10/08/2017, 18:09
—Síganme para que vean algo.
«¡Me cago en su putísima madre, ¿por qué no empieza ya, joder?!»
Así pues, les urgió a que les siguieran, de nuevo, a través de otro buen puñado de figuras, hasta que se detuvo frente a una en particular. Un Tigre tallado en piedra, con matices y colores muy similares al de la bestia real, con dos piedras brillantes que hacían juego en donde debían de estar los ojos del animal. Kaido suspiró hastiado, porque ya era consciente de la habilidad de aquel hombre como para que éste intentase, quién sabe por qué razón, seguir reafirmando su grandeza frente a ellos.
Y quedó en evidencia cuando Kotetsu demostró, tal y como callaban ellos; que no entendía una mierda. Satomu intentó explicar por qué su trabajo era tan grandioso, y Kaido carraspeó la garganta, poco después de que callase.
—Mire, viejo de mierda. Entienda algo. ¡Me importa un buen par de cojones azules a quién le haya hecho usted una escultura, o cuántas ha fabricado en su vida! ¿qué quiere que le diga: que es el mejor escultor, el más grandioso artista que Oonindo conocerá alguna vez? pues coño, no lo sé. Es el primero al que conozco, así que puede que mañana vuelva a mi tierra y me consiga a alguien con más talento, quién sabe. Confórmese por ahora con que, vale, sus putas estatuas parecen más que vivas y que dan un mogollón de miedo.
Evidentemente hastiado, alzó su brazo derecho y señaló el camino hacia donde yacían las herramientas de trabajo. Y en donde la puerta de escape estaba más cerca que de donde estaban ahora.
—Terminemos ésto de una vez, haga su trabajo y así puede cada quién irse a su casa.
«¡Me cago en su putísima madre, ¿por qué no empieza ya, joder?!»
Así pues, les urgió a que les siguieran, de nuevo, a través de otro buen puñado de figuras, hasta que se detuvo frente a una en particular. Un Tigre tallado en piedra, con matices y colores muy similares al de la bestia real, con dos piedras brillantes que hacían juego en donde debían de estar los ojos del animal. Kaido suspiró hastiado, porque ya era consciente de la habilidad de aquel hombre como para que éste intentase, quién sabe por qué razón, seguir reafirmando su grandeza frente a ellos.
Y quedó en evidencia cuando Kotetsu demostró, tal y como callaban ellos; que no entendía una mierda. Satomu intentó explicar por qué su trabajo era tan grandioso, y Kaido carraspeó la garganta, poco después de que callase.
—Mire, viejo de mierda. Entienda algo. ¡Me importa un buen par de cojones azules a quién le haya hecho usted una escultura, o cuántas ha fabricado en su vida! ¿qué quiere que le diga: que es el mejor escultor, el más grandioso artista que Oonindo conocerá alguna vez? pues coño, no lo sé. Es el primero al que conozco, así que puede que mañana vuelva a mi tierra y me consiga a alguien con más talento, quién sabe. Confórmese por ahora con que, vale, sus putas estatuas parecen más que vivas y que dan un mogollón de miedo.
Evidentemente hastiado, alzó su brazo derecho y señaló el camino hacia donde yacían las herramientas de trabajo. Y en donde la puerta de escape estaba más cerca que de donde estaban ahora.
—Terminemos ésto de una vez, haga su trabajo y así puede cada quién irse a su casa.