14/08/2017, 13:34
Casi se podía decir que, de entre todos los participantes que quedaban del torneo, Ayame había sido de las más afortunadas. Ella no había sido herida en su anterior combate, por lo que no necesitó más asistencia médica ni periodo de recuperación que el simple descanso de su agotamiento físico. Pese a todo, y como el resto de participantes, pese a sus quejidos se vio obligada a pasar por todos los reconocimientos médicos pertinentes antes de su combate en la segunda ronda del torneo.
Ahora, el día había llegado. Y la kunoichi era muy consciente de que no podía confiarse por nada del mundo.
Mientras esperaba en su ya familiar cubículo, no podía dejar de darle vueltas a quién podría ser su próximo oponente. De los que habían pasado la primera ronda, conocía prácticamente a la mitad. Pero conocía muy poco de sus habilidades y tácticas de combate. Del que más sabía era de Daruu, su compañero de equipo y de aldea, pero, por razones sentimentales y dada la predisposición táctica del joven, también era una de las últimas personas a las que querría enfrentarse. Tampoco le gustaría enfrentarse a Kaido, pues un enfrentamiento así supondría la inevitable revelación de que ella era un Hōzuki como él, un hecho que llevaba bastante tiempo ocultándole. Sobre el resto de sus posibles oponentes, poco podía decir. No sabía casi nada sobre ellos. Tan sólo podía rezar porque no le tocara alguien que utilizara el elemento del rayo.
Sumergida en sus propios pensamientos, el chasquido de la puerta abriéndose frente a ella la sorprendió más pronto que tarde.
—¿Qué? ¿Ya? —preguntó, aunque nadie podía escucharla.
Con el corazón bombeando con fuerza, Ayame se levantó de su posición y echó a andar hacia la salida. La luz del exterior la cegó momentáneamente y la multitud la arropó de nuevo entre sus exclamaciones y vítores. La muchacha tragó saliva, abrumada. Por mucho que intentara olvidarlo, la sensación de tener tantos centenares de miradas clavadas sobre su cuerpo era verdaderamente avasallador.
«Concéntrate.» Se ordenó a sí misma, sacudiendo la cabeza. «Tienes que hacerlo. Tienes que demostrarle a papá que puedes valerte por ti misma. ¡Demuéstraselo!»
Decidida, pero con las piernas temblándole como un flan, se adelantó hasta situarse sobre su marca en el ring de combate. En última instancia, alzó la mirada hacia el palco de la Arashikage y le dedicó una pronunciada reverencia cargada de respeto.
Ya sólo quedaba que su oponente apareciera.
Ahora, el día había llegado. Y la kunoichi era muy consciente de que no podía confiarse por nada del mundo.
Mientras esperaba en su ya familiar cubículo, no podía dejar de darle vueltas a quién podría ser su próximo oponente. De los que habían pasado la primera ronda, conocía prácticamente a la mitad. Pero conocía muy poco de sus habilidades y tácticas de combate. Del que más sabía era de Daruu, su compañero de equipo y de aldea, pero, por razones sentimentales y dada la predisposición táctica del joven, también era una de las últimas personas a las que querría enfrentarse. Tampoco le gustaría enfrentarse a Kaido, pues un enfrentamiento así supondría la inevitable revelación de que ella era un Hōzuki como él, un hecho que llevaba bastante tiempo ocultándole. Sobre el resto de sus posibles oponentes, poco podía decir. No sabía casi nada sobre ellos. Tan sólo podía rezar porque no le tocara alguien que utilizara el elemento del rayo.
Sumergida en sus propios pensamientos, el chasquido de la puerta abriéndose frente a ella la sorprendió más pronto que tarde.
—¿Qué? ¿Ya? —preguntó, aunque nadie podía escucharla.
Con el corazón bombeando con fuerza, Ayame se levantó de su posición y echó a andar hacia la salida. La luz del exterior la cegó momentáneamente y la multitud la arropó de nuevo entre sus exclamaciones y vítores. La muchacha tragó saliva, abrumada. Por mucho que intentara olvidarlo, la sensación de tener tantos centenares de miradas clavadas sobre su cuerpo era verdaderamente avasallador.
«Concéntrate.» Se ordenó a sí misma, sacudiendo la cabeza. «Tienes que hacerlo. Tienes que demostrarle a papá que puedes valerte por ti misma. ¡Demuéstraselo!»
Decidida, pero con las piernas temblándole como un flan, se adelantó hasta situarse sobre su marca en el ring de combate. En última instancia, alzó la mirada hacia el palco de la Arashikage y le dedicó una pronunciada reverencia cargada de respeto.
Ya sólo quedaba que su oponente apareciera.