30/08/2017, 16:51
Yarou acepto lo “solicitado” con un simple “Yo lo haré”, y es que no hacía falta decir más. Se mostraba como alguien experimentado, como quien sabe en qué lugar es más útil dependiendo de la naturaleza de la amenaza, una habilidad despreciada por los novatos, pero de suma importancia para quienes ya tienen tiempo en el oficio. Sin embargo, decidió que lo mejor sería dejar un Kage Bunshin que serviría como una extensión de sus ojos y oídos mientras no estuviese presente.
Luego comenzaron a repartirse las ubicaciones que cada quien cuidaría: Kaido reclamo el área de la piscina interior como su punto de vigilancia, mientras que Akame se decantó por cuidar de la biblioteca principal.
—Entonces yo me ocupare de proteger el anclaje localizado en el solario —prometió el Hakagurē.
De pronto la Miyazaki se giró y encaro a aquel trio de jóvenes, para dedicarles unas cuantas palabras:
—Quisiera que tuvieran en cuenta que dar la alarma de sabotaje es más importante que silenciar al agresor —señalo con firmeza y disciplina—: Si se ven superados por su oponente, deben de retirarse y avisar de una presencia enemiga, no se enfrasquen en un combate del cual no puedan salir victoriosos.
Aquello hacía referencia al credo de los ninjas, aquel que dictaba que los objetivos de la misión estaban por encima de cualquier deseo o necesidad individual. El buen juicio también era necesario en situaciones donde las prioridades de los distintos objetivos variaban. En aquel caso en particular, la meta principal era el proteger los sellos, la secundaria dar la alarma de ataque y la tercera era eliminar a los atacantes.
“Claro, las prioridades pueden cambiar según la situación… Pero al final todo se define en mantenernos con vida”.
—Entonces, con eso quedan definidos los puestos y funciones de cada uno —sentencio Yosehara, con voz autoritaria—. Este será el punto de reunión clave en caso de que suceda algo. Por aquí están algunos de mis soldados, cada uno de ustedes puede seleccionar dos para que les acompañen como apoyo. —Un ofrecimiento generoso, teniendo en cuenta que entre aquellos disponibles estaba el buen Akodo Toturi. Pero en el caso de ninjas más habilidosos y experimentados, como lo serian Naomi y Yarou, un soldado o dos de infantería resultarían ser solo un estorbo, alguien a quien proteger y que entorpecería su desenvolvimiento—. Eso es todo. ¡A trabajar!
Cuando recogían los mapas, y cuando ya estaban a punto de retirarse, al peliblanco le asaltaron un par de interrogantes:
—Tengo una duda, Yosehara-san —dijo, con voz suave y baja—: Siendo que somos ninjas, ¿no sospechaste de que nosotros pudiésemos ser los saboteadores?
Aquella pregunta se presentó tan inadecuada como lanzarle fruta a un iracundo gorila de las montañas. Sin embargo, el alguacil se mostró extrañamente calmado.
—No es que confié en los de su clase, pero en esta situación estoy rodeado de ninjas —reconoció con molestia—: El identificar sospechosos por mí mismo equivale a buscar una serpiente venenosa en un pastizal oscuro… Prefiero dar la alarma general y que entre ustedes mismos se vigilen —declaro, en un extraño episodio de inteligencia—. Además, no confió en los que sirven a Satomu más de lo que confió en ustedes o en cualquier otro extranjero.
—Eso es decir mucho, Yosehara —dijo una voz desconocida, perteneciente a un hombre cubierto de negro que ahora se acercaba hacia el grupo—. Tengo años sirviendo al escultor y siempre he cumplido con mi trabajo, y tú lo sabes.
—Pues, ahora, parece que tu trabajo está siendo un tanto mediocre: No puedes ni pillar a un simple saboteador ni cuidar el área que resguardas —se burló con sonoro desdén.
—Tu sí que sabes de trabajos deficientes: No me imagino mayor experiencia que la de aquel pobre intento de escolta… Me parece algo muy poco digno del alguacil que pretendes ser —respondió, certero y venenoso.
—¡Que te den, imbécil! —Y con aquella exclamación se retiró a cumplir con su guardia.
