24/08/2017, 22:53
(Última modificación: 24/08/2017, 23:33 por Aotsuki Ayame.)
Y las agujas de agua encontraron a su objetivo en el aire, perforando su cuerpo en cuatro puntos diferentes en un ultimátum a aquel intenso combate. El genin de Uzushiogakure cayó a plomo sobre el suelo tras ser impulsado hacia arriba, y allí quedó tendido. Ayame se reincorporó entre sonoros jadeos y el sudor perlando su frente.
«¿Ya está?» Se preguntó.
Ayame sonrió al verle alzar una mano con los dedos índice y corazón extendidos. Riko estaba utilizando sus últimas fuerzas para terminar el combate de forma honorable, y no sería ella quien le negara el gesto. Unió sus propios dedos con los suyos y le dedicó una sonrisa.
—Ha sido un placer combatir contra ti, Riko-san —dijo.
Y entonces, el chico cerró los ojos y dejó caer la cabeza hacia un lado. En las gradas, el público estalló en vítores. Ayame pudo escuchar su nombre pronunciado repetidas veces, pero una parte del público se desgañitaba también pronunciando el nombre de Senju Riko.
«He ganado...» Ayame se irguió en toda su estatura y sus ojos recorrieron el público en un inútil intento de buscar un determinado rostro entre la multitud. Por supuesto, era imposible encontrarle entre tantas caras; y, aunque no pudieran llegar a él, sus pensamientos iban directamente dirigidos hacia él.
—¿Lo has visto? He podido hacerlo... Tal y como te dije... —susurró para sí, y entonces se volvió hacia la Arashikage para dedicarle una pronunciada reverencia.
Sin embargo, según giraba sobre sus talones para volver a la puerta de entrada a la arena de combate, toda la energía que había sentido en los últimos momentos pareció desvanecerse sin más. Ayame trastabilló, sus pies se enredaron y de repente se vio en el suelo de rodillas, sujetándose la cabeza con una mano y el cuerpo temblándole con fuerza. Ni siquiera fue consciente de que un par de ninjas médicos habían aparecido junto a ella y la estaban ayudando a moverse hacia la salida.
«Lo he hecho... Lo he conseguido... Sé defenderme sola...»
«¿Ya está?» Se preguntó.
Ayame sonrió al verle alzar una mano con los dedos índice y corazón extendidos. Riko estaba utilizando sus últimas fuerzas para terminar el combate de forma honorable, y no sería ella quien le negara el gesto. Unió sus propios dedos con los suyos y le dedicó una sonrisa.
—Ha sido un placer combatir contra ti, Riko-san —dijo.
Y entonces, el chico cerró los ojos y dejó caer la cabeza hacia un lado. En las gradas, el público estalló en vítores. Ayame pudo escuchar su nombre pronunciado repetidas veces, pero una parte del público se desgañitaba también pronunciando el nombre de Senju Riko.
«He ganado...» Ayame se irguió en toda su estatura y sus ojos recorrieron el público en un inútil intento de buscar un determinado rostro entre la multitud. Por supuesto, era imposible encontrarle entre tantas caras; y, aunque no pudieran llegar a él, sus pensamientos iban directamente dirigidos hacia él.
—¿Lo has visto? He podido hacerlo... Tal y como te dije... —susurró para sí, y entonces se volvió hacia la Arashikage para dedicarle una pronunciada reverencia.
Sin embargo, según giraba sobre sus talones para volver a la puerta de entrada a la arena de combate, toda la energía que había sentido en los últimos momentos pareció desvanecerse sin más. Ayame trastabilló, sus pies se enredaron y de repente se vio en el suelo de rodillas, sujetándose la cabeza con una mano y el cuerpo temblándole con fuerza. Ni siquiera fue consciente de que un par de ninjas médicos habían aparecido junto a ella y la estaban ayudando a moverse hacia la salida.
«Lo he hecho... Lo he conseguido... Sé defenderme sola...»
«¿...Me has visto, papá...?»