21/08/2017, 19:33
La revelación impulsó a Riko a acercarse sin miramientos al desconocido, en pro de socorrerle. Preguntó al hombre si se encontraba bien, y además, qué hacía ahí; pero no tuvo la aparente fortaleza para responder a sus interrogantes que le llegaban a su oído como balas. Mientras tanto el peliblanco inspeccionaba las cadenas que sujetaban sin contemplación al cautivo —de doble hierro, de eslabones en extremo fuertes y pesados— y dedujo, erróneamente, que las mismas se econtraban debilitadas. Y la deducción era errada no por las cadenas per sé, sino más bien por las inscripciones en forma de fórmulas que abrazaban los extremos más altos de metal, concluyendo en dos pares de sellos con el Kanji de Kankin 監禁
Kaido observó aquello, y dio dos pasos atrás.
—Oye, no sé tú; pero y si... ¿ese tipo está aquí por una buena razón? —indagó, por un lado. Existían dos posibilidades: que mereciera estar ahí, y que no. El hombre, evidentemente, abogaría por la segunda.
—Me quieren asesinar. ¡os lo ruego, libérenme! yo... yo no merezco ésto.
—¿quién te encerró aquí?
—Los monjes de mi templo. Mis hermanos, mi... familia.
Kaido miró a Riko, ligeramente consternado. Su rostro demostraba su evidente posición respecto al asunto: y es que creía más conveniente dejar a ese hombre en dónde lo habían encontrado, sin meter las narices en indagar respecto a su cautiverio. Porque ese hombre podía ser alguien peligroso, o por el contrario; los peligrosos serian aquellos que lo encerraron.
Kaido observó aquello, y dio dos pasos atrás.
—Oye, no sé tú; pero y si... ¿ese tipo está aquí por una buena razón? —indagó, por un lado. Existían dos posibilidades: que mereciera estar ahí, y que no. El hombre, evidentemente, abogaría por la segunda.
—Me quieren asesinar. ¡os lo ruego, libérenme! yo... yo no merezco ésto.
—¿quién te encerró aquí?
—Los monjes de mi templo. Mis hermanos, mi... familia.
Kaido miró a Riko, ligeramente consternado. Su rostro demostraba su evidente posición respecto al asunto: y es que creía más conveniente dejar a ese hombre en dónde lo habían encontrado, sin meter las narices en indagar respecto a su cautiverio. Porque ese hombre podía ser alguien peligroso, o por el contrario; los peligrosos serian aquellos que lo encerraron.