15/08/2017, 11:10
Cuando cayó la noche, Eri se vio envuelta en la soledad de su habitación, aún dándole vueltas a su primera derrota oficial, y nada más y nada menos contra... Un camarada de su villa. Volvió a estamparse la mano contra la cara, intentando disipar aquel sentimiento entre bochorno y vergüenza y se levantó, justo cuando una brisa veraniega y agradable entraba por las ventanas del lugar donde estaba viviendo.
Y después de eso tuvo una pequeña idea.
En el tramo que había recorrido solo había tenido en mente una cosa: buscar una tienda o algún puesto de comida para —a poder ser— llenarse la boca de dulces. Tenía hambre, pero no un hambre de no haber cenado, si no de querer picotear y sobre todo picotear algo hecho de azúcar.
Nunca había visitado Sendooshi, la verdad era que para el poco tiempo que había estado allí antes de la primera ronda lo único que había hecho era entrenar o escaquearse, pero ninguno de esos días su rumbo la llevó allí, así que entre el bullicio de gente estaba ella, con los ojos viajando de un lado a otro mientras que sus manos se encontraban guardadas en sus bolsillos. La bandana la traía anudada al cuello en vez de de diadema ya que aquella noche quería que sus cabellos volasen con el viento.
Sin embargo la joven se vio privada de seguir en sus pensamientos pues un sonoro grito resonó en la calle en la que se encontraba y una persona —de tamaño considerable— voló hacia su posición. Rápidamente se echó a un lado, pero el impacto recayó en su pierna, haciéndola tambalearse y caer de culo contra el suelo.
— No vuelves a venir a tocarme los cojones a mi local, imbécil!
«¡Pero será...!»
Y después de eso tuvo una pequeña idea.
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En el tramo que había recorrido solo había tenido en mente una cosa: buscar una tienda o algún puesto de comida para —a poder ser— llenarse la boca de dulces. Tenía hambre, pero no un hambre de no haber cenado, si no de querer picotear y sobre todo picotear algo hecho de azúcar.
Nunca había visitado Sendooshi, la verdad era que para el poco tiempo que había estado allí antes de la primera ronda lo único que había hecho era entrenar o escaquearse, pero ninguno de esos días su rumbo la llevó allí, así que entre el bullicio de gente estaba ella, con los ojos viajando de un lado a otro mientras que sus manos se encontraban guardadas en sus bolsillos. La bandana la traía anudada al cuello en vez de de diadema ya que aquella noche quería que sus cabellos volasen con el viento.
Sin embargo la joven se vio privada de seguir en sus pensamientos pues un sonoro grito resonó en la calle en la que se encontraba y una persona —de tamaño considerable— voló hacia su posición. Rápidamente se echó a un lado, pero el impacto recayó en su pierna, haciéndola tambalearse y caer de culo contra el suelo.
— No vuelves a venir a tocarme los cojones a mi local, imbécil!
«¡Pero será...!»