6/09/2017, 01:59
Los días que siguieron a la reunión estratégica de emergencia fueron relativamente calmados, pues aunque el supuesto enemigo se había mantenido en total inactividad, la tensión en el ambiente se había asentado de forma pesada. Todos estaban a la espera de que ocurriese algo grande y peligroso, sin saber que podía ser, pero conscientes de que no podría ser nada bueno. El único que parecía ser ajeno a todo aquella guerra fría era el propio Nishijima Satomu; se pasaba las horas en una reclusión autoimpuesta dentro de su taller, tomándose pequeños descansos solo para asearse y comer, y solo cuando su proceso creativo se veía interrumpido por el gruñir de sus entrañas o por el hedor de sus ropas. Y es que aquel hombre no sabía nada sobre la batalla que se estaba fraguando a su alrededor. Pero, ¿hubiese cambiado algo el que lo supiera? Probablemente no; para el daba lo mismo que a las afueras de su taller estuviesen destripando y empalando a su empleados, siempre y cuando nada interrumpiese su trabajo… Resultaba muy curioso aquello: Un hombre capaz de conferirle a la piedra humanidad, mientras su ser padecía una seria carencia de la misma.
Aquel largo tiempo no fue solo de ocio, pues sirvió para realizar toda una serie preparativos: Las guardias habían intensificado su rutina, apoyados por los heridos que ahora se encontraban mucho mejor. Incluso el malherido Tamaro, en contra del consejo de todos, se había unido tozudamente a las guardias de medio tiempo, pues si bien sus quemaduras le impedían pelear, aún era capaz de emitir los alaridos suficientes como para dar la alarma, como cuando le alcanzo aquella bola de fuego de perdición. Por su parte, los invitados ninjas tuvieron la oportunidad de reconocer y estudiar el sitio que debían de cuidar. Si alguna amenaza se hacía presente, contarían con la ventaja de conocer el terreno. Aquello ayudaría a contrarrestar el posible factor sorpresa de un ataque intempestivo.
El tiempo que estuvieron como guardias les revelo la naturaleza de aquellos espacios:
La biblioteca era un sitio enorme y sobrecogedor, repleto de numerosos estantes ornamentales que yacían acomodados de forma que emulasen un pequeño laberinto de oscura madera y coloridas portadas. La cantidad de libros era tan basta que incluso haciendo uso de alguna capacidad visual aumentada resultaría agotador el contabilizar todos los tomos. La decoración resultaba simplemente elegante e intelectual, acompañada por los bellísimos decorados de cientos de documentos que trataban de todos los temas. Muchos se veían antiquísimos, y aun así parecían no haber sido tocados nunca.
La piscina era tan grande que emulaba un pequeño lago, y tan honda en algunos puntos que el fondo se veía oscuro y lejano. La decoración resultaba un tanto ostentosa, con aquellas múltiples fuentes colocadas a intervalos regulares y con formas de personas en posturas exageradas. En la orilla profunda tenía un trampolín bastante alto, cuyo estado de soledad resaltaba el curioso frio y silencio que había en aquel lugar. También resultaba extraño ver sobre la superficie lo que parecían ser pequeños mueble flotantes esculpidos en una piedra sumamente ligera y porosa, moviéndose erráticamente como olvidadas embarcaciones fantasmas.
El solario resulto ser una enorme estructura de acero y cristal que se elevaba por sobre el palacio del escultor, como una misteriosa corona. Allí había pocos muebles, pero mucha paz y quietud. Se podía ver absolutamente todos los alrededores: Altas montañas lejanas, el mar de nubes transitando plácidamente a su alrededor, el amanecer y el anochecer como espectáculos maravillosos, la profunda oscuridad de aquel océano nocturno y la acogedora y fría luz de la luna y las estrellas. Era un sitio para sentirse tranquilo, aunque para algunos el continuo y triste sonido del viento abrazando la estructura resultaba inquietante, como un lamento eterno. Aunque el Hakagurē encontraba todo aquello como algo bastante acogedor.