El muchacho de ojos grises le miro con curiosidad, tratando de ver algo a través del largo velo y ancho sombrero negros que ocultaban su rostro.
—Y usted es… —dudo la guardiana del muchacho.
—Mi nombre es Oomija Tsunenobu, y soy el jefe de seguridad del escultor.
—Entonces es usted quien nos ha estado vigilando tanto tiempo y tan de cerca —alego la Miyazaki.
—Lo lamento, el causarles incomodidad, pero esa es parte de mis labores… Bueno, de las que si he podido cumplir —se excusó, con notable pesar.
—Puedo notar que es un ninja, uno bastante diestro. ¿A qué aldea pertenece?
—Mi contrato con el señor Nishijima Satomu es de carácter privado, ya que jamás he estado afiliado con ninguna aldea ninja.
—Ya veo…
—Entonces es un trabajador informal —atajo el Hakagurē, lleno de inocencia y curiosidad.
—Algunos prefieren el término “mercenario”, pero si, también podría decirse que soy un “trabajador informal” —acepto, con un leve suspiro que trataba de ocultar lo herido de su orgullo.
—Entiendo… Bueno, Oomija-san, ¿no deberíamos de informarle a nuestro hospedador de la actual situación?
—Me gustaría que evitaran hacer eso. El señor Satomu está trabajando en sus esculturas y no suele tomarse nada bien aquellos sucesos que puedan afectar de cualquier forma su labor artística… Si se altera, las cosas pueden ponerse feas, no sé si me entienden —les dijo, dándoles a entender que el también sabia de la extraña condición de Nishijima, y que era consciente de que ellos ya se habían enterado.
»Pero con aquello no busco el que ustedes callen mis errores… Esta infiltración ha sido mi completa y absoluta responsabilidad, y llegado el momento asumiré el peso total de mis fallos frente a mi empleador, pero eso será luego de que resuelva este asunto —declaro, con una profesionalidad y una determinación abrumadoras—. Después de todo, en este negocio vivimos es de nuestra credibilidad; si quedamos mal, lo perdemos todo.
—Eso está muy bien… creo, pero, ¿usted qué hará para colaborar? —pregunto el peliblanco.
—Aun no podemos asegurar la naturaleza del peligro que se cierne sobre nosotros, por lo que mi intención es doblar las guardias y mantener el estado de alerta al máximo —les explico—. Eso implica que no podre mantenerles vigilados y hacer las rondas al mismo tiempo… Y bueno, no soporto delegar mis deberes a otros, pero dadas las circunstancias, cuento con ustedes para proteger este sitio.
El sujeto hizo una reverencia moderada y procedió a retirarse para continuar con su tarea de vigilancia, dejando sobre los hombros de aquellos extranjeros gran parte del fatigoso peso de la presente situación… Un tanto injusto, aparentemente, pero así era la vida de los ninjas.
Y asi era como daba comienzo aquello, aquella parte de la historia en donde se decidía si se aproximaba un fin inminente o una temporada de tribulaciones: Si morían, se convertirían en parte de una historia que sería narrada por desconocidos que con el tiempo les olvidarían. Si sobrevivían, tendrían un día más para narrar aquella historia y toda una vida para rememorarla.
—¿Saben algo? Desde que vinimos a este sitio he tenido una creciente sensación de que algo grande y peligroso nos espera, y parece que ahora está justo aquí, frente a nosotros… —reconoció, paseando su gris mirada por sus cuatro acompañantes—. Me resulta tan inquietante como emocionante; no solo nos colocáremos en una situación peligrosa, sino que también nos pondremos a prueba.
Aquella era la misma sensación que había tenido antes de que una coalición de bandidos atacara su pueblo… Ahora esperaba que el resultado no fuese el mismo, que la victoria no resultase tan costosa, pero si igual de satisfactoria.
—Bueno, creo que solo queda ir a nuestros puestos —aseguro con voz firme pero serena, sabiendo que para los ninjas, en un momento como aquel, cualquier otra palabra sobraba.
El joven de ojos grises se dio la vuelta y con su mano hizo un gesto a un par de reclutas que yacían cerca de allí, un arquero y un lancero. Aquellos dos serian quienes le acompañarían en su tarea de protección. Los demás también tendrían la libertad de seleccionar a un par de soldados para que les sirviesen como apoyo.
