22/08/2017, 19:37
Inconvenientes, afirmó Yosehara. Complicaciones también. No obstante, y a pesar de que probablemente hubiese perdido la vida allá en los campos donde los clones de arcilla hicieron acto de aparición, aún seguía queriendo sobreponer su arrogancia por sobre la voluntad de los cuatro shinobi que yacían ahí frente a él, incluyendo a Yarou. Era tan obvio que hasta el mismísimo Kotetsu, quien hasta ahora venía siendo el más tranquilo de todos, abogando por una bien diplomática serenidad ante todo augurio de adversidad, terminó perdiendo los papeles ante las palabras del alguacil.
Soltó todo lo que se había guardado, liberándose el pecho, probablemente, de muchas cosas. Y es que lo que dijo era precisamente lo que Kaido pensaba, y que Yarou, en su momento, ya había compartido. El escualo le habría agregado a su fugaz discurso alguna perjura, un buen maldito alguacil hijo de perra habría quedado de perlas, pero en general, estaba con Kotetsu y con sus preocupaciones transmitidas.
Él tampoco iba a poner en riesgo su azulado trasero por un maldito civil. No hasta que se les pusiera en su lugar, ahí, en el mando. Donde debían haber estado incluso antes de dejar el Sauce Cambiante.
—Ya lo oíste, alguacil de mis cojones. O hablas, o hablas.
A Yarou no le hizo falta decir nada. Él era el adulto, el de mayor experiencia. Un shinobi ya formado. Yosehara sabría perfectamente que su mayor peligro no eran siquiera tres críos amotinados, sino ese hombre que les cubría la espalda ensombreciéndolos.
Soltó todo lo que se había guardado, liberándose el pecho, probablemente, de muchas cosas. Y es que lo que dijo era precisamente lo que Kaido pensaba, y que Yarou, en su momento, ya había compartido. El escualo le habría agregado a su fugaz discurso alguna perjura, un buen maldito alguacil hijo de perra habría quedado de perlas, pero en general, estaba con Kotetsu y con sus preocupaciones transmitidas.
Él tampoco iba a poner en riesgo su azulado trasero por un maldito civil. No hasta que se les pusiera en su lugar, ahí, en el mando. Donde debían haber estado incluso antes de dejar el Sauce Cambiante.
—Ya lo oíste, alguacil de mis cojones. O hablas, o hablas.
A Yarou no le hizo falta decir nada. Él era el adulto, el de mayor experiencia. Un shinobi ya formado. Yosehara sabría perfectamente que su mayor peligro no eran siquiera tres críos amotinados, sino ese hombre que les cubría la espalda ensombreciéndolos.