11/08/2017, 14:38
—Mire, viejo de mierda. Entienda algo. ¡Me importa un buen par de cojones azules a quién le haya hecho usted una escultura, o cuántas ha fabricado en su vida! ¿Qué quiere que le diga: que es el mejor escultor, el más grandioso artista que Oonindo conocerá alguna vez? pues coño, no lo sé. Es el primero al que conozco, así que puede que mañana vuelva a mi tierra y me consiga a alguien con más talento, quién sabe. Confórmese por ahora con que, vale, sus putas estatuas parecen más que vivas y que dan un mogollón de miedo.
—Por los dioses, no es ni remotamente capaz de entender las cosas bellas, pobre criaturita que va ignorante por la vida —señalo, mientras le miraba con cierto grado de compasión artística—. Terminaremos pronto para que puedas regresar a tu cerrado e insensible mundo.
Aquella sonrisa que mostraba era uno de esos rasgos que resultaban tan molestos.
—Nishijima-san, si me permite la pregunta... ¿Por qué esas esculturas están hacinadas allí, apartadas del resto? Y... ¿Por qué parecen diferentes?
Y con aquella interrogante, el escultor pareció tanto entristecido como avergonzado.
—Incluso los dioses se equivocan, como cuando se permitieron crear el débil corazón de los hombres —recito, evocando una frase de un antiguo texto poetico—. Ellos son mis creaciones fallidas, esculturas de aquellos días malos en que las musas huían de mí.
—¿Entonces porque las conserva? —se atrevió a preguntar el Hakagurē.
—Porque a pesar de que no tienen humanidad, son mis creaciones —Hizo una leve pausa y miro hacia el rincón, con cierto aire paternal—. Además, los días en que la frustración me domina me dedico a destruirlas… Es como una forma de espiar mis pecados artísticos…
El escultor guardo silencio de nuevo, pues recordar sus fallas jamás era algo agradable, pese a que aquello solo hiciese sus éxitos más notables. Se dio media vuelta y camino hasta el centro de la sala, esperado que los jóvenes les siguieran. Al llegar al sitio, retiro una enorme manta que cubría una serie de tres enormes pilares de roca, cada una tenía un color y textura distintas. Luego procedió a retirar la tela que cubría una larga mesa cercana, que resultaba estar llena de cientos de herramientas tanto familiares como desconocidas, pues algunas parecían armas o instrumentos quirúrgicos. El artista dio una profunda aspiración como absorbiendo el ambiente de su área de trabajo.
El escultor se dio media vuelta y observo durante un exacto y silencioso minuto a sus modelos. Luego, sonriendo tomo un par de herramienta y comenzó a trabajar. Había dejado de ser Nishijima Satomu el excéntrico acaudalado, para ser “Aquel que le confiere a la piedra humanidad”.
—¿Y ahora que tenemos que hacer? —pregunto el espadachín, pero el artista le ignoro, como si estuviese en trance.
El joven peliblanco camino un poco y trato de llamar su atención con unos cuantos gestos de sus manos, pero el hombre parecía no verle aunque le tuviera enfrente. Era como si estuviese en una especie zona creativa en donde nada podia perturbar el cenit de su concentración.
El joven se giro hacia sus compañeros para hacer una clara señal de no entendimiento con sus hombros, por lo que no pudo ver lo extraño del hecho que estaba ocurriendo a sus espaldas: De las manos del escultor comenzaba a irradiar una especie de chakra que variaba entre lo iridiscente y tornasolado. De a poco parecía expandirse y recorrer su cuerpo como un aura, para luego desplazarse por sus herramientas hasta introducirse en la piedra, por la cual circulaba para regresar, en menor proporción, al artista. Lo más extraño es que el chakra era lo suficientemente denso como para ser visible a simple vista y tan fuerte como para sentirse la forma en que hacia vibrar el aire de la estancia. Sin embargo, se mostraba tan dócil y fluido como el aceite, mientras que su poder se expandía en forma de hondas suaves y rítmicas como las que emite un tamborcillo bien tocado.