Y así pasaron aquello días infructuosos… Infructuosos porque no solo no había rastro del enemigo, sino que estaban lejos de solucionar la situación: Naomi no había sido capaz de reformular los sellos, pues eran de demasiada complejidad para su nivel de conocimiento. Tsunenobu había mantenido sus muchos ojos abiertos en todo momento, pero no había conseguido dar con ningún movimiento o situación extraña. Y el clon de Yarou se mantenía en constante espera cerca del punto de reunión, casi olvidado por el paso de los días.
Hasta que de pronto paso algo... algo terrible:
Yosehara se encontraba en su ronda típica, mientras acompañaba al ahora lisiado Tamaro durante las pocas horas que podía estar de pie. Se dirigían a verificar que todo estuviese en orden en el corazón de la mansión, la bóveda, el sitio vigilado por Yarou. El lisiado tenía que hacer un gran esfuerzo para cargar con la masa de cicatrices que cubría la mitad de su cuerpo, y para seguir los grandes y presurosos pasos del alguacil, que solía dejarlo atrás constantemente.
El veterano ninja de Amegakure debía estar en calmada guardia mientras se mantenía atento al gran sello grabado en el suelo que ahora vigilaba.
De pronto podría escuchar como en el pasillo que llevaba hasta aquella zona se emitían unos gritos ahogados, el sonido del metal chocando contra el metal y el gorjeo de alguien que se ahoga en su propia sangre. Como si hubiese visto el infierno con sus ojos mortales, Tamaro atravesó la pesada puerta de la estancia tratando de correr, pero solo logrando cojear patéticamente. Se le veía con varias heridas y enormes manchones de sangre. Estando en aquel estado de pánico se acercó hasta el ninja guardián y se apresuró a balbucear un montón de palabras entre las cuales solo se pudo distinguir que Yosehara y él habían sido atacados.
Se le debió de hacer evidente que la paciencia del enemigo había llegado a su límite, y que había optado por atacar el corazón de su objetivo. Sin embargo, el camino que llevaba hasta allí era único —el seguramente ya se habría asegurado de ello—, por lo que los enemigos solo podrían aparecer por el mismo sitio ensangrentado por el cual había pasado Tamaro… Tamaro, aquel sujeto ahora inútil y deforme… Tenía que reconocer que si alguien había atacado por sorpresa y derrotado al fuerte y paranoico de Yosehara, debía de tratarse de gente competente, y aquel pobre intento de guardia solo serviría como distracción, o para que lo cogieran como rehén.
No tendría otra opción que permitir que aquel manojo de cicatrices y nervios se escondiera en una esquina y se hiciese el muerto o el invisible hasta que todo pasara, de manera que no fuera una carga.
Pero es que las cosas estaban lejos de terminar…
Acompañado por un rastro de sangre y lamentos agónicos, Jokei apareció en la puerta, arrastrándose como bien podía. Parecía casi muerto cuando con urgencia fatal llamo a Yarou:
—… Nin… Ninja… —Las palabras se ahogaban en la sangre que manaba de su boca. Y Tamaro grito a espaldas de Yarou, pidiéndole que ayudase a su jefe.
¿Aquello parecía una trampa en todo sentido? Que dejen escapar a un aliado moribundo y necesitado de ayuda luego de un brutal ataque… Tenía tan poco sentido como posible era que el alguacil hubiese abatido a algún enemigo y ahora se encontrase allí, falto de ayuda.
Mientras, en la parte de afuera las cosas no pintaban mucho mejor: La ronda del grupo exterior estaba dos minutos retrasados en su informe…, y a Oomija Tsunenobu aquello no les gustaba. Abrió un pequeño pergamino, y al colocarle unas cuantas gotas de sangre de un frasquito se activó el jutsu allí sellado. Se trataba de una técnica que le permitía monitorear el estado vital de aquellos que tuviesen el sello emisor, y se lo mostraría de forma gráfica sobre el pergamino. El único inconveniente es que necesitaba la sangre de la persona a verificar, además de que causaba jaqueca y para el enemigo era posible saber el estado del ejecutor si lograba invertir la función del sello emisor.
