15/08/2017, 23:33
(Última modificación: 15/08/2017, 23:33 por Aotsuki Ayame.)
Eri dibujó con su pata en el suelo lo que parecía ser una flecha en dirección a donde se estaban dirigiendo originalmente. El mensaje estaba claro, continuar hacia delante. Pero entonces el hombre del sombrero volvió a hablar:
—¡Oh, qué conejito tan listo! ¡Si sabe dibujar y todo! —exclamó, al tiempo que daba palmas de alegría. Enseguida sacó una pasta de té y se la enseñó a ambas—. ¡Vamos! ¿No queréis celebrar nuestro No-Cumpleaños con Sasunagi-chan y yo?
Sasunagi, que debía de ser el nombre de la liebre, se había acercado a Ayame y ahora la olfateaba con curiosidad. La kunoichi, muerta de miedo ante la situación, había tensado todos los músculos del cuerpo y había aplastado sus menudas orejas contra la cabeza. En un abrir y cerrar de ojos, se dio media vuelta y echó a correr con toda la fuerza de sus patitas.
«¡Ay, ay ay! ¡Pero qué bicho tan grande! ¡Son mucho más monos cuando son pequeñitos y los puedes coger con tus manos...!» Pensaba aterrorizada. Y en algún momento se detuvo y giró la cabeza varias veces y olfateó el aire. «¡He perdido a Eri...!»
Iba a volver sobre sus pasos cuando lo oyó. Las hierbas se agitaron de repente, y antes de que pudiera escapar algo la había inmovilizado por completo. Ante sus aterrorizados ojos, un enorme gato de un extraño pelaje oscuro casi púrpura abrió sus enormes fauces hacia ella, hasta que se asemejaron a una gran sonrisa...
«¡SOCORRO...!»
—¡Oh, qué conejito tan listo! ¡Si sabe dibujar y todo! —exclamó, al tiempo que daba palmas de alegría. Enseguida sacó una pasta de té y se la enseñó a ambas—. ¡Vamos! ¿No queréis celebrar nuestro No-Cumpleaños con Sasunagi-chan y yo?
Sasunagi, que debía de ser el nombre de la liebre, se había acercado a Ayame y ahora la olfateaba con curiosidad. La kunoichi, muerta de miedo ante la situación, había tensado todos los músculos del cuerpo y había aplastado sus menudas orejas contra la cabeza. En un abrir y cerrar de ojos, se dio media vuelta y echó a correr con toda la fuerza de sus patitas.
«¡Ay, ay ay! ¡Pero qué bicho tan grande! ¡Son mucho más monos cuando son pequeñitos y los puedes coger con tus manos...!» Pensaba aterrorizada. Y en algún momento se detuvo y giró la cabeza varias veces y olfateó el aire. «¡He perdido a Eri...!»
Iba a volver sobre sus pasos cuando lo oyó. Las hierbas se agitaron de repente, y antes de que pudiera escapar algo la había inmovilizado por completo. Ante sus aterrorizados ojos, un enorme gato de un extraño pelaje oscuro casi púrpura abrió sus enormes fauces hacia ella, hasta que se asemejaron a una gran sonrisa...
«¡SOCORRO...!»