Al notar la extraña sensación, el joven de ojos grises se giro, quedando con la necesidad de hacer una única pregunta.
—¿Es eso chakra? —dijo en voz clara, anonadado ante lo que veía.
—Por los dioses, no es ni remotamente capaz de entender las cosas bellas, pobre criaturita que va ignorante por la vida —señalo, mientras le miraba con cierto grado de compasión artística—. Terminaremos pronto para que puedas regresar a tu cerrado e insensible mundo.
Aquella sonrisa que mostraba era uno de esos rasgos que resultaban tan molestos.
—Nishijima-san, si me permite la pregunta... ¿Por qué esas esculturas están hacinadas allí, apartadas del resto? Y... ¿Por qué parecen diferentes?
Y con aquella interrogante, el escultor pareció tanto entristecido como avergonzado.
—Incluso los dioses se equivocan, como cuando se permitieron crear el débil corazón de los hombres —recito, evocando una frase de un antiguo texto poetico—. Ellos son mis creaciones fallidas, esculturas de aquellos días malos en que las musas huían de mí.
—¿Entonces porque las conserva? —se atrevió a preguntar el Hakagurē.
—Porque a pesar de que no tienen humanidad, son mis creaciones —Hizo una leve pausa y miro hacia el rincón, con cierto aire paternal—. Además, los días en que la frustración me domina me dedico a destruirlas… Es como una forma de espiar mis pecados artísticos…
El escultor guardo silencio de nuevo, pues recordar sus fallas jamás era algo agradable, pese a que aquello solo hiciese sus éxitos más notables. Se dio media vuelta y camino hasta el centro de la sala, esperado que los jóvenes les siguieran. Al llegar al sitio, retiro una enorme manta que cubría una serie de tres enormes pilares de roca, cada una tenía un color y textura distintas. Luego procedió a retirar la tela que cubría una larga mesa cercana, que resultaba estar llena de cientos de herramientas tanto familiares como desconocidas, pues algunas parecían armas o instrumentos quirúrgicos. El artista dio una profunda aspiración como absorbiendo el ambiente de su área de trabajo.
El escultor se dio media vuelta y observo durante un exacto y silencioso minuto a sus modelos. Luego, sonriendo tomo un par de herramienta y comenzó a trabajar. Había dejado de ser Nishijima Satomu el excéntrico acaudalado, para ser “Aquel que le confiere a la piedra humanidad”.
—¿Y ahora que tenemos que hacer? —pregunto el espadachín, pero el artista le ignoro, como si estuviese en trance.
El joven peliblanco camino un poco y trato de llamar su atención con unos cuantos gestos de sus manos, pero el hombre parecía no verle aunque le tuviera enfrente. Era como si estuviese en una especie zona creativa en donde nada podia perturbar el cenit de su concentración.
El joven se giro hacia sus compañeros para hacer una clara señal de no entendimiento con sus hombros, por lo que no pudo ver lo extraño del hecho que estaba ocurriendo a sus espaldas: De las manos del escultor comenzaba a irradiar una especie de chakra que variaba entre lo iridiscente y tornasolado. De a poco parecía expandirse y recorrer su cuerpo como un aura, para luego desplazarse por sus herramientas hasta introducirse en la piedra, por la cual circulaba para regresar, en menor proporción, al artista. Lo más extraño es que el chakra era lo suficientemente denso como para ser visible a simple vista y tan fuerte como para sentirse la forma en que hacia vibrar el aire de la estancia. Sin embargo, se mostraba tan dócil y fluido como el aceite, mientras que su poder se expandía en forma de hondas suaves y rítmicas como las que emite un tamborcillo bien tocado.
Al notar la extraña sensación, el joven de ojos grises se giro, quedando con la necesidad de hacer una única pregunta.
—¿Es eso chakra? —dijo en voz clara, anonadado ante lo que veía.