2/08/2017, 09:47
—Bueno, lo primero que deberíamos hacer, creo... Es acercarnos todo lo posible al claro lleno de flores; si lo encontramos desde lejos y vemos un poco como actúa, quizá se nos ocurra algo... —respondió Eri, y Ayame asintió, conforme—. Y bueno, si no está, también podemos jugar con el claro... ¿Me sigues? Puede no ser muy grande o tener sitios sin salida...
—Es cierto, aún no conocemos el terreno en el que nos movemos... —correspondió Ayame, pensativa. Sin mucho más que discutir, se reincorporó con cuidado y retomó la marcha saltando a la rama más cercana a su posición, y después a la siguiente, y a la siguiente...—. ¡Vamos, no hay tiempo que perder!
Siguieron desplazándose con ligereza entre los árboles y, en cuestión de minutos, los árboles comenzaron a espaciarse entre sí y la luz del sol se filtraba con mayor facilidad entre el follaje, bañando sus rostros. Ayame se detuvo súbitamente en el último árbol que marcaba la linde. Ante sus ojosse abría un amplio claro, de aproximadamente dos decenas de metros de diámetro de un extremo al otro y una forma más o menos regular. Estaba repleto flores, de todas las clases, formas y colores, e impregnaban el aire de un dulce aroma que arrancó una sonrisa en Ayame al percibirlo. Tal y como había supuesto Eri, el otro extremo del claro quedaba cortado por una escarpada pared de roca, parte de la montaña que quedaba más allá y que debía constituir parte de la cordillera que rodeaba el Valle de los Dojos.
—¿Hemos llegado al otro extremo del bosque? —Preguntó perpleja, pero enseguida sacudió la cabeza para centrarse en lo importante—. Bueno, vamos allá. ¿Ves algún conejo blanco? —le preguntó a su compañera, mientras barría con sus propios ojos el terreno. Aunque enseguida resopló con impaciencia e irritación—. Va a ser difícil encontrar un animal tan pequeño en un espacio tan grande... Si al menos no estuvieran las flores sería más fácil buscarl...
Pero sus palabras se vieron bruscamente interrumpidas cuando sintió algo a su derecha. Sobresaltada, tocó el brazo de Eri y señaló con su dedo índice un punto en el claro.
—¡Allí! —exclamó en un susurro.
Las hierbas se agitaban de una manera poco natural. Desde luego, no era cosa de la acción del viento.
—Es cierto, aún no conocemos el terreno en el que nos movemos... —correspondió Ayame, pensativa. Sin mucho más que discutir, se reincorporó con cuidado y retomó la marcha saltando a la rama más cercana a su posición, y después a la siguiente, y a la siguiente...—. ¡Vamos, no hay tiempo que perder!
Siguieron desplazándose con ligereza entre los árboles y, en cuestión de minutos, los árboles comenzaron a espaciarse entre sí y la luz del sol se filtraba con mayor facilidad entre el follaje, bañando sus rostros. Ayame se detuvo súbitamente en el último árbol que marcaba la linde. Ante sus ojosse abría un amplio claro, de aproximadamente dos decenas de metros de diámetro de un extremo al otro y una forma más o menos regular. Estaba repleto flores, de todas las clases, formas y colores, e impregnaban el aire de un dulce aroma que arrancó una sonrisa en Ayame al percibirlo. Tal y como había supuesto Eri, el otro extremo del claro quedaba cortado por una escarpada pared de roca, parte de la montaña que quedaba más allá y que debía constituir parte de la cordillera que rodeaba el Valle de los Dojos.
—¿Hemos llegado al otro extremo del bosque? —Preguntó perpleja, pero enseguida sacudió la cabeza para centrarse en lo importante—. Bueno, vamos allá. ¿Ves algún conejo blanco? —le preguntó a su compañera, mientras barría con sus propios ojos el terreno. Aunque enseguida resopló con impaciencia e irritación—. Va a ser difícil encontrar un animal tan pequeño en un espacio tan grande... Si al menos no estuvieran las flores sería más fácil buscarl...
Pero sus palabras se vieron bruscamente interrumpidas cuando sintió algo a su derecha. Sobresaltada, tocó el brazo de Eri y señaló con su dedo índice un punto en el claro.
—¡Allí! —exclamó en un susurro.
Las hierbas se agitaban de una manera poco natural. Desde luego, no era cosa de la acción del viento.