6/09/2017, 20:26
El gyojin aguardó expectante, casi convencido de que la mujer de papeles haría un uso extraordinario y desconocido de sus habilidades para intentar amargarle la existencia, otra vez. Y es que ya lo había venido haciendo a lo largo del combate, desde luego; porque de no ser por la precaución con la que el escualo había tenido que actuar tras los primeros vestigios de superioridad de la kunoichi, seguramente habría tenido que salir del campo de batalla como el perdedor. Por suerte, Kaido no sólo pudo salir airoso del último intercambio de estrategias, sino que también algo parecía haber hecho mella en Aiko durante esos segundos cruciales. Un algo que sólo ella conocía, y que por lo visto, no tenía intención alguna de compartirlo, ni con él ni con los cientos de expectadores que aguardaban ansiosos por un nuevo desenlace.
En ella quedó tan sólo una latente confianza, con algunos vestigios carentes de cordura. Avanzó hasta posicionarse nuevamente a unos cinco metros del Umi no Shisoku, con la carne de sus labios ligeramente tintada gracias a la sangre que se colaba entre la comisura.
Luego alzó sus brazos, y como si de una mágica lluvia de papeles se tratase, cientos y cientos de sus súbditos inanimados se movieron al unísono hacia y por alrededor de Kaido, encerrándole. Él se mantuvo inerte, intentando seguir el paso a la danza de aquella marea, hasta que de a uno en uno, fueron adhiriéndose en su azulada piel, hasta que el escualo pareció convertirse en una momia envuelta en papeles. Su rostro, impertérrito, se mantuvo descubierto, y pudo escuchar las últimas palabras de su oponente, todo con la calma de quien se sabe protegido por los genes de uno de los clanes más grandes de todo Onindo: Los Hōzuki.
—No eres mi objetivo... apunto hacia algo mas grande —irónico, teniendo en cuenta que apuntar hacia algo más grande significaba, primero, tener que derrotarle. Alcanzar primero la cúspide del torneo, que era desde luego el objetivo más primordial para todos y cada uno de los participantes.
Kaido sonrió ante su afirmación, y movió el cuello, incómodo. El suelo bajo sus pies, de pronto, se convirtió en un pequeño charco de agua que con el paso de los segundos se iba haciendo cada vez más y más denso.
—Y ahora, éste show termina.
—Así es, querida.
Luego, todo sucedió en cuestión de segundos. Las armas de Aiko, sus gritos de locura perdiéndose en el viento, y una intensa y poderosa filtración de agua a través y por debajo de los papeles, que le permitió al gyojin escurrirse de la prisión. Posteriormente, su cuerpo se fue formando de a poco a un costado de la marea de papeles, pudiendo percatarse que las armas creadas por Aiko no habían tomado rumbo hacia él, sino hacia su creadora.
Sorprendido o no, los gritos del público ante semejante muestra de autoflagelación obligó a Kaido a mantener la compostura. a actuar como si aquel desenlace había sido por obra y gracia de su presencia, capaz de convencer a cualquiera de que contra él no había más opción que quitarse la vida.
Kaido emergió finalmente, y entero de entre sus aguas; y caminó, a paso lento, hasta los linderos de Aiko. De Aiko sobre su propia sangre, que le salía a borbotones desde su pecho y boca.
—Así... s-se... a-taca...
El escualo se agachó al lado de su cuerpo ya tendido e inerte en el suelo, y le pasó la mano por los ojos, cerrándoselos.
—Que triste ha de ser morir víctima de tus propios delirios. Descansa en paz, Aiko-chan.
Luego se levantó, miró al público que observaba atónito la escena, y se retiró del campo de batalla, sintiéndose de todo menos victorioso. Frustrado de no haberle podido demostrar a la zorra su superioridad.
En ella quedó tan sólo una latente confianza, con algunos vestigios carentes de cordura. Avanzó hasta posicionarse nuevamente a unos cinco metros del Umi no Shisoku, con la carne de sus labios ligeramente tintada gracias a la sangre que se colaba entre la comisura.
Luego alzó sus brazos, y como si de una mágica lluvia de papeles se tratase, cientos y cientos de sus súbditos inanimados se movieron al unísono hacia y por alrededor de Kaido, encerrándole. Él se mantuvo inerte, intentando seguir el paso a la danza de aquella marea, hasta que de a uno en uno, fueron adhiriéndose en su azulada piel, hasta que el escualo pareció convertirse en una momia envuelta en papeles. Su rostro, impertérrito, se mantuvo descubierto, y pudo escuchar las últimas palabras de su oponente, todo con la calma de quien se sabe protegido por los genes de uno de los clanes más grandes de todo Onindo: Los Hōzuki.
—No eres mi objetivo... apunto hacia algo mas grande —irónico, teniendo en cuenta que apuntar hacia algo más grande significaba, primero, tener que derrotarle. Alcanzar primero la cúspide del torneo, que era desde luego el objetivo más primordial para todos y cada uno de los participantes.
Kaido sonrió ante su afirmación, y movió el cuello, incómodo. El suelo bajo sus pies, de pronto, se convirtió en un pequeño charco de agua que con el paso de los segundos se iba haciendo cada vez más y más denso.
—Y ahora, éste show termina.
—Así es, querida.
Luego, todo sucedió en cuestión de segundos. Las armas de Aiko, sus gritos de locura perdiéndose en el viento, y una intensa y poderosa filtración de agua a través y por debajo de los papeles, que le permitió al gyojin escurrirse de la prisión. Posteriormente, su cuerpo se fue formando de a poco a un costado de la marea de papeles, pudiendo percatarse que las armas creadas por Aiko no habían tomado rumbo hacia él, sino hacia su creadora.
Sorprendido o no, los gritos del público ante semejante muestra de autoflagelación obligó a Kaido a mantener la compostura. a actuar como si aquel desenlace había sido por obra y gracia de su presencia, capaz de convencer a cualquiera de que contra él no había más opción que quitarse la vida.
Kaido emergió finalmente, y entero de entre sus aguas; y caminó, a paso lento, hasta los linderos de Aiko. De Aiko sobre su propia sangre, que le salía a borbotones desde su pecho y boca.
—Así... s-se... a-taca...
El escualo se agachó al lado de su cuerpo ya tendido e inerte en el suelo, y le pasó la mano por los ojos, cerrándoselos.
—Que triste ha de ser morir víctima de tus propios delirios. Descansa en paz, Aiko-chan.
Luego se levantó, miró al público que observaba atónito la escena, y se retiró del campo de batalla, sintiéndose de todo menos victorioso. Frustrado de no haberle podido demostrar a la zorra su superioridad.