11/08/2017, 23:01
Eri también había bajado con ella, pero cuando se giró hacia ella y se vio cara a cara con un conejo de un rimbombante color púrpura que distaba mucho de resultar natural. Ayame movió la nariz de un lado a otro y agachó las orejas, indecisa, pero tras unos breves segundos miró a su compañera y comenzó a saltar. Eri la seguía, pero, por si no fuera suficiente con ser un conejo púrpura, había decidido que era buena idea ponerse a caminar a dos patas. En un gesto desesperado, se tapó el hocico con las patas delanteras y siguió caminando. Como un conejo normal.
Ayame olisqueaba el aire conforme se iban acercando al punto donde habían visto las hierbas agitarse. Y. tras girar un rosal, se detuvo bruscamente al encontrarse cara a cara con un animal. Un conejo bastante más grande que ellas, pero de pelaje pardo, las orejas bastante más largas terminadas en puntas negras y las patas también más largas. No era un conejo. Era una liebre.
—¿Qué pasa, Sanusagi? ¿Has encontrado a más amiguitos con los que celebrar nuestro No-Cumpleaños?
El que había hablado era un hombre alto y larguirucho que llevaba un sombrero sobre la cabeza, más alto aún. Estaba sentado sobre una manta a modo de picnic y, sobre esta, una infinidad de platitos con pedacitos de tarta y cubiertos de plata. El hombre se llevó una diminuta taza humeante a los labios y se relamió con gusto tras beber un trago.
Ayame miró a su compañera. ¿Qué debían hacer? ¿Podían fiarse de aquel hombre?
Ayame olisqueaba el aire conforme se iban acercando al punto donde habían visto las hierbas agitarse. Y. tras girar un rosal, se detuvo bruscamente al encontrarse cara a cara con un animal. Un conejo bastante más grande que ellas, pero de pelaje pardo, las orejas bastante más largas terminadas en puntas negras y las patas también más largas. No era un conejo. Era una liebre.
—¿Qué pasa, Sanusagi? ¿Has encontrado a más amiguitos con los que celebrar nuestro No-Cumpleaños?
El que había hablado era un hombre alto y larguirucho que llevaba un sombrero sobre la cabeza, más alto aún. Estaba sentado sobre una manta a modo de picnic y, sobre esta, una infinidad de platitos con pedacitos de tarta y cubiertos de plata. El hombre se llevó una diminuta taza humeante a los labios y se relamió con gusto tras beber un trago.
Ayame miró a su compañera. ¿Qué debían hacer? ¿Podían fiarse de aquel hombre?