30/08/2017, 20:58
Era mediodía y el calor de Verano hacía hervir las calles de Sendōshi como si toda la ciudad fuese una sartén gigantesca y sus habitantes filetitos destinados a asarse vivos. La brisa fresca y la inesperada bajada de las temperaturas de los últimos días quedaban ya bien atrás, y ahora volvían a verse con frecuencia las camisas abiertas a la altura del pecho, los pantalones cortos, los kimonos ligeros de adornos y los sombreros de paja.
Precisamente uno de estos accesorios era lo que se encontraba negociando, en aquel momento, un muchacho de pelo negro recogido en una coleta y ojos del mismo color. Hablaba con el tendero de un puesto callejero de toldo rojo y blanco y buena ubicación —justo en la esquina que formaban dos concurridas calles del principal mercado tradicional de Sendōshi—. Su figura, delgaducha y bronceada, se mezclaba con el gentío que discurría por el lugar. Llevaba una camiseta negra, sin mangas, y unos pantalones pesqueros de color arena. Al cinto, su portaobjetos, y atada en la espalda una espada de vaina, guarda y empuñadura color pizarra.
—Le repito que cien ryos por este sombrero me parecen excesivos. La paja ni siquiera está bien hilvanada, mire —insistió el Uchiha, calmo y frío como un témpano de hielo, señalando uno de los bordes del kasa.
Su interlocutor, un hombre ya entrado en años, de calva incipiente y ojos astutos, se encontraba lejos de entrar en razón. A cada argumento que Akame le daba, él no desdeñaba con un gesto de su mano y alzando más la voz. «Por todos los dioses, este tipo es irritante...»
—¡Cien por cien artesanal! ¡Hecho con las mejores fibras de todo el Valle! ¡Vale hasta el último de los cien ryos que pido por él! —vociferaba el comerciante.
Akame suspiró, sopesando el sombrero con ambas manos mientras se arrepentía —otra vez— de haberse dejado el suyo en Nantōnoya. De no ser así, no habría tenido que pararse a comprar un kasa para sobrevivir al asfixiante calor, y nunca se habría topado con aquel obstinado vendedor.
«Todo esto no está más que retrasando mi investigación...»
Precisamente uno de estos accesorios era lo que se encontraba negociando, en aquel momento, un muchacho de pelo negro recogido en una coleta y ojos del mismo color. Hablaba con el tendero de un puesto callejero de toldo rojo y blanco y buena ubicación —justo en la esquina que formaban dos concurridas calles del principal mercado tradicional de Sendōshi—. Su figura, delgaducha y bronceada, se mezclaba con el gentío que discurría por el lugar. Llevaba una camiseta negra, sin mangas, y unos pantalones pesqueros de color arena. Al cinto, su portaobjetos, y atada en la espalda una espada de vaina, guarda y empuñadura color pizarra.
—Le repito que cien ryos por este sombrero me parecen excesivos. La paja ni siquiera está bien hilvanada, mire —insistió el Uchiha, calmo y frío como un témpano de hielo, señalando uno de los bordes del kasa.
Su interlocutor, un hombre ya entrado en años, de calva incipiente y ojos astutos, se encontraba lejos de entrar en razón. A cada argumento que Akame le daba, él no desdeñaba con un gesto de su mano y alzando más la voz. «Por todos los dioses, este tipo es irritante...»
—¡Cien por cien artesanal! ¡Hecho con las mejores fibras de todo el Valle! ¡Vale hasta el último de los cien ryos que pido por él! —vociferaba el comerciante.
Akame suspiró, sopesando el sombrero con ambas manos mientras se arrepentía —otra vez— de haberse dejado el suyo en Nantōnoya. De no ser así, no habría tenido que pararse a comprar un kasa para sobrevivir al asfixiante calor, y nunca se habría topado con aquel obstinado vendedor.
«Todo esto no está más que retrasando mi investigación...»