“Imagino que así es como debe ser la vida de un verdadero ninja; peligrosa, impredecible, vibrante...”, pensó mientras se retiraba en tranquilo silencio, de camino a su puesto.
Luego comenzaron a repartirse las ubicaciones que cada quien cuidaría: Kaido reclamo el área de la piscina interior como su punto de vigilancia, mientras que Akame se decantó por cuidar de la biblioteca principal.
—Entonces yo me ocupare de proteger el anclaje localizado en el solario —prometió el Hakagurē.
De pronto la Miyazaki se giró y encaro a aquel trio de jóvenes, para dedicarles unas cuantas palabras:
—Quisiera que tuvieran en cuenta que dar la alarma de sabotaje es más importante que silenciar al agresor —señalo con firmeza y disciplina—: Si se ven superados por su oponente, deben de retirarse y avisar de una presencia enemiga, no se enfrasquen en un combate del cual no puedan salir victoriosos.
Aquello hacía referencia al credo de los ninjas, aquel que dictaba que los objetivos de la misión estaban por encima de cualquier deseo o necesidad individual. El buen juicio también era necesario en situaciones donde las prioridades de los distintos objetivos variaban. En aquel caso en particular, la meta principal era el proteger los sellos, la secundaria dar la alarma de ataque y la tercera era eliminar a los atacantes.
“Claro, las prioridades pueden cambiar según la situación… Pero al final todo se define en mantenernos con vida”.
—Entonces, con eso quedan definidos los puestos y funciones de cada uno —sentencio Yosehara, con voz autoritaria—. Este será el punto de reunión clave en caso de que suceda algo. Por aquí están algunos de mis soldados, cada uno de ustedes puede seleccionar dos para que les acompañen como apoyo. —Un ofrecimiento generoso, teniendo en cuenta que entre aquellos disponibles estaba el buen Akodo Toturi. Pero en el caso de ninjas más habilidosos y experimentados, como lo serian Naomi y Yarou, un soldado o dos de infantería resultarían ser solo un estorbo, alguien a quien proteger y que entorpecería su desenvolvimiento—. Eso es todo. ¡A trabajar!
Cuando recogían los mapas, y cuando ya estaban a punto de retirarse, al peliblanco le asaltaron un par de interrogantes:
—Tengo una duda, Yosehara-san —dijo, con voz suave y baja—: Siendo que somos ninjas, ¿no sospechaste de que nosotros pudiésemos ser los saboteadores?
Aquella pregunta se presentó tan inadecuada como lanzarle fruta a un iracundo gorila de las montañas. Sin embargo, el alguacil se mostró extrañamente calmado.
—No es que confié en los de su clase, pero en esta situación estoy rodeado de ninjas —reconoció con molestia—: El identificar sospechosos por mí mismo equivale a buscar una serpiente venenosa en un pastizal oscuro… Prefiero dar la alarma general y que entre ustedes mismos se vigilen —declaro, en un extraño episodio de inteligencia—. Además, no confió en los que sirven a Satomu más de lo que confió en ustedes o en cualquier otro extranjero.
—Eso es decir mucho, Yosehara —dijo una voz desconocida, perteneciente a un hombre cubierto de negro que ahora se acercaba hacia el grupo—. Tengo años sirviendo al escultor y siempre he cumplido con mi trabajo, y tú lo sabes.
—Pues, ahora, parece que tu trabajo está siendo un tanto mediocre: No puedes ni pillar a un simple saboteador ni cuidar el área que resguardas —se burló con sonoro desdén.
—Tu sí que sabes de trabajos deficientes: No me imagino mayor experiencia que la de aquel pobre intento de escolta… Me parece algo muy poco digno del alguacil que pretendes ser —respondió, certero y venenoso.
—¡Que te den, imbécil! —Y con aquella exclamación se retiró a cumplir con su guardia.
El muchacho de ojos grises le miro con curiosidad, tratando de ver algo a través del largo velo y ancho sombrero negros que ocultaban su rostro.
—Y usted es… —dudo la guardiana del muchacho.
—Mi nombre es Oomija Tsunenobu, y soy el jefe de seguridad del escultor.
