10/08/2017, 15:58
Los modelos rezumaban ánimos, por lo que era aceptable el pensar que se encontraban listos para la siguiente etapa del trabajo creativo. Sin embargo, Nishijima Satomu no se mostraba completamente convencido, quizás por la falta de emoción de sus invitados ante tal oportunidad. En su sentir, aquello solo tenía una explicación, que era el que aquellos jóvenes no creyeran en él como artista: Sabía que quienes habían escuchado de él no serian capaces de subestimar su talento, pero quienes jamás tuvieron contacto con arte alguno, menos aun con el suyo, debían de tener la creencia de que era solo un escultor mas.
Aquello le disminuía de sobremanera, y solo había una forma de remediar tan lamentable situación: Demostrándoles lo afortunados que eran al estar frente a él.
—Síganme para que vean algo —les dijo con impaciencia.
El primero en moverse para seguir sus pasos a través del bosque de piedra fue el Hakagurē, que se mantuvo sereno pero vigilante, atento a cualquier acto anormal en el que pudiese incurrir su hospedador.
—Aquí esta —Se detuvo y señalo una gran estatua de roca con forma de tigre—. Esta es la ultima escultura que hice por encargo.
Era una majestuosa bestia que parecía estar descendiendo de un árbol, tan realista que de encontrarla de repente se podría creer que se está siendo atacado en algún lugar de la espesura. Estaba exquisitamente tallada en una piedra anaranjada, decorada con multitud de ornamentos en un pulido bronce verde y con, muy adecuadamente, un par de ojos que estaban constituidos por aquella inusual gema de nombre “ojo de tigre”. Por alguna razón, que por momentos era tanto obvia como desconocida, aquella pieza transmitía una sensación de fuerza y salvajismo, de bravura y elegancia marcial. El solo verla evocaba aquellas sensaciones, intensa e inevitablemente.
—Esta belleza era para un familiar de nuestro señor feudal, pero murió antes de poder entregársela —confeso, mientras la acariciaba—. Era un joven militar, orgulloso y bravío, muy aficionado a combatir en solitario y hacer de lo marcial algo elegante… Creo que logre que fuera idéntica a él.
—Pero… Esto es una escultura de un tigre…, no de una persona —alcanzo a decir.
—¡Por los dioses! —se dijo a si mismo Satomu, buscando paciencia—. Ese es mi trabajo, cualquiera puede duplicar a una persona en piedra, pero solo yo soy capaz de transmitir la esencia de su ser a la roca. Si, una esencia cuya forma varia de un individuo a otro y que me da una imagen artistica de lo que debo hacer.
—No estoy seguro de entender a lo que se refiere… —confeso.
Mientras el de cabellos blancos trataba de comprender las alegorías del escultor, tanto Kaido como Akame podrían notar que cerca de allí, al fondo del taller, había unas cuantas esculturas arrumadas y tristes entre las pocas sombras existentes. Para el de Amegakure seria obvio que aquellas piezas no estaban ni remotamente cerca de la tétrica calidad de sus congéneres que les rodeaban. Para el de Uzushiogakure y sus ojos carmesíes seria claro y extraño el que aquellas figuras en particular no contuvieran chakra alguno. Quizás llamara a su curiosidad el que aquel grupo se sintiera como una especie de reunión de parias y marginados esculturales, quizás lo suficiente como para que preguntasen por ello.
Aquello le disminuía de sobremanera, y solo había una forma de remediar tan lamentable situación: Demostrándoles lo afortunados que eran al estar frente a él.
—Síganme para que vean algo —les dijo con impaciencia.
El primero en moverse para seguir sus pasos a través del bosque de piedra fue el Hakagurē, que se mantuvo sereno pero vigilante, atento a cualquier acto anormal en el que pudiese incurrir su hospedador.
—Aquí esta —Se detuvo y señalo una gran estatua de roca con forma de tigre—. Esta es la ultima escultura que hice por encargo.
Era una majestuosa bestia que parecía estar descendiendo de un árbol, tan realista que de encontrarla de repente se podría creer que se está siendo atacado en algún lugar de la espesura. Estaba exquisitamente tallada en una piedra anaranjada, decorada con multitud de ornamentos en un pulido bronce verde y con, muy adecuadamente, un par de ojos que estaban constituidos por aquella inusual gema de nombre “ojo de tigre”. Por alguna razón, que por momentos era tanto obvia como desconocida, aquella pieza transmitía una sensación de fuerza y salvajismo, de bravura y elegancia marcial. El solo verla evocaba aquellas sensaciones, intensa e inevitablemente.
—Esta belleza era para un familiar de nuestro señor feudal, pero murió antes de poder entregársela —confeso, mientras la acariciaba—. Era un joven militar, orgulloso y bravío, muy aficionado a combatir en solitario y hacer de lo marcial algo elegante… Creo que logre que fuera idéntica a él.
—Pero… Esto es una escultura de un tigre…, no de una persona —alcanzo a decir.
—¡Por los dioses! —se dijo a si mismo Satomu, buscando paciencia—. Ese es mi trabajo, cualquiera puede duplicar a una persona en piedra, pero solo yo soy capaz de transmitir la esencia de su ser a la roca. Si, una esencia cuya forma varia de un individuo a otro y que me da una imagen artistica de lo que debo hacer.
—No estoy seguro de entender a lo que se refiere… —confeso.
Mientras el de cabellos blancos trataba de comprender las alegorías del escultor, tanto Kaido como Akame podrían notar que cerca de allí, al fondo del taller, había unas cuantas esculturas arrumadas y tristes entre las pocas sombras existentes. Para el de Amegakure seria obvio que aquellas piezas no estaban ni remotamente cerca de la tétrica calidad de sus congéneres que les rodeaban. Para el de Uzushiogakure y sus ojos carmesíes seria claro y extraño el que aquellas figuras en particular no contuvieran chakra alguno. Quizás llamara a su curiosidad el que aquel grupo se sintiera como una especie de reunión de parias y marginados esculturales, quizás lo suficiente como para que preguntasen por ello.