30/07/2017, 20:08
(Última modificación: 30/07/2017, 21:30 por Uchiha Akame.)
Trazado el plan de ataque y rescate, sólo quedaba que los muchachos lo ejecutasen. La estrategia era buena, producto de las mentes de los tres gennin que, pese a su bajo rango, habían demostrado ser capaces de seguir los pasos que todo buen ninja debía conocer; recolectar información sobre el enemigo y el terreno, planificar, asignar tareas y ejecutar. Claro que, los jóvenes shinobi estaban a punto de descubrir que la cuarta fase de aquel preciso protocolo nunca estaba exenta de sorpresas.
Datsue, disfrazado de la sectaria que yacía muerta sobre el marco de la ventana, bajó las escaleras con cuidado. A medida que se introdujo en el sótano una mezcla de olores agrios inundó su nariz, provocándole unas arcadas que por poco logró contener. Allí abajo el aire estaba sumamente viciado y olía a incienso, especias, y a... ¿Muerte? Apenas bajó las escaleras, el chico pudo ver como uno de los sectarios sostenía en alto una cabra, rajada en canal, e iba vaciando su sangre por las inscripciones que otros dos encapuchados escribían en el suelo de piedra mohosa. Otras dos figuras reforzaban las ataduras que mantenían sujeta a la noble —completamente desnuda— a la mesa de madera. No parecía consciente, aunque sus ojos estaban muy abiertos y fijos en el techo; carentes de expresión alguna. Al acercarse un poco más pudo encontrar al sexto sectario; estaba colocado al fondo de la sala, y era el encargado de entonar los salmos que se oían desde la planta de arriba.
Giró la vista a su derecha y en efecto, sentados en el suelo junto a las escaleras pudo ver a la corpulenta guardaespaldas —con signos evidentes de haber sido gravemente maltratada—, al marinero —no en mucho mejor estado— y... A dos sectarios más junto a los prisioneros. Por su posición Akame había sido incapaz de verlos desde el hueco de las escaleras.
Uno de los dos inesperados sectarios se dirigió hacia Datsue a paso tranquilo, probablemente para interesarse por el origen del ruido que habían escuchado hacía unos minutos. No le dio tiempo. Con un rugido de coraje, el Uchiha dejó caer ambas hikaridama y en un instante el sótano se llenó de aquel resplandor cegador.
—¡Ahora!
Akame dejó que Kaido bajase primero y luego se precipitó tras él por las escaleras. Sin embargo, cuando llegaron abajo los shinobi se darían cuenta de la presencia de aquellos dos sectarios de más junto a los prisioneros.
«¡Mierda!»
Aprovechando la conmoción, el Uchiha desenvainó su espada y, recubriéndola de una capa de chakra que se volvió carmesí como la sangre, la arrojó sin preámbulos directamente al pecho del sectario que estaba más cerca de Kaido. El proyectil se clavó de lleno en aquella figura larguilucha e incluso la derribó por la fuerza del impacto.
—¡Vamos, vamos, rápido joder! —apremió el Uchiha.
El Gyojin se acercó con dos pasos rápidos hasta el timonel, que se encontraba tan conmocionado como todos los demás personajes de la escena a excepción de los ninjas. Con ayuda de su kunai y aquel brazo hipertrofiado cortó sin dificultad las cuerdas que aprisionaban al marinero y lo arrastró hacia las escaleras.
Pero la conmoción de las granadas cegadoras de Datsue se disipó poco después, y entonces estalló el caos. Los dos sectarios que estaban dibujando extraños símbolos en el suelo se lanzaron sobre Datsue, buscando placarle y tirarlo al suelo. El encapuchado restante de los dos que habían estado guardando a los prisioneros sacó un cuchillo mohoso de entre sus ropajes y persiguió a Kaido, buscando apuñalarle por la espalda.
—¡Kaido-san, detrás de ti!
El que había rajado a la cabra tenía todavía un largo cuchillo ensangrentado entre las manos que usó para degollar a la noble sin mostrar sentimiento alguno.
—¡NOOOOO! —bramó Togashi Yuuki, revolviéndose entre sus ataduras—. ¡SUCIOS NINJAS, ¿DÓNDE VAIS?! ¡LIBERADME!
