31/07/2017, 21:09
Kaido cumplió con el protocolo. Respondió al gesto de Kotetsu, le echó una mirada introspectiva a Akame; y trató de ignorar en la medida de lo posible a la excéntrica lengua del escultor, que les recibió llamándoles nada más y nada menos que "modelos". El Hozuki movía el pie derecho, ansioso, mientras Kotetsu charlaba de lo más casual con el hombre. Y se detuvo sólo cuando Satomu dio indicios de que, finalmente, les iba a dirigir hasta su despacho, o estudio, o como fuera que llamase él a ese lugar sagrado de todo artista en donde la magia les invade, y nacen cada una de sus obras.
Y como si fueran sus sirvientes —algo que enervó mucho más a un ya malhumorado Kaido— Satomu obligó prácticamente a los tres genin a que abrieran ellos el enorme portal que les separaba de la habitación contigua y el pasillo. El escualo colaboró a regañadientes, y se apartó cuando comprobó que frente a él había una tangible oscuridad que le impedía ver el interior del mausoleo.
—Bienvenidos sean a la forja de maravillas, el lugar donde ocurre la magia del arte y donde las ideas toman forma física: Mi magnifico taller.
La forja de maravillas resultó ser un inmenso taller ataviado de incontables esculturas, unas finalizadas, y otras a medio construir. Pero lo que más llamaba la atención era la hilera de estatuas que, ubicadas estratégicamente a lo largo y ancho del local; éstas yacían dispuestas en dirección a la entrada, tan pétreas como la misma roca caliza, aunque vivas, como si el alma de quienes inspiraron a tan humana escultura hubiese sido encerrada dentro de los cortes de piedra.
Un escalofrío le invadió el cuerpo al escualo, y se vio obligado a mirar a sus compañeros con preocupación. Y es que aquel taller daba más la sensación de ser un cementerio, que de una galería.
Y como si fueran sus sirvientes —algo que enervó mucho más a un ya malhumorado Kaido— Satomu obligó prácticamente a los tres genin a que abrieran ellos el enorme portal que les separaba de la habitación contigua y el pasillo. El escualo colaboró a regañadientes, y se apartó cuando comprobó que frente a él había una tangible oscuridad que le impedía ver el interior del mausoleo.
—Bienvenidos sean a la forja de maravillas, el lugar donde ocurre la magia del arte y donde las ideas toman forma física: Mi magnifico taller.
La forja de maravillas resultó ser un inmenso taller ataviado de incontables esculturas, unas finalizadas, y otras a medio construir. Pero lo que más llamaba la atención era la hilera de estatuas que, ubicadas estratégicamente a lo largo y ancho del local; éstas yacían dispuestas en dirección a la entrada, tan pétreas como la misma roca caliza, aunque vivas, como si el alma de quienes inspiraron a tan humana escultura hubiese sido encerrada dentro de los cortes de piedra.
Un escalofrío le invadió el cuerpo al escualo, y se vio obligado a mirar a sus compañeros con preocupación. Y es que aquel taller daba más la sensación de ser un cementerio, que de una galería.