5/09/2017, 13:17
Ayame volvió a pegar otro sorbo a su té. El sabor, dulzón y con una cierta fragancia a flores, inundó sus sentidos y, durante unos instantes, pestañeó y entrecerró los ojos, con la cabeza ligeramente embotada. La sacudió ligeramente y volvió a clavar su mirada en los ojos del sombrerero.
—Entonces, ¿ha visto algún conejo blanco? —insistió, tenaz.
El hombre, aún con aquella sonrisa en sus labios, ladeó ligeramente la cabeza. Junto a él, la liebre pegó varios brincos hasta la posición de Eri y acercó la cabeza a ella, tratando de olisquearla.
—Esa insistencia es de mala educación, Arisu-chan —le reprendió, meloso como un padre que regaña a su hija pequeña por una travesura que ha realizado—. ¿Por qué no esperamos hasta después de la fiesta, eh? Aún queda la tarta...
Ayame respiró hondo.
—Sí... es cierto. Lo siento mucho, Bōshi-sama —respondió, y su voz tenía un extraño tinte calmado y apaciguado.
De repente parecía haber perdido todo interés por cualquier conejo. Con calma y parsimonia cogió una pasta y la mojó en el té para después llevársela a la boca.
De improviso, el sombrerero se levantó y con sus largas piernas rodeó el mantel del picnic para situarse junto a ellas.
—¿Pero qué es una buena fiesta sin música? ¡Será mejor que bailemos! —exclamó, extendiendo hacia Ayame una de sus manos.
Y ella, sin tan siquiera pensárselo dos veces, alzó su propia mano...
—Entonces, ¿ha visto algún conejo blanco? —insistió, tenaz.
El hombre, aún con aquella sonrisa en sus labios, ladeó ligeramente la cabeza. Junto a él, la liebre pegó varios brincos hasta la posición de Eri y acercó la cabeza a ella, tratando de olisquearla.
—Esa insistencia es de mala educación, Arisu-chan —le reprendió, meloso como un padre que regaña a su hija pequeña por una travesura que ha realizado—. ¿Por qué no esperamos hasta después de la fiesta, eh? Aún queda la tarta...
Ayame respiró hondo.
—Sí... es cierto. Lo siento mucho, Bōshi-sama —respondió, y su voz tenía un extraño tinte calmado y apaciguado.
De repente parecía haber perdido todo interés por cualquier conejo. Con calma y parsimonia cogió una pasta y la mojó en el té para después llevársela a la boca.
De improviso, el sombrerero se levantó y con sus largas piernas rodeó el mantel del picnic para situarse junto a ellas.
—¿Pero qué es una buena fiesta sin música? ¡Será mejor que bailemos! —exclamó, extendiendo hacia Ayame una de sus manos.
Y ella, sin tan siquiera pensárselo dos veces, alzó su propia mano...