2/08/2017, 20:30
(Última modificación: 2/08/2017, 20:32 por Umikiba Kaido.)
Llegar hasta la embarcación le pareció toda una eternidad. Fuera el desespero por pisar la borda y zarpar de ahí, o el miedo intrínseco de caer en manos de tan desalmados sectarios —quienes en su mayoría yacían engullidos por las mismísimas llamas del infierno— todo el alboroto le hizo sentir, de a momentos, un ser diminuto. Así pues, el trayecto no sólo le sirvió de introspección, sino que le hizo entender lo débil y pusilánime que era él incluso frente a un montón de civiles, o a los misterios de una isla lejana y desconocida.
Aquella experiencia había sido la epitome para entender que, su chulería y egocéntrica confianza casi que no valía nada fuera de Amegakure. Mierda, casi que no valía nada incluso fuera de las cuatro paredes de su habitación, allá en Arashi no Kuni.
A kaido le faltaba mucho por aprender.
Pero llegados hasta los linderos del barco, con un timonel ligeramente revitalizado, dándole órdenes a su tripulación, la realidad le golpeó en súbito a un cansado escualo que no tuvo más opción que la de esparramarse sobre alguna esquina de la borda. Por allá a su diestra Datsue potaba sin contemplación, y Akame, un tanto más revitalizado que sus compañeros; daba marcha hasta el interior de la embarcación que de llevarlos sanos y salvos hasta las costas del país de la Espiral, habría que bautizarla como La Salvación, o algún nombre épico que fuera recordado allí en cuales fueran las mareas que franquearan de ahí en adelante.
Aquella experiencia había sido la epitome para entender que, su chulería y egocéntrica confianza casi que no valía nada fuera de Amegakure. Mierda, casi que no valía nada incluso fuera de las cuatro paredes de su habitación, allá en Arashi no Kuni.
A kaido le faltaba mucho por aprender.
Pero llegados hasta los linderos del barco, con un timonel ligeramente revitalizado, dándole órdenes a su tripulación, la realidad le golpeó en súbito a un cansado escualo que no tuvo más opción que la de esparramarse sobre alguna esquina de la borda. Por allá a su diestra Datsue potaba sin contemplación, y Akame, un tanto más revitalizado que sus compañeros; daba marcha hasta el interior de la embarcación que de llevarlos sanos y salvos hasta las costas del país de la Espiral, habría que bautizarla como La Salvación, o algún nombre épico que fuera recordado allí en cuales fueran las mareas que franquearan de ahí en adelante.