10/08/2017, 19:29
—Sí, sólo un poco aturdido —contestó el Uchiha, girándose para dirigir una mirada confusa a Aiko—. Claramente no quería matarnos.
«¿Por qué?» Aquella pregunta flotaba en la inmensidad de su mente. Conforme el aturdimiento se le iba pasando, Akame empezaba a darle vueltas a lo que acababa de ocurrir. No lo entendería hasta mucho tiempo después, en otro momento y otro lugar; aunque claro, eso no era algo que él supiese en aquel preciso instante.
Lo que les atañía ahora eran los dos sicarios que los guardias del Daimyo habían tirado ya al suelo, con las manos atadas a la espalda y despojados de sus armas. Sólo entonces los soldados enfundaron sus propias espadas con gesto de... ¿molestia? «Acaban de atrapar a dos criminales en la escena de un delito... ¿No deberían mostrarse un poco más alegres?», se preguntó Akame. Claramente, aquellos tipos no lo estaban en absoluto.
—Ve a buscar a Ryomaru-san y a Zanbu-san, hoy están de patrulla por la plaza del mercado —ordenó el mayor al más joven con clara desgana. Éste asintió y, tras abandonar el pequeño y sucio local, desapareció al doblar la esquina del callejón.
—Joder, menudo estropicio habéis organizado aquí. ¿Quién coño era este pobre diablo? —preguntó el soldado a los sicarios, pateando a uno en las costillas "no demasiado fuerte" con sus grebas de acero.
Como era de esperar, no hubo respuesta. El guardia se volteó entonces hacia los shinobi, dedicando largas y analíticas miradas tanto a Akame como a la muchacha de Amegakure.
—Vaya, así que os han dado bien. Y tú, shinobi-san —añadió, señalando a Datsue—, ¿no se suponía que teníais al Jefe aquí?
Akame, por su parte, estaba demasiado cansado como para dar explicaciones ningunas. El golpe del mercenario había sido certero y demoledor; todavía le dolía el estómago. Resbaló por el marco de la puerta hasta quedar sentado sobre el frío suelo de adoquines manchado de la sangre de Nezumi —ahora irreconocible—.
—Creo que necesito una cama...
«¿Por qué?» Aquella pregunta flotaba en la inmensidad de su mente. Conforme el aturdimiento se le iba pasando, Akame empezaba a darle vueltas a lo que acababa de ocurrir. No lo entendería hasta mucho tiempo después, en otro momento y otro lugar; aunque claro, eso no era algo que él supiese en aquel preciso instante.
Lo que les atañía ahora eran los dos sicarios que los guardias del Daimyo habían tirado ya al suelo, con las manos atadas a la espalda y despojados de sus armas. Sólo entonces los soldados enfundaron sus propias espadas con gesto de... ¿molestia? «Acaban de atrapar a dos criminales en la escena de un delito... ¿No deberían mostrarse un poco más alegres?», se preguntó Akame. Claramente, aquellos tipos no lo estaban en absoluto.
—Ve a buscar a Ryomaru-san y a Zanbu-san, hoy están de patrulla por la plaza del mercado —ordenó el mayor al más joven con clara desgana. Éste asintió y, tras abandonar el pequeño y sucio local, desapareció al doblar la esquina del callejón.
—Joder, menudo estropicio habéis organizado aquí. ¿Quién coño era este pobre diablo? —preguntó el soldado a los sicarios, pateando a uno en las costillas "no demasiado fuerte" con sus grebas de acero.
Como era de esperar, no hubo respuesta. El guardia se volteó entonces hacia los shinobi, dedicando largas y analíticas miradas tanto a Akame como a la muchacha de Amegakure.
—Vaya, así que os han dado bien. Y tú, shinobi-san —añadió, señalando a Datsue—, ¿no se suponía que teníais al Jefe aquí?
Akame, por su parte, estaba demasiado cansado como para dar explicaciones ningunas. El golpe del mercenario había sido certero y demoledor; todavía le dolía el estómago. Resbaló por el marco de la puerta hasta quedar sentado sobre el frío suelo de adoquines manchado de la sangre de Nezumi —ahora irreconocible—.
—Creo que necesito una cama...