2/08/2017, 11:05
— No es por mi, Eri-chan, es que a él le encanta subir el equipaje a las habitaciones.
Eri abrió la boca para rechistar, pero al ver como Nabi alegaba que a la persona que había mencionado le gustaba hacer ese trabajo, cerró la boca después de haberla abierto y calló mientras dejaba que Nabi volviese a tomar su mano y la guiase por aquel pacífico pueblo en el que ambos pasarían la noche.
Una vez fuera de la posada de nuevo, sin sus maletas pesándoles en las espalda; caminaron por un pequeño y estrecho camino que daba lugar a lo que podía ser la entrada del pueblo como tal, justo al lado del río que ambos habían estado siguiendo para ir allí.
Cuando la tierra se deshacía conforme pisaban, cruzaron un riachuelo joven, prácticamente recién nacido; y eso a Eri le fascinó tanto que casi se queda embobada allí mismo, contemplando el paisaje.
Sin embargo, la voz de Nabi volvió a resonar en su cabeza, haciendo que volviese en sí para seguir con el camino dirección al lago.
Siguiendo aquel pequeño riachuelo y las zancadas que parecía dar el Senju —que al parecer estaba impaciente por llegar —, caminaban y caminaban sorteando la vegetación que se encontraban a su paso, incluido un gran tronco donde algunas aves habían instaurado sus nidos para alimentar a sus crías.
— Ya casi estamos.
Eri asintió aunque él no la mirase, volviendo a retomar la marcha mientras ella seguía sus pasos, la gracia es que parecía volar en vez de andar pues a cada paso que daba miraba a su alrededor, temerosa de cometer algún fallo o atrocidad como destrozar una planta o un nido de algún animal cercano.
Y cuando vio a Nabi romper los pétalos de un cúmulo de flores, éstas volaron hacia delante con la suave brisa que corría a aquellas horas, flotando hasta caer al agua de lo que Eri catalogaría como el paisaje más hermoso que sus ojos habían visto en su corta existencia: rodeado de árboles meciéndose con la suave brisa que los acompañaba, los últimos rayos del sol cayendo sobre sus pieles como acariciándoles y el agua, tan transparente como el cristal; tenía reflejos de todos los colores gracias a todo lo que allí rodeaba el lugar.
Por ello cuando la joven lo vio, apretó con suavidad el agarre que ejercía sobre Nabi y se apoyó sobre su brazo, anonadada por tanta belleza junta.
— Es como si no debiésemos estar aquí. — Murmuró muy cerca de su oído. — Algo tan hermoso no debería ser profanado por nosotros...
Eri abrió la boca para rechistar, pero al ver como Nabi alegaba que a la persona que había mencionado le gustaba hacer ese trabajo, cerró la boca después de haberla abierto y calló mientras dejaba que Nabi volviese a tomar su mano y la guiase por aquel pacífico pueblo en el que ambos pasarían la noche.
Una vez fuera de la posada de nuevo, sin sus maletas pesándoles en las espalda; caminaron por un pequeño y estrecho camino que daba lugar a lo que podía ser la entrada del pueblo como tal, justo al lado del río que ambos habían estado siguiendo para ir allí.
Cuando la tierra se deshacía conforme pisaban, cruzaron un riachuelo joven, prácticamente recién nacido; y eso a Eri le fascinó tanto que casi se queda embobada allí mismo, contemplando el paisaje.
Sin embargo, la voz de Nabi volvió a resonar en su cabeza, haciendo que volviese en sí para seguir con el camino dirección al lago.
Siguiendo aquel pequeño riachuelo y las zancadas que parecía dar el Senju —que al parecer estaba impaciente por llegar —, caminaban y caminaban sorteando la vegetación que se encontraban a su paso, incluido un gran tronco donde algunas aves habían instaurado sus nidos para alimentar a sus crías.
— Ya casi estamos.
Eri asintió aunque él no la mirase, volviendo a retomar la marcha mientras ella seguía sus pasos, la gracia es que parecía volar en vez de andar pues a cada paso que daba miraba a su alrededor, temerosa de cometer algún fallo o atrocidad como destrozar una planta o un nido de algún animal cercano.
Y cuando vio a Nabi romper los pétalos de un cúmulo de flores, éstas volaron hacia delante con la suave brisa que corría a aquellas horas, flotando hasta caer al agua de lo que Eri catalogaría como el paisaje más hermoso que sus ojos habían visto en su corta existencia: rodeado de árboles meciéndose con la suave brisa que los acompañaba, los últimos rayos del sol cayendo sobre sus pieles como acariciándoles y el agua, tan transparente como el cristal; tenía reflejos de todos los colores gracias a todo lo que allí rodeaba el lugar.
Por ello cuando la joven lo vio, apretó con suavidad el agarre que ejercía sobre Nabi y se apoyó sobre su brazo, anonadada por tanta belleza junta.
— Es como si no debiésemos estar aquí. — Murmuró muy cerca de su oído. — Algo tan hermoso no debería ser profanado por nosotros...