1/08/2017, 22:19
(Última modificación: 1/08/2017, 22:19 por Uchiha Akame.)
Akame siguió corriendo, ajeno al caos que se desataba a su alrededor. Le dolían las piernas a más no poder, y también la parte izquierda de la espalda y el brazo de ese mismo lado, de tirar del timonel. Con las prisas por salir de allí de una pieza, el Uchiha ni siquiera se había fijado mucho en el estado de aquel tipo; pero era deplorable. Tenía la cara toda golpeada, cojeaba ligeramente y apenas era capaz de articular palabra. «Joder, espero que sí esté en condiciones de dirigir un barco... De lo contrario todo este rescate suicida no nos habrá valido para mierda», pensó el gennin. No le dió más vueltas. Apretó los dientes, trató de sobreponerse al dolor de sus rodillas, y siguió corriendo.
Por suerte sus compañeros se ocuparon de los sectarios que pretendían salirles al paso. O, al menos, en parte. Mientras que Datsue arrojaba una bomba sonora hacia el grupo más numeroso, Kaido utilizaba un jutsu Suiton para derribar a los tres que se les echaban encima. Ambas tácticas fueron un éxito —dado que los cultistas eran poco más que civiles fanáticos—, pero Akame no pensaba dejar que aquella docena de figuras encapuchadas les persiguieran hasta el embarcadero.
—¡Katon! ¡Zukkoku!
Sus manos habían formado una cadena de sellos. El Uchiha se detuvo, encarando al grupo de enemigos más numeroso, y de sus labios salió disparada una canica incandescente.
El proyectil impactó de lleno en uno de los sectarios cuando todavía no se habían recuperado de la conmoción. Hubo una deflagración y la tormenta de llamas envolvió a media docena de cultistas. Sus túnicas ardieron como la paja y los gritos de los heridos desgarraron el aire. Aullidos de dolor y de auxilio. Las llamas se extendieron por el suelo hasta alcanzar la casa, que echó a arder poco después.
Akame lo observó todo con los ojos muy abiertos, fijos en aquel espectáculo de fuego. Nunca había presenciado de primera mano la destrucción que era capaz de ocasionar el Elemento Fuego. Fue el timonel —esta vez— quien tiró de él en su carrera apresurada. Akame se llevó una píldora de soldado a los labios para reponer fuerzas y reanudó la huída.
Los muchachos llegaron al embarcadero minutos después tras recorrer el sendero de tierra y hierbajos que conectaba aquel lugar con el pueblo. Tras ellos, dos columnas de humo marcaban el lugar de los incendios, y el resplandor de las llamas en el pueblo se recortaba contra el fondo oscuro de la noche.
Akame se detuvo un momento cuando vio el barco, anclado en el muelle. La bruma que los había recibido se había disipado y ahora tan sólo quedaba una tenue neblina que no impedía la vista. El Uchiha se dobló por la cintura, apoyando ambas manos en sus rodillas, tratando de recuperar el aliento. Los pulmones le ardían y la garganta también, y sentía el martilleo de los latidos de su corazón a punto de destrozarle el cráneo.
—Por... Por fin... —masculló, echando la vista atrás para comprobar que habían ganado la carrera a sus perseguidores.
El timonel, que de repente parecía más recuperado, balbuceó unas palabras ininteligibles y luego estiró una mano hacia el barco. Allí, los marineros habían salido a cubierta —probablemente alertados por el fuego en la lejanía— y llamaban a voces a su camarada.
Akame echó una última vista atrás, al sendero. Las imágenes que había visto —o soñado— en lo alto del faro volvieron de repente a sus ojos, pero se las sacudió de encima con la cabeza.
—¡Vámonos!
Y echó a correr hacia el barco mientras un numeroso grupo de figuras iba acercándose cada vez más por el sendero.
Por suerte sus compañeros se ocuparon de los sectarios que pretendían salirles al paso. O, al menos, en parte. Mientras que Datsue arrojaba una bomba sonora hacia el grupo más numeroso, Kaido utilizaba un jutsu Suiton para derribar a los tres que se les echaban encima. Ambas tácticas fueron un éxito —dado que los cultistas eran poco más que civiles fanáticos—, pero Akame no pensaba dejar que aquella docena de figuras encapuchadas les persiguieran hasta el embarcadero.
—¡Katon! ¡Zukkoku!
Sus manos habían formado una cadena de sellos. El Uchiha se detuvo, encarando al grupo de enemigos más numeroso, y de sus labios salió disparada una canica incandescente.
El proyectil impactó de lleno en uno de los sectarios cuando todavía no se habían recuperado de la conmoción. Hubo una deflagración y la tormenta de llamas envolvió a media docena de cultistas. Sus túnicas ardieron como la paja y los gritos de los heridos desgarraron el aire. Aullidos de dolor y de auxilio. Las llamas se extendieron por el suelo hasta alcanzar la casa, que echó a arder poco después.
Akame lo observó todo con los ojos muy abiertos, fijos en aquel espectáculo de fuego. Nunca había presenciado de primera mano la destrucción que era capaz de ocasionar el Elemento Fuego. Fue el timonel —esta vez— quien tiró de él en su carrera apresurada. Akame se llevó una píldora de soldado a los labios para reponer fuerzas y reanudó la huída.
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Los muchachos llegaron al embarcadero minutos después tras recorrer el sendero de tierra y hierbajos que conectaba aquel lugar con el pueblo. Tras ellos, dos columnas de humo marcaban el lugar de los incendios, y el resplandor de las llamas en el pueblo se recortaba contra el fondo oscuro de la noche.
Akame se detuvo un momento cuando vio el barco, anclado en el muelle. La bruma que los había recibido se había disipado y ahora tan sólo quedaba una tenue neblina que no impedía la vista. El Uchiha se dobló por la cintura, apoyando ambas manos en sus rodillas, tratando de recuperar el aliento. Los pulmones le ardían y la garganta también, y sentía el martilleo de los latidos de su corazón a punto de destrozarle el cráneo.
—Por... Por fin... —masculló, echando la vista atrás para comprobar que habían ganado la carrera a sus perseguidores.
El timonel, que de repente parecía más recuperado, balbuceó unas palabras ininteligibles y luego estiró una mano hacia el barco. Allí, los marineros habían salido a cubierta —probablemente alertados por el fuego en la lejanía— y llamaban a voces a su camarada.
Akame echó una última vista atrás, al sendero. Las imágenes que había visto —o soñado— en lo alto del faro volvieron de repente a sus ojos, pero se las sacudió de encima con la cabeza.
—¡Vámonos!
Y echó a correr hacia el barco mientras un numeroso grupo de figuras iba acercándose cada vez más por el sendero.