Akame hizo un amago de alcanzar a la guerrera, pero al instante los otros cuatro sectarios se le echaron encima. «¡Joder!» El Uchiha retrocedió para ganar algo de espacio, formó una corta serie de sellos y disparó una ráfaga de llamas desde sus labios; no era tan amplia ni potente para matar a cuatro enemigos, pero al menos le sirvió para que los sectarios detuviesen su carga y retrocediesen un momento, dejando libre el hueco de las escaleras.
—¡Vámonos, vámonos joder!
Datsue, disfrazado de la sectaria que yacía muerta sobre el marco de la ventana, bajó las escaleras con cuidado. A medida que se introdujo en el sótano una mezcla de olores agrios inundó su nariz, provocándole unas arcadas que por poco logró contener. Allí abajo el aire estaba sumamente viciado y olía a incienso, especias, y a... ¿Muerte? Apenas bajó las escaleras, el chico pudo ver como uno de los sectarios sostenía en alto una cabra, rajada en canal, e iba vaciando su sangre por las inscripciones que otros dos encapuchados escribían en el suelo de piedra mohosa. Otras dos figuras reforzaban las ataduras que mantenían sujeta a la noble —completamente desnuda— a la mesa de madera. No parecía consciente, aunque sus ojos estaban muy abiertos y fijos en el techo; carentes de expresión alguna. Al acercarse un poco más pudo encontrar al sexto sectario; estaba colocado al fondo de la sala, y era el encargado de entonar los salmos que se oían desde la planta de arriba.
Giró la vista a su derecha y en efecto, sentados en el suelo junto a las escaleras pudo ver a la corpulenta guardaespaldas —con signos evidentes de haber sido gravemente maltratada—, al marinero —no en mucho mejor estado— y... A dos sectarios más junto a los prisioneros. Por su posición Akame había sido incapaz de verlos desde el hueco de las escaleras.
Uno de los dos inesperados sectarios se dirigió hacia Datsue a paso tranquilo, probablemente para interesarse por el origen del ruido que habían escuchado hacía unos minutos. No le dio tiempo. Con un rugido de coraje, el Uchiha dejó caer ambas hikaridama y en un instante el sótano se llenó de aquel resplandor cegador.
—¡Ahora!
Akame dejó que Kaido bajase primero y luego se precipitó tras él por las escaleras. Sin embargo, cuando llegaron abajo los shinobi se darían cuenta de la presencia de aquellos dos sectarios de más junto a los prisioneros.
«¡Mierda!»
Aprovechando la conmoción, el Uchiha desenvainó su espada y, recubriéndola de una capa de chakra que se volvió carmesí como la sangre, la arrojó sin preámbulos directamente al pecho del sectario que estaba más cerca de Kaido. El proyectil se clavó de lleno en aquella figura larguilucha e incluso la derribó por la fuerza del impacto.
—¡Vamos, vamos, rápido joder! —apremió el Uchiha.
El Gyojin se acercó con dos pasos rápidos hasta el timonel, que se encontraba tan conmocionado como todos los demás personajes de la escena a excepción de los ninjas. Con ayuda de su kunai y aquel brazo hipertrofiado cortó sin dificultad las cuerdas que aprisionaban al marinero y lo arrastró hacia las escaleras.
Pero la conmoción de las granadas cegadoras de Datsue se disipó poco después, y entonces estalló el caos. Los dos sectarios que estaban dibujando extraños símbolos en el suelo se lanzaron sobre Datsue, buscando placarle y tirarlo al suelo. El encapuchado restante de los dos que habían estado guardando a los prisioneros sacó un cuchillo mohoso de entre sus ropajes y persiguió a Kaido, buscando apuñalarle por la espalda.
—¡Kaido-san, detrás de ti!
El que había rajado a la cabra tenía todavía un largo cuchillo ensangrentado entre las manos que usó para degollar a la noble sin mostrar sentimiento alguno.
—¡NOOOOO! —bramó Togashi Yuuki, revolviéndose entre sus ataduras—. ¡SUCIOS NINJAS, ¿DÓNDE VAIS?! ¡LIBERADME!
Akame hizo un amago de alcanzar a la guerrera, pero al instante los otros cuatro sectarios se le echaron encima. «¡Joder!» El Uchiha retrocedió para ganar algo de espacio, formó una corta serie de sellos y disparó una ráfaga de llamas desde sus labios; no era tan amplia ni potente para matar a cuatro enemigos, pero al menos le sirvió para que los sectarios detuviesen su carga y retrocediesen un momento, dejando libre el hueco de las escaleras.
—¡Vámonos, vámonos joder!