2/08/2017, 20:59
Más pronto que tarde, y ante la urgencia como respuesta al peligro que se avecinaba, el timonel y su séquito comenzaron a preparar cada una de las fases para que aquel gigante de madera despertara de su letargo. Apenas sintió que La Salvación comenzó a romper el fuerte oleaje de la costa y a empezar su minucioso proceso de abandonar las aguas menos profundas, Kaido se permitió, sólo ahí, a mirar atrás.
Lo que encontró fue a una organizada secta, que indiferente a la caída de sus compañeros, clamaba un rezo al unísono a su Dios pagano, con mano al aire y con la luna iluminándoles de lleno. Todos cantaron sus creencias, y Kaido no olvidaría en un buen tiempo lo que sus frases profesaban:
Un escalofrío le envolvió el cuerpo, y el cansancio que le ataviaba sin contemplación se hizo más insoportable. Aquello le obligó a jurarse que más nunca volvería a esa isla, víctima del miedo fortuito del momento: pero lo cierto es que, ya habiéndose encontrado en la seguridad de su hogar, semanas después, probablemente pensaría en las infinidades de situaciones de las que no habían tenido tiempo de sacar respuestas.
Su mente guardaría una interrogante tras otra. ¿Qué habría sido de Soshuro, y qué tenía que ver él en todo aquello? ¿cuál era su interés en Datsue, y Akame, y por qué fueron sugestionados por un culto tan oscuro? ¿qué habría pasado con la tripulación de los otros séis barcos?
Había tanto que responder. Y aún así, no tenía certeza de que fuera a conocer alguna vez las respuestas.
La Isla Monotonía tendría que permanecer como un misterio, y nada más.
Lo que encontró fue a una organizada secta, que indiferente a la caída de sus compañeros, clamaba un rezo al unísono a su Dios pagano, con mano al aire y con la luna iluminándoles de lleno. Todos cantaron sus creencias, y Kaido no olvidaría en un buen tiempo lo que sus frases profesaban:
«La sangre de Susano'o nos otorga la vida,
nos moldea,
nos consume.
¡Teme a la vieja sangre!»
nos moldea,
nos consume.
¡Teme a la vieja sangre!»
Un escalofrío le envolvió el cuerpo, y el cansancio que le ataviaba sin contemplación se hizo más insoportable. Aquello le obligó a jurarse que más nunca volvería a esa isla, víctima del miedo fortuito del momento: pero lo cierto es que, ya habiéndose encontrado en la seguridad de su hogar, semanas después, probablemente pensaría en las infinidades de situaciones de las que no habían tenido tiempo de sacar respuestas.
Su mente guardaría una interrogante tras otra. ¿Qué habría sido de Soshuro, y qué tenía que ver él en todo aquello? ¿cuál era su interés en Datsue, y Akame, y por qué fueron sugestionados por un culto tan oscuro? ¿qué habría pasado con la tripulación de los otros séis barcos?
Había tanto que responder. Y aún así, no tenía certeza de que fuera a conocer alguna vez las respuestas.
La Isla Monotonía tendría que permanecer como un misterio, y nada más.