11/08/2017, 19:32
Desde luego que no lo entendía, no señor.
Después de su rabieta, Kaido se sintió sólo, dejado de lado por sus dos compañeros que, uno no le devolvió la mirada, y otro que parecía más interesado en las obras de Satomu que cualquier otro estúpido comprador. Aún cuando sabían que, ahí en el interior de tan humanas esculturas, había chakra de por medio.
Y el chakra en las manos equivocadas, y más en las desconocidas, era señal de peligro.
Un peligro que se hizo tan inminente y literalmente palpable, una vez que Satomu comenzó su proceso artístico frente a las tres grandes piedras aún sin vida. Un poderoso manto le cubrió de pies a cabeza, que denso y colorido a la vista de los tres inexperimentados genin, parecía ser todo un acto asombroso.
Pero para Kaido era todo lo contrario. Era una muestra de poder, una sacada de polla sobre la mesa en toda forma. Él retrocedió, intercalando su mirada entre sus compañeros y viendo cómo indagaban ensimismados respecto a lo que ahora veían sus ojos, mientras él era consumido por el temor. No podía guardar las apariencias, desde luego, fuera por su inexperiencia, o por su ya de por sí reducida voluntad, que generalmente camuflaba con falsa confianza y autoridad frente a los más débiles. Pero ahí, en ese momento, el más débil...
era él.
«¡Espabilen, coño! ¡éste tipo nos va a matar!»
Después de su rabieta, Kaido se sintió sólo, dejado de lado por sus dos compañeros que, uno no le devolvió la mirada, y otro que parecía más interesado en las obras de Satomu que cualquier otro estúpido comprador. Aún cuando sabían que, ahí en el interior de tan humanas esculturas, había chakra de por medio.
Y el chakra en las manos equivocadas, y más en las desconocidas, era señal de peligro.
Un peligro que se hizo tan inminente y literalmente palpable, una vez que Satomu comenzó su proceso artístico frente a las tres grandes piedras aún sin vida. Un poderoso manto le cubrió de pies a cabeza, que denso y colorido a la vista de los tres inexperimentados genin, parecía ser todo un acto asombroso.
Pero para Kaido era todo lo contrario. Era una muestra de poder, una sacada de polla sobre la mesa en toda forma. Él retrocedió, intercalando su mirada entre sus compañeros y viendo cómo indagaban ensimismados respecto a lo que ahora veían sus ojos, mientras él era consumido por el temor. No podía guardar las apariencias, desde luego, fuera por su inexperiencia, o por su ya de por sí reducida voluntad, que generalmente camuflaba con falsa confianza y autoridad frente a los más débiles. Pero ahí, en ese momento, el más débil...
era él.
«¡Espabilen, coño! ¡éste tipo nos va a matar!»