente, intercalando la mirada entre los escalones y Akame. De Akame a los escalones. Hasta que llegó la hora, de ir a por el único comodín que podía sacarles de la isla Monotonía.
Un potente haz de luz inundó entonces el diminuto cuartecillo, y desde arriba, Kaido pudo ver como las estelas luminosas delataban la jugada de Datsue. Ahí esperó, quizás medio segundo, a que el potente brillo disminuyera lo suficiente como para que él pudiera moverse hasta el corazón del templo ritual y fijar la mirada hacia la dirección que Akame le hubo dicho en donde estaba el Timonel.
Lo vio, ahí, en el suelo. Junto a las otras víctimas, que probablemente le verían con rostro esperanzado tras su llegada. Pero él, decidido, lanzó sus fauces hasta el marinero y trató de cortar, o arrancar con su brazo ahora gigante y musculoso; lo que fuera que le mantenía ahí atado en el suelo. Fueran cadenas, o una simple cinta, iba a ceder a su fuerza bruta.
—¡Levántate, vamos!
Si su movimiento resultaba ser efectivo, aprovecharía la fuerza residual de su Gosuiwan no sólo para obligarle a levantarse, sino que se sostuviera de su hombro mientras el escualo le dirigía a toda prisa hasta las escaleras adyacentes, para así volver a subir. Sin ver atrás, esperando que Akame, tal y como le había prometido, estuviera listo para detener a todo aquel que intentase detener, valga la redundancia, al intruso escamoso.
¿Qué podía salir mal?
«Absolutamente nada. Eres Kaido, el Tiburón de Amegakure. Y tienes a dos Uchiha al lado, según el clan de los guerreros más afamados de todo Oonindo. ¿Qué puede salir mal?» —se volvió a repetir, introspectivamente.
Tensó el pulso y dejó que sus manos blandieran el frío metal del filoso Kunai que tenía guardado en su bolso de utensilios y urgió a su chakra a concentrarse acometidamente en su brazo derecho. Luego, observó cada uno de los pasos que dio Datsue hasta que su figura de anciana afligida dejó el piso superior, sumergiéndose en el interior del sótano. Entonces esperó, paciente, intercalando la mirada entre los escalones y Akame. De Akame a los escalones. Hasta que llegó la hora, de ir a por el único comodín que podía sacarles de la isla Monotonía.
Un potente haz de luz inundó entonces el diminuto cuartecillo, y desde arriba, Kaido pudo ver como las estelas luminosas delataban la jugada de Datsue. Ahí esperó, quizás medio segundo, a que el potente brillo disminuyera lo suficiente como para que él pudiera moverse hasta el corazón del templo ritual y fijar la mirada hacia la dirección que Akame le hubo dicho en donde estaba el Timonel.
Lo vio, ahí, en el suelo. Junto a las otras víctimas, que probablemente le verían con rostro esperanzado tras su llegada. Pero él, decidido, lanzó sus fauces hasta el marinero y trató de cortar, o arrancar con su brazo ahora gigante y musculoso; lo que fuera que le mantenía ahí atado en el suelo. Fueran cadenas, o una simple cinta, iba a ceder a su fuerza bruta.
—¡Levántate, vamos!
Si su movimiento resultaba ser efectivo, aprovecharía la fuerza residual de su Gosuiwan no sólo para obligarle a levantarse, sino que se sostuviera de su hombro mientras el escualo le dirigía a toda prisa hasta las escaleras adyacentes, para así volver a subir. Sin ver atrás, esperando que Akame, tal y como le había prometido, estuviera listo para detener a todo aquel que intentase detener, valga la redundancia, al intruso escamoso.