—Entonces es usted quien nos ha estado vigilando tanto tiempo y tan de cerca —alego la Miyazaki.
—Lo lamento, el causarles incomodidad, pero esa es parte de mis labores… Bueno, de las que si he podido cumplir —se excusó, con notable pesar.
—Puedo notar que es un ninja, uno bastante diestro. ¿A qué aldea pertenece?
—Mi contrato con el señor Nishijima Satomu es de carácter privado, ya que jamás he estado afiliado con ninguna aldea ninja.
—Ya veo…
—Entonces es un trabajador informal —atajo el Hakagurē, lleno de inocencia y curiosidad.
—Algunos prefieren el término “mercenario”, pero si, también podría decirse que soy un “trabajador informal” —acepto, con un leve suspiro que trataba de ocultar lo herido de su orgullo.
—Entiendo… Bueno, Oomija-san, ¿no deberíamos de informarle a nuestro hospedador de la actual situación?
—Me gustaría que evitaran hacer eso. El señor Satomu está trabajando en sus esculturas y no suele tomarse nada bien aquellos sucesos que puedan afectar de cualquier forma su labor artística… Si se altera, las cosas pueden ponerse feas, no sé si me entienden —les dijo, dándoles a entender que el también sabia de la extraña condición de Nishijima, y que era consciente de que ellos ya se habían enterado.
»Pero con aquello no busco el que ustedes callen mis errores… Esta infiltración ha sido mi completa y absoluta responsabilidad, y llegado el momento asumiré el peso total de mis fallos frente a mi empleador, pero eso será luego de que resuelva este asunto —declaro, con una profesionalidad y una determinación abrumadoras—. Después de todo, en este negocio vivimos es de nuestra credibilidad; si quedamos mal, lo perdemos todo.
—Eso está muy bien… creo, pero, ¿usted qué hará para colaborar? —pregunto el peliblanco.
—Aun no podemos asegurar la naturaleza del peligro que se cierne sobre nosotros, por lo que mi intención es doblar las guardias y mantener el estado de alerta al máximo —les explico—. Eso implica que no podre mantenerles vigilados y hacer las rondas al mismo tiempo… Y bueno, no soporto delegar mis deberes a otros, pero dadas las circunstancias, cuento con ustedes para proteger este sitio.
El sujeto hizo una reverencia moderada y procedió a retirarse para continuar con su tarea de vigilancia, dejando sobre los hombros de aquellos extranjeros gran parte del fatigoso peso de la presente situación… Un tanto injusto, aparentemente, pero así era la vida de los ninjas.
Y asi era como daba comienzo aquello, aquella parte de la historia en donde se decidía si se aproximaba un fin inminente o una temporada de tribulaciones: Si morían, se convertirían en parte de una historia que sería narrada por desconocidos que con el tiempo les olvidarían. Si sobrevivían, tendrían un día más para narrar aquella historia y toda una vida para rememorarla.
—¿Saben algo? Desde que vinimos a este sitio he tenido una creciente sensación de que algo grande y peligroso nos espera, y parece que ahora está justo aquí, frente a nosotros… —reconoció, paseando su gris mirada por sus cuatro acompañantes—. Me resulta tan inquietante como emocionante; no solo nos colocáremos en una situación peligrosa, sino que también nos pondremos a prueba.
Aquella era la misma sensación que había tenido antes de que una coalición de bandidos atacara su pueblo… Ahora esperaba que el resultado no fuese el mismo, que la victoria no resultase tan costosa, pero si igual de satisfactoria.
—Bueno, creo que solo queda ir a nuestros puestos —aseguro con voz firme pero serena, sabiendo que para los ninjas, en un momento como aquel, cualquier otra palabra sobraba.
El joven de ojos grises se dio la vuelta y con su mano hizo un gesto a un par de reclutas que yacían cerca de allí, un arquero y un lancero. Aquellos dos serian quienes le acompañarían en su tarea de protección. Los demás también tendrían la libertad de seleccionar a un par de soldados para que les sirviesen como apoyo.
“Imagino que así es como debe ser la vida de un verdadero ninja; peligrosa, impredecible, vibrante...”, pensó mientras se retiraba en tranquilo silencio, de camino a su puesto.