10/08/2017, 00:14
(Última modificación: 10/08/2017, 00:14 por Uchiha Akame.)
Los guardias siguieron a Datsue, aunque a paso algo más lento por el peso añadido de sus relucientes armaduras con los colores del Daimyo de Uzu no Kuni. Salieron del templo y cruzaron varios callejones hasta salir a otra calle más amplia. Luego tomaron la cuesta abajo, llegaron al barrio residencial y, finalmente, a la callejuela donde estaba el paupérrimo cubil del Jefe.
—¿Aquí? ¿El Jefe? Venga ya, chav...
El segundo soldado levantó su brazo con un gesto rápido y seco, y el primero calló de inmediato. Ambos se acercaron —junto con Datsue, si les acompañaba— callejón adentro hasta arrimarse a la puerta del cuarto trastero. Al asomarse por la ventana, vieron a dos de los sicarios de El Jefe recogiendo el estropicio que habían dejado al filetear a Nezumi. O, mejor dicho, a su cadáver andante.
—A la de tres —susurró el soldado más joven.
Extendió tres dedos de su mano zurda mientras los de la diestra se cerraron en torno al pomo de la espada que colgaba de su cinturón de cuero. Escondió un dedo... Luego otro... Y luego...
—¡QUIETOS TODOS, JODER! —el mayor de los guardias pegó una soberana patada a la puerta que la echó abajo, y entró acero en mano—. ¡COMO OS MOVÁIS OS SACO LAS TRIPAS AQUÍ MISMO, ESCORIA!
Su compañero hizo lo propio, entrando a saco y derribando a uno de los sicarios de una carga con su armadura. Las placas de acero chocaron directamente en la cara del matón, rompiéndole algunos dientes, la nariz, y tirándolo al suelo. El otro trató de desenvainar su cuchillo, pero el más veterano de los soldados le puso la espada en el cuello antes de que pudiera hacerlo.
—Quieto parao', muñeco. Como muevas un dedo, meneo yo la mano.
De repente, Akame se asomó por el marco de la puerta. Estaba pálido y parecía a punto de vomitar, agarrándose el estómago con una mano mientras se apoyaba en la pared con la otra.
—Da... Datsue-kun... —balbuceó, todavía aturdido—. El... mercenario... El Jefe, Rokuro... Han escapado. No pudimos hacer nada.
—¿Aquí? ¿El Jefe? Venga ya, chav...
El segundo soldado levantó su brazo con un gesto rápido y seco, y el primero calló de inmediato. Ambos se acercaron —junto con Datsue, si les acompañaba— callejón adentro hasta arrimarse a la puerta del cuarto trastero. Al asomarse por la ventana, vieron a dos de los sicarios de El Jefe recogiendo el estropicio que habían dejado al filetear a Nezumi. O, mejor dicho, a su cadáver andante.
—A la de tres —susurró el soldado más joven.
Extendió tres dedos de su mano zurda mientras los de la diestra se cerraron en torno al pomo de la espada que colgaba de su cinturón de cuero. Escondió un dedo... Luego otro... Y luego...
—¡QUIETOS TODOS, JODER! —el mayor de los guardias pegó una soberana patada a la puerta que la echó abajo, y entró acero en mano—. ¡COMO OS MOVÁIS OS SACO LAS TRIPAS AQUÍ MISMO, ESCORIA!
Su compañero hizo lo propio, entrando a saco y derribando a uno de los sicarios de una carga con su armadura. Las placas de acero chocaron directamente en la cara del matón, rompiéndole algunos dientes, la nariz, y tirándolo al suelo. El otro trató de desenvainar su cuchillo, pero el más veterano de los soldados le puso la espada en el cuello antes de que pudiera hacerlo.
—Quieto parao', muñeco. Como muevas un dedo, meneo yo la mano.
De repente, Akame se asomó por el marco de la puerta. Estaba pálido y parecía a punto de vomitar, agarrándose el estómago con una mano mientras se apoyaba en la pared con la otra.
—Da... Datsue-kun... —balbuceó, todavía aturdido—. El... mercenario... El Jefe, Rokuro... Han escapado. No pudimos hacer nada.