10/08/2017, 20:45
«Ah, esa misma pregunta me hago yo, Aiko-san»; Akame dirigió una mirada indiferente a la kunoichi y luego se encogió de hombros.
—Sólo puedo especular. Tal vez no quiera un conflicto con las Grandes Aldeas, matar a dos gennin no es algo que los Kage fuesen a perdonar —sugirió, pensativo—. Tal vez sí era un shinobi infiltrado, en mitad de una misión, y hemos estado a punto de jodérsela. Quién sabe.
Pasaban los minutos y el Uchiha empezaba a encontrarse mejor, hasta el punto de que se puso en pie —no sin dificultad— de nuevo. Datsue, por su parte, parecía escocido a más no poder por haber perdido al Jefe, al músico y al renegado. «Lo hemos perdido todo... Menudos shinobis», se reprendió a sí mismo el Uchiha. Al volver a Uzu entrenaría el doble cada día, se dijo.
El guardia, sin embargo, no se tomó nada a bien las palabras de uzujin. Escupió al suelo, junto a los sicarios, y luego increpó al gennin.
—¿Al asesino de ayer? ¿Quién es el asesino de ayer, si tienes la amabilidad de decírmelo? —añadió, señalando al pecho de Datsue con su dedo índice enfundado en un guantelete metálico—. Yo aquí sólo veo a dos ratas callejeras que acaban de filetear a algún desgraciado al que ya no reconocería ni su santa madre.
Lo cierto era que los sicarios se habían empleado a fondo con el cadáver, que ahora no era más que un montón de trozos de vísceras, extremidades, carne y hueso en una bolsa de tela.
—¿Sabes de qué me puedo llevar el crédito? De la ronda matutina tranquila que me acabas de joder.
Al poco llegó el guardia jovenzuelo acompañado de dos soldados más, todos embutidos en armaduras relucientes y llevando espadas al cinto. El veterano les saludó con la camaradería propia de los compañeros de profesión y, tras intercambiar algunas palabras, los funcionarios se pusieron en marcha. Con unas escuetas palabras y sin mejores ánimos, el mayor de los guardias echó "disimuladamente" a los muchachos.
—Venga, vosotros, largo de aquí. Id a que os vea un médico.
Akame quizás hubiese replicado, quizás incluso se habría molestado por las palabras de aquel tipo. Pero le dolía demasiado el cuerpo y todavía estaba mareado. Se irguió en toda su estatura y, a paso tranquilo, empezó a caminar por los adoquines del callejón.
—Vámonos, Datsue-kun... Aiko-san...
—Sólo puedo especular. Tal vez no quiera un conflicto con las Grandes Aldeas, matar a dos gennin no es algo que los Kage fuesen a perdonar —sugirió, pensativo—. Tal vez sí era un shinobi infiltrado, en mitad de una misión, y hemos estado a punto de jodérsela. Quién sabe.
Pasaban los minutos y el Uchiha empezaba a encontrarse mejor, hasta el punto de que se puso en pie —no sin dificultad— de nuevo. Datsue, por su parte, parecía escocido a más no poder por haber perdido al Jefe, al músico y al renegado. «Lo hemos perdido todo... Menudos shinobis», se reprendió a sí mismo el Uchiha. Al volver a Uzu entrenaría el doble cada día, se dijo.
El guardia, sin embargo, no se tomó nada a bien las palabras de uzujin. Escupió al suelo, junto a los sicarios, y luego increpó al gennin.
—¿Al asesino de ayer? ¿Quién es el asesino de ayer, si tienes la amabilidad de decírmelo? —añadió, señalando al pecho de Datsue con su dedo índice enfundado en un guantelete metálico—. Yo aquí sólo veo a dos ratas callejeras que acaban de filetear a algún desgraciado al que ya no reconocería ni su santa madre.
Lo cierto era que los sicarios se habían empleado a fondo con el cadáver, que ahora no era más que un montón de trozos de vísceras, extremidades, carne y hueso en una bolsa de tela.
—¿Sabes de qué me puedo llevar el crédito? De la ronda matutina tranquila que me acabas de joder.
Al poco llegó el guardia jovenzuelo acompañado de dos soldados más, todos embutidos en armaduras relucientes y llevando espadas al cinto. El veterano les saludó con la camaradería propia de los compañeros de profesión y, tras intercambiar algunas palabras, los funcionarios se pusieron en marcha. Con unas escuetas palabras y sin mejores ánimos, el mayor de los guardias echó "disimuladamente" a los muchachos.
—Venga, vosotros, largo de aquí. Id a que os vea un médico.
Akame quizás hubiese replicado, quizás incluso se habría molestado por las palabras de aquel tipo. Pero le dolía demasiado el cuerpo y todavía estaba mareado. Se irguió en toda su estatura y, a paso tranquilo, empezó a caminar por los adoquines del callejón.
—Vámonos, Datsue-kun... Aiko-san...