9/08/2017, 18:48
(Última modificación: 3/01/2018, 16:51 por Uchiha Akame.)
«Joder», maldijo Akame para sí. Todo aquello le había llevado justamente a donde no quería estar; a la caza de unos criminales por su cuenta y riesgo. El Uchiha apretó los dientes y se preparó para seguir, a la carrera, a la kunoichi de Amegakure. Concentró una capa de chakra en las suelas de sus sandalias y pegó el primer pie a la pared; a ese paso le sucedió otro, y luego otro, y así continuó su caminata vertical por la fachada del edificio más cercano hasta llegar al tejado.
Una vez allí Akame cruzó la distancia que lo separaba del otro lado de la casa con un par de rápidos pasos; se asomó abajo y no fue capaz de ver a nadie en el bullicioso callejón.
—Maldición, ¿¡otra vez se nos escapan!? —blasfemó, buscando con la mirada a Aiko—. ¿Podrás encontrarlos?
Independientemente de lo que contestase la muchacha, Akame se quedaría al instante petrificado. Se había puesto blanco, y sus ojos —que lucían el Sharingan— estaban fijos en algún punto del tejado, por encima del hombro de la kunoichi. Cuando al fin pudo hablar, levantó una mano para señalar allí donde no era capaz de dejar de mirar y advirtió a la muchacha.
—¡Detrás tuya!
Allí, sobre el tejado, a unos siete metros de ellos se erguía la figura del ninja mercenario. Era alto y fuerte, y su apariencia resultaba imponente para los dos muchachos. El tipo se rascó la cabeza con la mano diestra, surcada de cicatrices, y luego dedicó una mirada gélida a Akame y otra a Aiko.
—Marchaos a casa. Ya.
La rudiosa estampida de Datsue en el templo arrancó una oleada de desaprobaciones cuchicheadas, miradas torvas y caras de malas pulgas por parte de los cuatro guardias. Éstos intercambiaron miradas y, tras un silencio tenso, los dos que hasta ese momento habían estado charlando animadamente junto al ataúd se acercaron a Datsue resoplando, como si les acabasen de joder el día.
—Cagonmimare, chaval, para de gritar. ¿Es que no te han enseñado a comportarte en recinto santo? —le reprendió uno, tomándole del brazo para intentar sacarle del templo.
Cuando el Uchiha sacó su bandana del Remolino, los dos guardias se detuvieron en seco. Miraron la placa metálica durante unos segundos y luego se miraron entre ellos. El que sujetaba a Datsue le soltó sin más preámbulos, pero aun así la expresión de los funcionarios no cambió lo más mínimo.
—Los ninjas de Uzushiogakure no tenéis jurisdicción en Yamiria, ¿dónde está tu pergamino de misión?
Una vez allí Akame cruzó la distancia que lo separaba del otro lado de la casa con un par de rápidos pasos; se asomó abajo y no fue capaz de ver a nadie en el bullicioso callejón.
—Maldición, ¿¡otra vez se nos escapan!? —blasfemó, buscando con la mirada a Aiko—. ¿Podrás encontrarlos?
Independientemente de lo que contestase la muchacha, Akame se quedaría al instante petrificado. Se había puesto blanco, y sus ojos —que lucían el Sharingan— estaban fijos en algún punto del tejado, por encima del hombro de la kunoichi. Cuando al fin pudo hablar, levantó una mano para señalar allí donde no era capaz de dejar de mirar y advirtió a la muchacha.
—¡Detrás tuya!
Allí, sobre el tejado, a unos siete metros de ellos se erguía la figura del ninja mercenario. Era alto y fuerte, y su apariencia resultaba imponente para los dos muchachos. El tipo se rascó la cabeza con la mano diestra, surcada de cicatrices, y luego dedicó una mirada gélida a Akame y otra a Aiko.
—Marchaos a casa. Ya.
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La rudiosa estampida de Datsue en el templo arrancó una oleada de desaprobaciones cuchicheadas, miradas torvas y caras de malas pulgas por parte de los cuatro guardias. Éstos intercambiaron miradas y, tras un silencio tenso, los dos que hasta ese momento habían estado charlando animadamente junto al ataúd se acercaron a Datsue resoplando, como si les acabasen de joder el día.
—Cagonmimare, chaval, para de gritar. ¿Es que no te han enseñado a comportarte en recinto santo? —le reprendió uno, tomándole del brazo para intentar sacarle del templo.
Cuando el Uchiha sacó su bandana del Remolino, los dos guardias se detuvieron en seco. Miraron la placa metálica durante unos segundos y luego se miraron entre ellos. El que sujetaba a Datsue le soltó sin más preámbulos, pero aun así la expresión de los funcionarios no cambió lo más mínimo.
—Los ninjas de Uzushiogakure no tenéis jurisdicción en Yamiria, ¿dónde está tu pergamino de misión?