1/08/2017, 19:52
Los gennin de Uzushio avanzaron de tejado en tejado, ágiles como aves rapaces, siguiendo a Aiko. La chica, por su parte, debía concentrarse en el rastro de su pequeña mariposa espía, que les llevaba a algún punto del barrio residencial. Cuando los parcos talleres y almacenes del distrito de los artesanos dieron paso a las viviendas bien edificadas, de uno y dos pisos y tejas rojas, Akame supo que acababan de entrar en el área más acomodada de Yamiria. «Tiene sentido, al fin y al cabo. El crimen siempre paga, y a ningún jefe del hampa que se precie le gusta seguir viviendo en la mierda de la que salió». El Uchiha no se equivocaba.
Sin embargo, cuando los gennin llegaron al final del rastro, no fue una opulenta mansión lo que les recibió. Ni siquiera una casa de las más humildes del barrio. Fue un pequeño cuarto trastero edificado en el punto donde las esquinas de dos viviendas se unían, al fondo de un callejón.
—Meh, el lugar no puede ser más apropiado —musitó Akame, notando el parecido de aquel sitio con el de la típica callejuela de mala muerte de las historias de policías y ladrones.
El sitio en cuestión era bastante pequeño y se accedía por una puerta de madera que daba al callejón. Tenía una ventana desde la que se podía ver el interior, pero nada más. A juzgar por su aspecto, el interior no debía ser más grande que un local pequeño.
Akame se acercó con especial cuidado de no resbalar por ninguna teja y luego se dejó caer hasta el callejón. Con la espalda apoyada a la pared y una gota de sudor frío bajando por su sien caminó un par de pasos cautelosos. Luego hizo una seña a Datsue y Aiko para que bajasen.
La kunoichi de Ame podría notar, sin ningún tipo de duda, que su mariposa estaba dentro de aquel lugar.
Sin embargo, cuando los gennin llegaron al final del rastro, no fue una opulenta mansión lo que les recibió. Ni siquiera una casa de las más humildes del barrio. Fue un pequeño cuarto trastero edificado en el punto donde las esquinas de dos viviendas se unían, al fondo de un callejón.
—Meh, el lugar no puede ser más apropiado —musitó Akame, notando el parecido de aquel sitio con el de la típica callejuela de mala muerte de las historias de policías y ladrones.
El sitio en cuestión era bastante pequeño y se accedía por una puerta de madera que daba al callejón. Tenía una ventana desde la que se podía ver el interior, pero nada más. A juzgar por su aspecto, el interior no debía ser más grande que un local pequeño.
Akame se acercó con especial cuidado de no resbalar por ninguna teja y luego se dejó caer hasta el callejón. Con la espalda apoyada a la pared y una gota de sudor frío bajando por su sien caminó un par de pasos cautelosos. Luego hizo una seña a Datsue y Aiko para que bajasen.
La kunoichi de Ame podría notar, sin ningún tipo de duda, que su mariposa estaba dentro de aquel lugar.