Reviso… y lo que le helo la sangre no era el ver que sus tres expertos oteadores fuera del castillo yacían muertos desde hacía una hora… No, lo que le helo la sangre fue el hecho de que él mismo estaba siendo monitoreado desde el instante en que ellos murieron… En todo aquel tiempo el enemigo había sido consciente hasta de cuantas veces había parpadeado.
Aquel largo tiempo no fue solo de ocio, pues sirvió para realizar toda una serie preparativos: Las guardias habían intensificado su rutina, apoyados por los heridos que ahora se encontraban mucho mejor. Incluso el malherido Tamaro, en contra del consejo de todos, se había unido tozudamente a las guardias de medio tiempo, pues si bien sus quemaduras le impedían pelear, aún era capaz de emitir los alaridos suficientes como para dar la alarma, como cuando le alcanzo aquella bola de fuego de perdición. Por su parte, los invitados ninjas tuvieron la oportunidad de reconocer y estudiar el sitio que debían de cuidar. Si alguna amenaza se hacía presente, contarían con la ventaja de conocer el terreno. Aquello ayudaría a contrarrestar el posible factor sorpresa de un ataque intempestivo.
El tiempo que estuvieron como guardias les revelo la naturaleza de aquellos espacios:
La biblioteca era un sitio enorme y sobrecogedor, repleto de numerosos estantes ornamentales que yacían acomodados de forma que emulasen un pequeño laberinto de oscura madera y coloridas portadas. La cantidad de libros era tan basta que incluso haciendo uso de alguna capacidad visual aumentada resultaría agotador el contabilizar todos los tomos. La decoración resultaba simplemente elegante e intelectual, acompañada por los bellísimos decorados de cientos de documentos que trataban de todos los temas. Muchos se veían antiquísimos, y aun así parecían no haber sido tocados nunca.
La piscina era tan grande que emulaba un pequeño lago, y tan honda en algunos puntos que el fondo se veía oscuro y lejano. La decoración resultaba un tanto ostentosa, con aquellas múltiples fuentes colocadas a intervalos regulares y con formas de personas en posturas exageradas. En la orilla profunda tenía un trampolín bastante alto, cuyo estado de soledad resaltaba el curioso frio y silencio que había en aquel lugar. También resultaba extraño ver sobre la superficie lo que parecían ser pequeños mueble flotantes esculpidos en una piedra sumamente ligera y porosa, moviéndose erráticamente como olvidadas embarcaciones fantasmas.
El solario resulto ser una enorme estructura de acero y cristal que se elevaba por sobre el palacio del escultor, como una misteriosa corona. Allí había pocos muebles, pero mucha paz y quietud. Se podía ver absolutamente todos los alrededores: Altas montañas lejanas, el mar de nubes transitando plácidamente a su alrededor, el amanecer y el anochecer como espectáculos maravillosos, la profunda oscuridad de aquel océano nocturno y la acogedora y fría luz de la luna y las estrellas. Era un sitio para sentirse tranquilo, aunque para algunos el continuo y triste sonido del viento abrazando la estructura resultaba inquietante, como un lamento eterno. Aunque el Hakagurē encontraba todo aquello como algo bastante acogedor.
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Y así pasaron aquello días infructuosos… Infructuosos porque no solo no había rastro del enemigo, sino que estaban lejos de solucionar la situación: Naomi no había sido capaz de reformular los sellos, pues eran de demasiada complejidad para su nivel de conocimiento. Tsunenobu había mantenido sus muchos ojos abiertos en todo momento, pero no había conseguido dar con ningún movimiento o situación extraña. Y el clon de Yarou se mantenía en constante espera cerca del punto de reunión, casi olvidado por el paso de los días.
