7/09/2017, 23:06
El rostro de Oojima se heló tras el velo que lo cubría. Fue sólo un instante, un momento de debilidad antes de recuperar la frialdad y dureza que le caracterizaban... Aunque nadie pudiese verlo en circunstancias normales. Tomó el pergamino y con un rápido movimiento lo arrojó sobre una de las lámparas que ardían junto a él, cortando la conexión con el Fuuinjutsu de monitoreado.
No le hacía falta. Tenía otros medios; se tocó el dorso de la mano izquierda, y de la fórmula de sellado que estaba allí grabada con tinta negra salió un kit de dibujo. Desenroscó la tapa del tintero, tomó el pincel, abrió el pergamino y su mano diestra empezó a dibujar con habilidad. Al poco un total de ocho ratones salieron del papel, cobrando vida, y Tsunenobu los dirigió hacia las localizaciones prioritarias.
Tres de ellos fueron a las localizaciones de los sellos que todavía —esperaba Oojima— estaban intactos, uno a cada una. Otro fue hacia donde aguardaba el jounin de Amegakure, Yarou. Otro se dirigió hacia el estudio de Satomu, un sexto fue en busca de lo que quedase de la ronda del grupo exterior y otros dos se dirigieron hacia las ubicaciones de los oteadores exteriores.
Los pequeños roedores de tinta recopilarían información sobre la situación en cada uno de los puntos y volverían para entregársela.
Luego, Tsunenobu dibujaría una figura de sí mismo en el pergamino, que también saldría despedida del mismo con un chorro de tinta. El Sumibunshin se formaría al momento. Mientras el verdadero Oojima abandonaba aquella ubicación para situarse en un punto más alto y seguro —tras guardar su kit de dibujo entre sus ropas—, su clon se quedaría allí haciendo las veces de cebo.
Al fin y al cabo, quien quiera que fuese que había invertido su Fuuinjutsu de monitoreado, sabía que él estaba allí. Se llevó una mano a la oreja y tocó el botón de su comunicador y buscó establecer contacto con cuantos observadores quedaran en sus puestos.
No le hacía falta. Tenía otros medios; se tocó el dorso de la mano izquierda, y de la fórmula de sellado que estaba allí grabada con tinta negra salió un kit de dibujo. Desenroscó la tapa del tintero, tomó el pincel, abrió el pergamino y su mano diestra empezó a dibujar con habilidad. Al poco un total de ocho ratones salieron del papel, cobrando vida, y Tsunenobu los dirigió hacia las localizaciones prioritarias.
Tres de ellos fueron a las localizaciones de los sellos que todavía —esperaba Oojima— estaban intactos, uno a cada una. Otro fue hacia donde aguardaba el jounin de Amegakure, Yarou. Otro se dirigió hacia el estudio de Satomu, un sexto fue en busca de lo que quedase de la ronda del grupo exterior y otros dos se dirigieron hacia las ubicaciones de los oteadores exteriores.
Los pequeños roedores de tinta recopilarían información sobre la situación en cada uno de los puntos y volverían para entregársela.
Luego, Tsunenobu dibujaría una figura de sí mismo en el pergamino, que también saldría despedida del mismo con un chorro de tinta. El Sumibunshin se formaría al momento. Mientras el verdadero Oojima abandonaba aquella ubicación para situarse en un punto más alto y seguro —tras guardar su kit de dibujo entre sus ropas—, su clon se quedaría allí haciendo las veces de cebo.
Al fin y al cabo, quien quiera que fuese que había invertido su Fuuinjutsu de monitoreado, sabía que él estaba allí. Se llevó una mano a la oreja y tocó el botón de su comunicador y buscó establecer contacto con cuantos observadores quedaran en sus puestos.