18/08/2017, 16:10
Nishijima Satomu continuó en su estado catatónico, sin prestar atención a las interrogantes de los genin que de a poco entendían que aquello era tan extraño como peligroso. Kaido lo había decidido primero: y es que sin importar lo que fuera que estuviese haciendo ese hombre, no se iba a dejar joder la vida por un proceso artístico ajeno y desconocido.
Correr de ahí fue su única opción. Alejarse, antes de que aquel chakra le devorase.
Sin embargo, antes de que pudiera siquiera alcanzar los linderos del gran portón de hierro que suponía ser la salida, una imponente y fugaz figura hizo acto de aparición a mitad del camino. Un hombre alto, de cabello azul considerablemente más claro que el de Kaido —a razón de unas nacientes canas como víctima de la edad— ataviado con un extenso Yukata de color azul marino abierto que lucía por encima de su chaleco de Jonin, y la vestimenta típica shinobi. Se trataba de Hōzuki Yarou; el experimentado acompañante de Hōzuki Kaido.
Su primer movimiento fue el de detener a su pupilo, obligándole a voltear y a acercarse nuevamente hasta el punto en el que se encontraba anteriormente. Siempre con la vista férrea sobre un poseído Satomu, que continuaba con su proceso artístico a pesar de las fluctuaciones en su entorno, ajenas a las estatuas que quería crear.
—¡Joder, viejo; ¿qué haces? ¡debemos irnos de aquí, ese tipo nos va a matar!
Yarou le regaló un gesto tanto a Akame como a Kotetsu, para que éstos también se mantuvieran en su posición.
—Puede que no, siempre y cuando dejemos que termine de concederle humanidad a vuestras estatuas. Si por el contrario hacemos algo que logre interrumpir el proceso; me temo que la situación sí que puede ir a peor —su voz: calma, paciente y su rostro muy observador. Parecía decir aquello con propiedad, como si supiera realmente lo que le ocurría al hombre poseído, que aún yacía fuera de sí—. Lo he visto antes. Son casos aislados, y es una forma de expresión bastante poco común del chakra como energía. Nishijima Satomu posee chakra, sí, pero es evidente que no tiene ni la más mínima idea de cómo controlarlo. Hasta me atrevo a decir que incluso fuera de ese estado, no es consciente de que su persona es controlada por ese chakra en su interior, ni que le obliga a entrar a ésta fase catatónica cada vez que decide sumergirse en en su arte.
Su mano se posó por sobre una de sus uchigatana cuando Satomu volteó, repentinamente, a ver a una de sus musas.
—Verán, estoy seguro de que Satomu padece un muy raro tipo de autismo; lo que le convierte en un prodigio del arte. Eso, aunado a ésta forma primitiva y descontrolada de hacer uso del chakra, le han convertido en el artista venerado que es hoy en día. Retraído, megalómano y ególatra. Todas matices de su extraña condición.
»Debemos dejar que termine las esculturas, o puede perder el control.
Correr de ahí fue su única opción. Alejarse, antes de que aquel chakra le devorase.
Sin embargo, antes de que pudiera siquiera alcanzar los linderos del gran portón de hierro que suponía ser la salida, una imponente y fugaz figura hizo acto de aparición a mitad del camino. Un hombre alto, de cabello azul considerablemente más claro que el de Kaido —a razón de unas nacientes canas como víctima de la edad— ataviado con un extenso Yukata de color azul marino abierto que lucía por encima de su chaleco de Jonin, y la vestimenta típica shinobi. Se trataba de Hōzuki Yarou; el experimentado acompañante de Hōzuki Kaido.
Su primer movimiento fue el de detener a su pupilo, obligándole a voltear y a acercarse nuevamente hasta el punto en el que se encontraba anteriormente. Siempre con la vista férrea sobre un poseído Satomu, que continuaba con su proceso artístico a pesar de las fluctuaciones en su entorno, ajenas a las estatuas que quería crear.
—¡Joder, viejo; ¿qué haces? ¡debemos irnos de aquí, ese tipo nos va a matar!
Yarou le regaló un gesto tanto a Akame como a Kotetsu, para que éstos también se mantuvieran en su posición.
—Puede que no, siempre y cuando dejemos que termine de concederle humanidad a vuestras estatuas. Si por el contrario hacemos algo que logre interrumpir el proceso; me temo que la situación sí que puede ir a peor —su voz: calma, paciente y su rostro muy observador. Parecía decir aquello con propiedad, como si supiera realmente lo que le ocurría al hombre poseído, que aún yacía fuera de sí—. Lo he visto antes. Son casos aislados, y es una forma de expresión bastante poco común del chakra como energía. Nishijima Satomu posee chakra, sí, pero es evidente que no tiene ni la más mínima idea de cómo controlarlo. Hasta me atrevo a decir que incluso fuera de ese estado, no es consciente de que su persona es controlada por ese chakra en su interior, ni que le obliga a entrar a ésta fase catatónica cada vez que decide sumergirse en en su arte.
Su mano se posó por sobre una de sus uchigatana cuando Satomu volteó, repentinamente, a ver a una de sus musas.
—Verán, estoy seguro de que Satomu padece un muy raro tipo de autismo; lo que le convierte en un prodigio del arte. Eso, aunado a ésta forma primitiva y descontrolada de hacer uso del chakra, le han convertido en el artista venerado que es hoy en día. Retraído, megalómano y ególatra. Todas matices de su extraña condición.
»Debemos dejar que termine las esculturas, o puede perder el control.