Hasta que de pronto paso algo... algo terrible:
Yosehara se encontraba en su ronda típica, mientras acompañaba al ahora lisiado Tamaro durante las pocas horas que podía estar de pie. Se dirigían a verificar que todo estuviese en orden en el corazón de la mansión, la bóveda, el sitio vigilado por Yarou. El lisiado tenía que hacer un gran esfuerzo para cargar con la masa de cicatrices que cubría la mitad de su cuerpo, y para seguir los grandes y presurosos pasos del alguacil, que solía dejarlo atrás constantemente.
El veterano ninja de Amegakure debía estar en calmada guardia mientras se mantenía atento al gran sello grabado en el suelo que ahora vigilaba.
De pronto podría escuchar como en el pasillo que llevaba hasta aquella zona se emitían unos gritos ahogados, el sonido del metal chocando contra el metal y el gorjeo de alguien que se ahoga en su propia sangre. Como si hubiese visto el infierno con sus ojos mortales, Tamaro atravesó la pesada puerta de la estancia tratando de correr, pero solo logrando cojear patéticamente. Se le veía con varias heridas y enormes manchones de sangre. Estando en aquel estado de pánico se acercó hasta el ninja guardián y se apresuró a balbucear un montón de palabras entre las cuales solo se pudo distinguir que Yosehara y él habían sido atacados.
Se le debió de hacer evidente que la paciencia del enemigo había llegado a su límite, y que había optado por atacar el corazón de su objetivo. Sin embargo, el camino que llevaba hasta allí era único —el seguramente ya se habría asegurado de ello—, por lo que los enemigos solo podrían aparecer por el mismo sitio ensangrentado por el cual había pasado Tamaro… Tamaro, aquel sujeto ahora inútil y deforme… Tenía que reconocer que si alguien había atacado por sorpresa y derrotado al fuerte y paranoico de Yosehara, debía de tratarse de gente competente, y aquel pobre intento de guardia solo serviría como distracción, o para que lo cogieran como rehén.
No tendría otra opción que permitir que aquel manojo de cicatrices y nervios se escondiera en una esquina y se hiciese el muerto o el invisible hasta que todo pasara, de manera que no fuera una carga.
Pero es que las cosas estaban lejos de terminar…
Acompañado por un rastro de sangre y lamentos agónicos, Jokei apareció en la puerta, arrastrándose como bien podía. Parecía casi muerto cuando con urgencia fatal llamo a Yarou:
—… Nin… Ninja… —Las palabras se ahogaban en la sangre que manaba de su boca. Y Tamaro grito a espaldas de Yarou, pidiéndole que ayudase a su jefe.
¿Aquello parecía una trampa en todo sentido? Que dejen escapar a un aliado moribundo y necesitado de ayuda luego de un brutal ataque… Tenía tan poco sentido como posible era que el alguacil hubiese abatido a algún enemigo y ahora se encontrase allí, falto de ayuda.
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Mientras, en la parte de afuera las cosas no pintaban mucho mejor: La ronda del grupo exterior estaba dos minutos retrasados en su informe…, y a Oomija Tsunenobu aquello no les gustaba. Abrió un pequeño pergamino, y al colocarle unas cuantas gotas de sangre de un frasquito se activó el jutsu allí sellado. Se trataba de una técnica que le permitía monitorear el estado vital de aquellos que tuviesen el sello emisor, y se lo mostraría de forma gráfica sobre el pergamino. El único inconveniente es que necesitaba la sangre de la persona a verificar, además de que causaba jaqueca y para el enemigo era posible saber el estado del ejecutor si lograba invertir la función del sello emisor.
Reviso… y lo que le helo la sangre no era el ver que sus tres expertos oteadores fuera del castillo yacían muertos desde hacía una hora… No, lo que le helo la sangre fue el hecho de que él mismo estaba siendo monitoreado desde el instante en que ellos murieron… En todo aquel tiempo el enemigo había sido consciente hasta de cuantas veces había parpadeado.